jueves, 26 de agosto de 2021

LAMENTACIONES DE JEREMÍAS

 

LO peor no es ser viejos. Lo peor, es, acaso

sospechar que es mentira

todo lo que creímos que nos daba sentido

cuando es tan tarde ya.

 

Muy cuidadosamente me educaron

para que yo creyera en la bondad

la honradez, el esfuerzo. Consistía el secreto

en vencer a la bestia que somos en el fondo

y, a cambio, ya de noche,

poder dormir el sueño de los justos.

O, si no,

poder rezar a solas y llorar en silencio.

Cómo voy a ignorarlo: a solas en lo oscuro

soy un hombre cansado de rezar.

Todas las noches lloro.

 

Pero ahora

no sé muy bien por qué, ni desde cuándo,

no alcanzo a distinguir

ni una huella de Dios en el libro del mundo.

En cambio sí que veo

la lógica profunda que rige la manada.

A veces son los fuertes los que ganan.

Pero, más a menudo,

son astutas alianzas de alimañas pequeñas.

Con el paso del tiempo cambian los territorios,

intercambian papeles víctimas y verdugos,

se refinan los usos, se comulga en especie,

pero siempre es igual.

Hambre y dientes. Es la jauría humana.

 

Entonces me pregunto:

qué haces tú, Jeremías, atado a tu conciencia?

Si todo aquello en lo que tú creías

- la moral, la justicia, el sacrificio ..., -

no es más que la otra cara

- amable, pero no sagrada - de la ley,

no es más que el complemento imaginario

que también necesita la manada

para sobrevivir,

por qué sufres, para qué has sufrido?

Quizá, como esas plantas

que parece que nada necesitan,

tu voluntad, que tan pura creíste

es el caldo soberbio en que tu hambre

se cuece y se devora, distinta pero igual:

la salsa espiritual de la jauría.

( Ana Sofía Pérez Bustamante)

 

Voz de Miguel de Unamuno

Se dice que ésta es la única grabación que se conserva de Miguel de Unamuno.

 

miércoles, 25 de agosto de 2021

EL VAPOR DE LA CALDERA.

Juan Manuel Jimenez Muñoz.

 

En mi consulta, junto al ordenador y la impresora, tengo enmarcada una foto: es el andén de una estación. Una estación de provincias.

 

En la foto –blanco y negro, finales de los sesenta– aparecen tres personas. Si algún curioso pregunta –un enfermo, un amigo, un colega– le digo, por abreviar, que la tengo justo allí porque me gusta; por la mera belleza de la imagen; porque la luz del andén es perfecta; porque los rostros respiran; porque el conjunto es redondo; porque el encuadre es rotundo.

 

No les miento a mis pacientes cuando digo que me gusta. Hay un halo de misterio en la bruma del vapor de la caldera, en la luz cenital que se filtra desde el techo, en la estructura metálica que soporta la vidriera, en las sombras de las maletas esparcidas por el suelo.

 

Las maletas van atadas con cordel; algunas, con correas o latiguillos; y casi se adivina en su interior la chacina y el buen pan para el viaje, la gruesa ropa de lana, la navaja cachicuerna, la bufanda de repuesto y la estampita dorada con la patrona del pueblo.

 

Un reloj grande y redondo marca en la foto las cinco –el tiempo detenido para siempre en sus agujas–, y esa luz cenital, turbia y muy débil, reverbera con desmayo acrecentando las sombras.

 

En la estación hay también una puerta rotulada: <<Jefe de Estación>>, y otra con el vocablo <<Retr...>>, que yo entiendo debe de ser “retrete”, porque el extremo final lo tapa la locomotora.

 

Los vagones son vetustos, casi decrépitos, con el aire fatigado de quien ha viajado mucho y ya lo ha visto casi todo, igual que las maletas de madera esparcidas por el suelo, con sus perfiles rectilíneos y las esquinas exactas.

 

Dentro del tren, en la segunda ventanilla del vagón central –rectangular, con rebordes metálicos, silueteando apenas las dos cortinillas interiores– asoma medio cuerpo de un hombre seco y nervudo, chaqueta de pana gastada, bufanda recia, ademanes imperiosos y edad indefinida. Lleva un cigarrillo en la comisura de los labios, y un ojo un poco entrecerrado, tal vez molesto por el humo del pitillo. Lleva boina también ese hombre de la foto, como boina llevará, sin duda, la maleta cerrada que recoge desde adentro: una maleta colosal, mastodóntica, hiperbólica, que le pasa desde el andén, a través de la ventanilla, otro hombre de su mismo porte, de su misma hechura.

 

Ese otro hombre del andén, el que levanta la maleta para entregarla al de adentro –de espaldas al fotógrafo, coronada su cabeza con un sombrero cordobés– alza la maleta apenas sin esfuerzo, con la pasmosa agilidad de quien acostumbra a usar herramientas para convertir en fértil el baldío, para abonar el barbecho, para manejar la hoz, para cargar aceitunas.

 

Hay también un niño pequeñito en el andén. Tiene casi nueve años. Viste pantalón muy corto, botines oscuros, gorra de tela a cuadros y jersey a rayas. Está de pie, casi de perfil, embelesado en el vapor de la caldera, algo ajeno a los adultos, la mirada a mitad de camino entre los raíles del tren y la escena de la ventanilla. Aguardando un no sé qué, como expectante.

 

La fotografía la tengo en mi consulta, junto al ordenador y la impresora, para que cada mañana, al pulsar los botones de encendido, me recuerde quién soy yo y de dónde vengo.

 

Es la foto de mi padre, Juan, marchando a Cataluña para trabajar en Lérida. Es la foto de mi tío Manuel alargándole a su hermano la maleta. Es mi propia foto, embelesado en el vapor fantasmal de la caldera. Es la foto que tomó mi madre, María, en ese momento exacto: cuando la luz cenital filtrada por la vidriera recortaba las sombras esparcidas por el suelo, y el reloj de la estación daba las cinco.

 

Y es la foto, también, de tantos y tantos emigrantes que, como guijarros arrojados a la playa por la fuerza de las olas, se dispersaron por el mundo para traer lumbre y pan a sus hogares y levantar así, con su sudor, la España aquella.

 

Firmado:

 

Juan Manuel Jimenez Muñoz.

Médico y escritor malagueño.

 

 

EL PARAÍSO ERA UN AUTOBÚS

 

Juan José Millás

 

 

Él trabajó durante toda su vida en una ferretería del centro. A las ocho y media de la mañana llegaba a la parada del autobús y tomaba el primero, que no tardaba más de diez minutos. Ella trabajó también durante toda su vida en una mercería. Solía coger el autobús tres paradas después de la de él y se bajaba una antes. Debían salir a horas diferentes, pues por las tardes nunca coincidían.

 

Jamás se hablaron. Si había asientos libres, se sentaban de manera que cada uno pudiera ver al otro. Cuando el autobús iba lleno, se ponían en la parte de atrás, contemplando la calle y sintiendo cada uno de ellos la cercana presencia del otro.

 

Cogían las vacaciones el mismo mes, agosto, de manera que los primeros días de septiembre se miraban con más intensidad que el resto del año. Él solía regresar más moreno que ella, que tenía la piel muy blanca y seguramente algo delicada. Ninguno de ellos llegó a saber jamás cómo era la vida del otro: si estaba casado, si tenía hijos, si era feliz.

 

A lo largo de todos aquellos años se fueron lanzando mensajes no verbales sobre los que se podía especular ampliamente. Ella, por ejemplo, cogió la costumbre de llevar en el bolso una novela que a veces leía o fingía leer. A él le pareció eso un síntoma de sensibilidad al que respondió comprándose todos los días el periódico. Lo llevaba abierto por las páginas de internacional, como para sugerir que era un hombre informado y preocupado por los problemas del mundo. Si alguna vez por la razón que fuera, ella faltaba a esa cita no acordada, él perdía el interés por todo y abandonaba el periódico en un asiento del autobús, sin haberlo leído.

 

Así, durante una temporada en que ella estuvo enferma, él adelgazó varios kilos y descuidó su aseo personal hasta que le llamaron la atención en la ferretería: alguien que trabajaba con el público tenía la obligación de afeitarse a diario.

 

Cuando al fin regresó, los dos parecían unos resucitados: ella, porque había sido operada a vida o muerte de una perforación intestinal de la que no se había quejado para no faltar a la cita; él, porque había enfermado de amor y melancolía. Pero, a los pocos días de volver a verse, ambos ganaron peso y comenzaron a asearse para el otro con el cuidado de antes.

 

Por aquellas fechas, él ascendió a encargado de la ferretería y se compró una agenda. Entonces, se sentaba tan cerca como podía de ella, la abría, y con un bolígrafo hacía complicadas anotaciones que sugerían muchos compromisos. Además, comenzó a llevar corbata, lo que obligó a ella, que siempre había ido muy arreglada, a cuidar más los complementos de sus vestidos. En aquella época ya no eran jóvenes, pero ella comenzó a ponerse unos pendientes muy grandes y algo llamativos que a él le volvían loco de deseo. La pasión, en lugar de disminuir con los años, crecía alimentada por el silencio y la falta de datos que cada uno tenía sobre el otro.

 

Pasaron otoños, primaveras, inviernos. A veces llovía y el viento aplastaba las gotas de lluvia contra los cristales del autobús, difuminando el paisaje urbano. Entonces, él imaginaba que el autobús era la casa de los dos. Había hecho unas divisiones imaginarias para colocar la cocina, el dormitorio de ellos, el cuarto de baño. E imaginaba una vida feliz: ellos vivían en el autobús, que no paraba de dar vueltas alrededor de la ciudad, y la lluvia o la niebla los protegía de las miradas de los de afuera. No había navidades, ni veranos, ni semanas santas. Todo el tiempo llovía y ellos viajaban solos, eternamente, sin hablarse, sin saber nada de sí mismos. Abrazados. Así fueron haciéndose mayores, envejeciendo sin dejar de mirarse. Y cuanto más mayores eran, más se amaban; y cuanto más se amaban más dificultades tenían para acercarse el uno al otro.

 

Y un día a él le dijeron que tenía que jubilarse y no lo entendió, pero de todas formas le hicieron los papeles y le rogaron que no volviera por la ferretería. Durante algún tiempo, siguió tomando el autobús a la hora de siempre, hasta que llegó al punto de no poder justificar frente a su mujer esas raras salidas. De todos modos, a los pocos meses también ella se jubiló y el autobús dejó de ser su casa.

 

Ambos fueron languideciéndose por separado. Él murió a los tres años de jubilarse y ella murió unos meses después. Casualmente fueron enterrados en dos nichos contiguos, donde seguramente cada uno siente la cercanía del otro y sueñan que el paraíso es un autobús sin paradas.

miércoles, 11 de agosto de 2021

ANTONIO MACHADO, PROFESOR.

 

ANTONIO MACHADO, PROFESOR.

Por Marcos Esteban Cabrerizo.

 

 

A lo largo de los 64 años de la vida de Antonio  Machado, (Sevilla, 26-julio-1875-Collioure, 22-febrero-1939),  se distinguen en su trayectoria vital diferentes aspectos y etapas, sobre las que fijar con especial atención la observación y el análisis para tener una visión más completa  sobre el hombre y el poeta.

Sin lugar a duda, de todos los aspectos,  lo que más sobresale, se destaca y valora, con diferencia, es  su obra  literaria, especialmente la parte poética, encuadrada en la llamada generación del  98. Sin lugar a duda  su interés vital, vocación y reconocimiento universal  se orienta en este sentido, ahora bien, hay un aspecto de su actividad diaria continuada que quiero destacar y analizar:   su profesión y dedicación como profesor. Para él constituyó su medio de subsistencia, ya que la poesía  y su participación como poeta, conferenciante, articulista y animador cultural, generaba escasos recursos económicos.

Mucho se ha escrito de Antonio Machado como poeta y poco de su faceta humana de docente, su trayectoria de profesor resulta más desconocida. En los años de dictadura, en la escuela y en el ámbito académico, únicamente se hablaba con un carácter general de la generación del 98 y del 27 y como mucho se memorizaba en la escuela alguna poesía que no pudiera resultar sospechosa de contaminación ideológica.

  Antonio Machado reconocía que no tenía vocación de maestro, sin embargo, desarrolló su profesión con dignidad, entrega y dedicación.

Su ideal de lo que debía ser un profesor y la pedagogía general se encuentra en las reflexiones que pone en boca de su otro yo filosófico,  Juan de Mairena; es cierto que como vemos en las ideas de Juan de Mairena, que son las suyas, los temas de la enseñanza aparecen frecuentemente y siempre le interesaron. Para conocer el pensamiento de Machado sobre la educación y otros aspectos vitales y filosóficos, es imprescindible leer esta obra

Juan de Mairena, el yo filosófico de don Antonio Machado, nos es presentado por él como un profesor de Gimnasia que imparte clases vespertinas gratuitas y voluntarias de Retórica y Sofística

En su libro en prosa: “Juan de Mairena. Sentencias, donaires y recuerdos de un profeso apócrifo.”  Es donde se encuentran las reflexiones más maduras sobre la educación. Comenta el respeto que merece el maestro y las influencias mutuas que se establecen entre éste y el alumno. : “Cómo puede un maestro, o, si queréis, un pedagogo, enseñar, educar, conducir al niño sin hacerse algo niño a su vez y sin acabar profesando un saber algo infantilizado?.  Porque es el niño quien, en parte hace al maestro (…) El niño nos revela que casi todo lo que él no puede comprender apenas si merece ser enseñado, y, sobre todo, no acertamos a enseñarlo es porque nosotros no lo sabemos bien todavía.”

Don Antonio Machado defiende con su obra los principios institucionistas fundamentales: laicismo frente a clericalismo, libertad de cátedra y libre discusión frente al dogmatismo político y religioso, tolerancia religiosa frente a la intolerancia eclesiástica y una educación activa e integral frente a la enseñanza exclusivamente memorística.

Pretendía enseñar a pensar a sus discípulos y desarrollar su sentido crítico y reflexivo. No le gustaba la memorización, por ello, en el poema “Recuerdo infantil”, se queja veladamente de la monotonía de las clases en las que los niños, a coro, iban cantando la lección; para él, la memoria sin reflexión no servía de nada. Se hace una crítica al modelo tradicional de enseñanza, con sus inútiles rutinas de la recitación y la memorización, protagonizadas por un maestro de aspecto nada agraciado, que generan hastío y aburrimiento en el alumnado.

 

La pedagogía de Machado bebió en las fuentes de la Institución de Libre Enseñanza que marcó la enseñanza en España en el período anterior a la Guerra Civil, de la que fue alumno, escuela que le marcó y de cuyos extraordinarios profesores con una gran calidad humana y profesional.

Las opiniones que se expresan en el escrito por diversos alumnos hay que tomarlas como lo que son, comentarios de unos muy pocos alumnos que pueden darnos una pincelada del estilo, desarrollo de sus clases y pensamiento del profesor Antonio Machado.

 Uno de sus alumnos, Rafael Laínez, alumno suyo que en 1919, escribió un artículo en el que lo rememoraba: rostro pulcramente rasurado, gesto melancólico, mirada tristona, caminaba apoyado en su recio bastón. Lo califica como hombre modesto. Nos relata que había ternura en sus clases y que no se armaba el jaleo que había en otras. Como profesor no provocaba miedo, era humano y no seguía los parámetros de otros maestros. Aborrecía los exámenes.

A lo largo de su vida profesional  ejerció como catedrático de francés por los Institutos de Soria, Baeza, Segovia y Madrid.

BREVE HISTORIA DE LOS ANTECEDENTES COMO PROFESOR

Cuando tenía 8 años la familia se traslada a Madrid, donde recibe educación y enseñanza  con los nuevos métodos pedagógicos de la Institución Libre de Enseñanza.

Con 14 años pasa al Instituto Cardenal Cisneros en el curso 1889-1890.

Su padre, Antonio Machado Álvarez,  fallece en  1893  a los 47 años y su abuelo Antonio Machado Núñez, en 1896- lo que coloca a la familia en una situación económica difícil, ya que nadie de los hermanos trabajaba en algo que les proporcionara un sueldo seguro y constante, viviendo  malamente de las pequeñas rentas de la abuela.

Los hermanos Machado, se entregan a la vida bohemia , ociosos y deslumbrados por la vida madrileña de finales del XIX,  todo les interesa, cafés de artistas, tertulias literarias, teatro, toros, etc.

En 1899 viaja a París, donde ya estaba su hermano Manuel, trabajando en la Editorial Garnier, regresando a Madrid en octubre de ese mismo año. En 1902 vuelve a París, regresando enseguida  a Madrid con su hermano Joaquín “El viajero”, enfermo, solitario y pobre”.  A finales de ese año, 1902,  entregó a la imprenta “Soledades”. Entre 1903 y 1908, colaboró en diversas revistas literarias.

Todo esto le aportó importantes vivencias personales, pero escasos recursos económicos.

En 1906, aconsejado por Giner de los Ríos, preparó oposiciones  a profesor de francés para Institutos de Segunda Enseñanza, aprobándolas y teniendo su primer destino en Soria.

Comenzó a trabajar cono docente, contando ya 32 años. Este trabajo estable le garantizaba una estabilidad económica que hasta entonces no había tenido. Estafue su actividad profesional  hasta el comienzo de la Guerra Civil. En 1917, su sueldo como profesor era de 5500 pesetas anuales.

Es este aspecto profesional, para un mayor conocimiento de Antonio Machado, el que quiero presentar.

Para su desarrollo utilizaré el estudio completísimo, detallado  y exhaustivo del  profesor José  María Martínez Laseca, escritor (investigador, ensayista, articulista y poeta), natural de Almajano (Soria), 1955.

Quiero agradecer  a este profesor la labor minuciosa, detallada y metódica  de investigación y estudio de la vida y obra de Antonio Machado, que tanto ha aportado para su conocimiento.

Al ser tan minucioso, prolijo en datos  y extenso, me permitiré en algunas partes del estudio abreviarlo y resumirlo sin alterar el contenido del artículo.

 

EL LARGO CAMINO DE LAS OPOSICIONES.

Animado por Giner de los Ríos y Unamuno, Antonio Machado,  opositó a la cátedra de francés de Segunda Enseñanza, para lo que no se requería licenciatura, ya que manejaba el idioma aprendido en sus estancias en París, durante 1899 y 1902. A estas oposiciones  concurrieron 126 aspirantes para cubrir las 7 vacantes, pero al llamamiento de 8 de marzo de 1906 sólo se presentaron 40.

 Por fin, el día 5 de abril, se convocó a los 7 opositores aprobados para la elección de cátedras; Antonio Machado, con el número 5, pudo elegir entre las de Soria, Baeza y Mahón que eran los que quedaban, eligiendo la plaza del Instituto de Soria.

La Gaceta de Madrid de 20 de abril de 1907, publicaba la Real Orden, con fecha de 16, de su nombramiento y el bisemanario local “Tierra Soriana” del día 25 lo recogía: “Ha sido nombrado por oposición Catedrático numerario de la clase de francés, Don Antonio Machado Ruiz”.

Hubo que esperar al 1 de mayo para que se trasladara a la ciudad castellana. En el Instituto General y Técnico tomó posesión de su cargo, si bien pospuso su incorporación a los exámenes extraordinarios de septiembre.  Así pues, el 1º de octubre, con la apertura del año académico 1907-1908, Antonio Machado se incorporaba de lleno a las tareas docentes, impartiendo los dos cursos de lengua francesa e interviniendo en los tribunales examinadores de ingreso y de libres, tanto de bachillerato como del magisterio. En este primer curso va a contar Machado con un total de siete alumnos oficiales, de los que una tan sólo es mujer. Ocho serán los asistentes a las clases de segundo curso figurando, asimismo, entre ellos, únicamente una alumna.

La seguridad que le daba tener un trabajo fijo -ya que la poesía no daba ni para la necesaria comida- le llevó a reafirmar su posición de crecida autoestima que se refleja en estos versos de su conocido “Retrato” (XCVII): “Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho donde yago”.

No pareció resultarle muy grata esta inicial etapa de su estancia al profesor-poeta en la nueva ciudad. Ello, pese a habérsele notificado en el claustro de 28 de marzo de 1908 el nombramiento de Vicedirector, del que toma posesión el 14 de abril. Así se deduce de la carta remitida a Rubén Darío a inicios del mes de octubre de 1908, cuando le confiesa: Yo estoy en Soria, vieja ciudad de Castilla, donde me trajeron mis pecados, desempeñando la cátedra de Francés; pero quiero hacer una nueva oposición a la cátedra de Madrid, que permutaré, Dios mediante, con la de Sevilla.

El deseo de su traslado a una plaza en Madrid le acompañó toda su vida y en su defecto a un lugar lo más próximo posible, que de alguna manera pudo conseguir con su traslado a Segovia.

Pero su instancia -Madrid, 2 de septiembre de1908- para opositar a la cátedra del Instituto de San Isidro de Madrid no sale adelante, lo que resultaría decisivo para su noviazgo con la joven Leonor Izquierdo Cuevas -la hija de sus nuevos pupileros de la calle Estudios, 7-;  y que culminaría con su boda el día 30 de julio de 1909, en la Iglesia de Santa María La Mayor, sita en la Plaza Mayor. Choca que, en su estado de felicidad conyugal, Machado cursara nueva instancia -Soria, 24 de septiembre de 1910- para acceder ahora a la cátedra del Instituto de Barcelona. Su intentona volvió a resultarle fallida.

Mejor suerte tuvo en su deseo de regresar a París, porque la Junta para Ampliación de Estudios (JAE) le concedió una beca, el 18 de diciembre de 1910, para completar sus estudios de formación en Filología francesa.

 

 

UN MODO CARACTERÍSTICO DE ENSEÑAR. 

El propio Machado confesaba en su “Biografía” de 1913: No tengo vocación de maestro y mucho menos de Catedrático. Procuro, no obstante, cumplir con mi deber.

Estimulaba el alma de sus alumnos para que la ciencia fuese pensada, vivida por ellos mismos.  Se dirige a los alumnos  con motivo de la solemne apertura del curso escolar 1910/1911 en estos términos: “Preciso es que os aprestéis por el trabajo y la cultura a aportar (...) la obra de vida de vuestras manos” (...) “En vuestros combates no empleéis sino las armas de la ciencia, que son las más fuertes, las armas de la cultura que son las armas del amor”. “Respetad a las personas, (...), mas colocad por encima de las personas los valores espirituales”. “Que vuestros sesos os sirvan para el uso a que están destinados”. “Aprended a distinguir los valores falsos de los verdaderos y el mérito real de las personas bajo toda suerte de disfraces. Un hombre mal vestido, pobre y desdeñado puede ser un sabio, un héroe, un santo; el birrete de un catedrático puede ocultar el cráneo de un imbécil”. “Estimad a los hombres por lo que son, no por lo que parecen. Desconfiad de todo lo aparatoso y solemne, que suele estar vacío” ”. Para concluir: Amad el trabajo y conquistad por él la confianza en vosotros mismos, para que llegue un día, después de largos años, en que vuestros nombres también merezcan recordarse”.

Del mismo modo que su apócrifo Juan de Mairena, pretendía ante todo cambiar la mentalidad escolar, desarrollando el espíritu crítico de los alumnos y la indagación personal. El maestro para Antonio Machado debía ser a la vez maestro y discípulo, puesto que enseñar y aprender son dos nociones complementarias.

Bien sabía que el problema de España era sobre todo de educación y por eso trabajó con denuedo para regenerar su país. Como ya hemos dicho antes, a primeros de enero de 1911, Machado viajó a la capital francesa con su esposa Leonor. Una vez allí,  acudió a los cursos impartidos en el Colegio de Francia, decantándose más por las clases de filosofía. En la memoria de la Junta  para la Ampliación de Estudios (JAE) de los años 1910 y 1911, además de señalar lo anterior, recoge que: “Prepara un trabajo acerca del “Estado actual de los estudios filológicos en Francia”, del cual ha enviado los dos primeros capítulos: “La enseñanza del francés” y “El francés en la escuela de primera enseñanza”. Sin embargo, la enfermedad de tuberculosis de Leonor obligará al matrimonio a regresar, a toda prisa, a Soria, en busca del clima seco del altiplano, más saludable para los pulmones de la joven. Llegan a su casa el día 15 de septiembre de 1911. Todas las atenciones y todos los cuidados médicos prestados serán en vano, ya que Leonor fallece en la noche del 1 de agosto de 1912. Por lo que Antonio Machado, dolorido y con su espíritu desgarrado, huye de Soria, acompañado de su madre Ana Ruiz Hernández, en el tren del día 8 hacia Madrid.

TRASLADO DE ANTONIO MACHADO A BAEZA

La muerte de su joven esposa Leonor, fuerza al viudo Antonio Machado a pedir su traslado al Instituto de Baeza. Lo cursa desde Soria, el 8 de septiembre de 1912, manifestando su deseo de concursar a la vacante que se había producido en la Cátedra de Lengua Francesa, según recogía la Gaceta de 30 de agosto de 1912.

De entre todos los aspirantes en el concurso de traslado era el único que poseía la condición de Catedrático en dicha asignatura. Por lo que le fue adjudicada la plaza por R. O. de 15 de octubre de ese mismo año. De ahí que, satisfecho, llegara a exclamar en su “Poema de un día. Meditaciones rurales” (CXXVIII):  “Heme aquí ya, profesor de lenguas vivas (ayer maestro de gay-saber, aprendiz de ruiseñor), en un pueblo húmedo y frío, destartalado y sombrío, entre andaluz y manchego”.

En Baeza, la denominada Salamanca andaluza, el solitario Antonio Machado vivirá siete largos y tristes años de retiro espiritual, vinculado a la docencia de la lengua francesa en su Instituto. Los aprovechará, así mismo, para retomar su afición a la filosofía que ya le venía de tiempo atrás. Así vemos cómo en Carta a Federico de Onís, fechada el 22 de junio de 1932, le confesaba: Mis estudios de filosofía, en Madrid, han sido muy tardíos (1915-1917). Cursé como alumno libre la Sección de Filosofía, siendo ya profesor, en la Universidad Central. La necesidad de un título académico fue, en verdad, el pretexto para consagrar unos cuantos años a una afición de toda la vida. Desde Baeza, a partir de 1915, Antonio Machado acudió hasta 1917 a examinarse por libre en la Universidad Central de Madrid. Su esfuerzo obtendría justa recompensa durante el curso de 1918 a 1919, puesto que con fecha de 3 de diciembre de 1918 le fue expedido el correspondiente título con el grado de Licenciado en Filosofía y letras, sección de Filosofía. Contaba Antonio Machado entonces 43 años.

Sobre su manera de ejercer la docencia en sus clases de francés en el Instituto de la ciudad de Baeza contamos con el valioso testimonio de quien otrora fuera allí su alumno: Rafael  Laínez Alcalá. Nos lo cuenta así: “Comenzaba la clase de francés. Leíamos algún texto en prosa. Recuerdo uno de Víctor Hugo, que aquel día me tocó leer a mí. Nos corregía la pronunciación. Salía él a la pizarra para aclarar voces y especificar diptongos. Don Antonio leía correctamente el texto con lentitud; repetíamos alguno de nosotros. Había ternura en la clase, ninguno de nosotros armábamos el runrún o el jaleo que se armaba en otras, ni tampoco nos provocaba el miedo que nos producían otros profesores. Yo leía medianamente, pero traducía bien y me encargó que tradujera “El lago”, de Lamartine. Todavía conservo el papel con las correcciones mínimas que me hizo con su propia pluma... Luego aprendí de memoria trozos poéticos de famosos autores franceses, que me hacía repetir en clase. Recuerdo aún el “Mediodía” de Leconte de Lisle (Charles Marie Leconte). Paquita de Urquía, mi compañera de curso, fue la primera que puso en mis manos un libro de poemas del maestro. Y así fue naciendo una devoción poética por su obra...”.

Su deseo de salir de Baeza, le hacen realizar diversas tentativas de solicitar traslado a diferentes ciudades de las disponibles en cada momento.

Curiosamente, aun siendo Vicedirector del Instituto, desde el  18 de noviembre de 1915, otra vez, en 1919, quiere nuestro profesor cambiar de centro. En primer lugar concursa a la Cátedra de Francés del Instituto de Zaragoza, vacante por el fallecimiento de su titular. Su instancia es de 10 de marzo. En la propuesta final Antonio Machado Ruiz ocupará el décimo lugar. Llaman la atención las recomendaciones que se hacen por personajes importantes a favor de algunos de los aspirantes, mientras que Machado no cuenta con ningún apoyo.

El 12 de mayo de 1919 Antonio Machado presentó instancia para tomar parte en las oposiciones para proveer Cátedras, en este caso de Lengua y Literatura, vacantes en los Institutos de Orense, Mahón y Cádiz. Y otra más con la misma fecha a las Cátedras de Psicología, Lógica y Ética de los Institutos de León, Lérida, Orense, Palencia, Salamanca y Lugo, sin que ninguna de ellas surtiera efecto. Sí lo obtuvo su instancia firmada en Madrid a 7 de septiembre de 1919 para la Cátedra de Lengua Francesa del Instituto de Segovia. En esta ocasión contó con la recomendación de su hermano mayor Manuel. Bien es cierto que el dictamen del tribunal formado para el caso resuelve a su favor por ser “el más antiguo de los concursantes, reuniendo además las circunstancias de haber publicado obras y sido pensionado en el extranjero”.

SEGOVIA, DE NUEVO REGRESO A CASTILLA.

Desde diciembre de 1919 hasta el 10 de septiembre de 1932, durante trece años, permanecerá Antonio Machado en esta nueva ciudad castellana, en cuyo ambiente social y cultural es introducido por un viejo amigo de sus tiempos en Soria, José Tudela. Como catedrático, impartirá sus habituales clases de francés en el Instituto General y Técnico -del que será igualmente Vicedirector- y se trasladará los fines de semana a Madrid, a la calle General Arrando, 4; con su familia.

Ya residente en Segovia, el 8 de febrero de 1923, había vuelto Antonio Machado a presentar instancia con la pretensión de tomar parte en las oposiciones a la Cátedra de igual asignatura vacante en el Instituto del Cardenal Cisneros de la Villa y Corte. Pero todavía tendrá Machado que esperar-

Por R. O. de 3 de enero de 1920, se le acumulará también la Cátedra de Lengua y Literatura Castellana, lo que le supone un aumento de dos mil pesetas anuales en su sueldo. Este trabajo lo prolongará hasta el final del curso 1928- 1929.

Además, siendo sensible al lugar en que vive, Machado se implica desde el primer momento en el ensayo pedagógico de la Universidad Popular de Segovia que por entonces se estaba poniendo en marcha. Se perseguía una institución libre y abierta a todos los sectores obreros y humildes, totalmente gratuita. Sus clases eran nocturnas, de siete a nueve. Machado se encargó de las de francés, con actividades como lectura, traducción de periódicos y revistas, redacción de cartas comerciales y más tarde de “lecturas literarias”. Incluso se preocupa por conseguir una buena dotación de libros para su biblioteca.

En Segovia, la actividad intelectual de Antonio Machado fue intensa. Publicó su poemario “Nuevas canciones” (1924) y “De un cancionero apócrifo” (1926).

Con su hermano Manuel compartirá la experiencia teatral en obras como “La Lola se va a los puertos” (1929), cuyas representaciones lograrán el favor del público y el homenaje de la alta sociedad madrileña.

En el plano amoroso, ahora irrumpirá en su vida un grande y secreto amor: Guiomar, su diosa y musa, que después se descubrió que se trataba de una mujer de buena familia, casada y con tres hijos, llamada Pilar de Valderrama.

Del epistolario cruzado con ella se extraen algunas confesiones aludiendo a la engorrosa tarea de asistir a los tribunales de oposiciones en Madrid, como la siguiente: “Compadécete, diosa mía. Desde las nueve de la mañana hasta la una de la tarde; desde las cuatro y media hasta las nueve de la noche estoy oyendo discursos de opositores en lengua francesa. Me han quitado no sólo mi tiempo, sino el humor y hasta la salud [...] Te escribo en el mismo tribunal de oposiciones, mientras escucho a una señorita que habla un francés de la calle del Sombrerete. Y veo, de cuando en cuando, el jardín que me recuerda los días, ¡ay!, ya lejanos en que yo venía aquí para examinarme ante unos señores muy graves [...]”.

El martes 14 de abril de 1931 se proclama la Segunda República Española y Antonio Machado participa en la manifestación que lo celebra y que despliega la bandera tricolor en el balcón de su Ayuntamiento, en la plaza Mayor.

POR FIN, EL PROFESOR MACHADO OBTIENE MADRID

La llegada de la Segunda República Española propicia la creación, mediante Decreto de 6 de agosto, del presidente Niceto Alcalá-Zamora y del ministro Fernando de los Ríos, de nuevos Institutos en las ciudades de Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza y Valladolid. Como consecuencia de ello se abre un concurso especial desde dicha fecha para proveer todas las cátedras interinamente. De este modo, Antonio Machado resultará nombrado, el 10 de septiembre de 1932, en condición de agregado y con el carácter de interino, Catedrático de Francés en el Instituto Calderón de la Barca de Madrid. Y al mismo tiempo veía cumplido su tan ansiado deseo de regresar a vivir en la casa familiar.

Uno de sus últimos alumnos durante el curso 1935/36 fue Medardo Fraile, quien se convertirá después en dramaturgo y narrador, lo recordaba así:  “Tuvimos profesores ilustres en el instituto, como Helena Gómez-Moreno y Julia o Carmen Burell, y un hombre excepcional, don Antonio Machado, que nos hizo comprar una atractiva gramática francesa elemental, de Rosario Fuentes, y, aparte de eso, pasaba las horas de clase entre desentendido y ausente. Fumaba y tosía mucho -los labios se le amorataban al toser-, y la ceniza del cigarro le caía sobre el chaleco curvado sobre el vientre.

Pasados cinco meses, le sustituyó un señor solemne y serio, don Tarsicio Seco y Marcos, que había obtenido el número uno en las oposiciones a cátedra de Francés.”

En el Instituto Calderón de la Barca permaneció Antonio Machado como catedrático de Francés hasta el 10 de marzo de 1936 en que pasó, ya en propiedad, a su último destino docente en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza “Cervantes”. Y fue estando aquí donde le sorprendió el alzamiento de los facciosos del 18 de julio contra el gobierno de la Segunda República legalmente constituido, provocando la intensa y trágica guerra civil.

Una vez constituido el Gobierno Provisional, anuncia la puesta en marcha de una idea acariciada por Bartolomé Cossío: la creación del Patronato de las Misiones Pedagógicas.

Las misiones pedagógicas (1931-1936) fueron un proyecto formativo, su objetivo consistía en llevar la cultura a los pueblos y aldeas más aislados y apartados de la geografía española. Una difusión de la cultura que utilizaba recursos como las bibliotecas ambulantes, audiciones musicales y proyecciones cinematográficas, representaciones teatrales, museo circulante, charlas y conferencias, coro y hasta guiñol. Dentro de los fines que las Misiones Pedagógicas se habían propuesto estaba el de crear bibliotecas en los propios pueblos. Y Antonio Machado y María Moliner quedaron encargados de seleccionar aquellos libros que habían de constituir el primer fondo de aquellas bibliotecas. En tal sentido, una orden gubernamental, de 19 de marzo de 1932, autorizaba a Machado a vivir en Madrid durante el resto del curso a petición del patronato de las Misiones Pedagógicas.

Todo ello se vio truncado con el inicio de la guerra y borrado de la memoria tras la finalización de la contienda a partir del 1 de abril de 1939.

 

UN TRISTE FINAL CON REPARACIÓN POSTERIOR

Durante el conflicto fratricida, fueron suspendidas las tareas docentes en el Instituto Cervantes. Durante la guerra y en la posguerra se produjo una gran represión  y purga del cuerpo de enseñantes.

Enseguida se acordó el traslado del gobierno de la República, intelectuales, científicos y personalidades relevantes , su traslado a lugar más seguro, Valencia, debido al asedio y previsible toma de la capital por parte de los sublevados.

En este período de la Guerra Civil, Antonio Machado se dedicó intensa y activamente a la defensa de la República con su actividad como escritor, conferenciante y poeta, asistiendo a multitud de actos.

Ya su salud en los últimos años se había deteriorado según él mismo manifestaba, esta situación de acrecentó y progresó de una forma rápida y alarmante..

Antonio Machado, tras más de 30 años de entrega a la enseñanza, se vio obligado a recorrer junto con su madre y la familia de su hermano José, el duro, cruel y penoso camino hacia el exilio de su propio país en un estado lamentable, siguiendo la misma  suerte  que tuvieron que sufrir  otros muchos de los vencidos. Triste y pobremente murió en Collioure, donde reposa,  el día 22 de febrero de 1939.

La Comisión depuradora de responsabilidades franquista acordó, por unanimidad, mediante expediente cerrado en julio de 1941, la separación definitiva del servicio de D. Antonio Machado Ruiz, con la pérdida de todos sus derechos pasivos.

Para reparar tal mezquindad hubo de esperarse durante cuarenta largos años a la orden ministerial, firmada el 31 de diciembre de 1981, por el Ministro de Educación, Federico Mayor Zaragoza que restituía a Antonio Machado de todos sus títulos y derechos.

RECAPITULACIÓN

En conclusión, se ha querido, mediante este trabajo, poner en valor su trayectoria como Catedrático de Instituto y como educador y docente, a lo largo de más de la mitad de su vida, recordando que su experiencia docente la llevó a su propia obra literaria. En tal sentido Antonio Machado se desdobló en más de una decena de personajes, conocidos como sus apócrifos. Y llama la atención que a la hora de caracterizarlos, a ninguno lo hace médico, ingeniero, jurisconsulto o diplomático, de profesión. Bien por el contrario, todos ellos resultan ser poetas y profesores. Sin duda, los dos más conocidos son Abel Martín, profesor de Filosofía y Juan de Mairena, profesor de Gimnasia y Retórica. Este último, que se encarga de analizar con sus discípulos la sociedad, la cultura, la literatura y otras áreas del conocimiento, les habla de este modo: “ Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros nada, y que solo me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas, a arar el barbecho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes (...), a sembrar preocupaciones y prejuicios; quiero decir juicios y ocupaciones previos (...)”.

Y es que, como buen educador de la juventud, Antonio Machado sabía que “si la juventud no cumple su misión, que es la de adelantarse, la antorcha de la vida, que tiembla en las manos seniles, cae y se apagaba para siempre”.

 

Artículo y estudio sobre Antonio Machado Profesor, de  José  María Martínez Laseca, escritor (investigador, ensayista, articulista y poeta), natural de Almajano (Soria), 1955., comentado por Marcos Esteban Cabrerizo.

 

jueves, 5 de agosto de 2021

la muñeca de Kafka

 

La historia de Kafka y la Muñeca perdida.

 

 

                En cierta ocasión, el famoso escritor Franz Kafka, paseando por un parque encontró a una niña llorando desconsolada porque había perdido su muñeca. 

Kafka se ofreció a ayudar a buscar a la muñeca y se dispuso a reunirse con ella al día siguiente en el mismo lugar.

Incapaz de encontrar a la muñeca, compuso

una carta “escrita” por la muñeca y se la leyó cuando se reencontraron:- “Por favor no me llores, he salido de viaje para ver el mundo. Te voy a escribir

sobre mis aventuras ...“- Este fue el comienzo de muchas cartas. 

Cuando él y la niña se reunían, él le leía estas cartas cuidadosamente compuestas de aventuras imaginarias sobre la querida muñeca . La niña fue consolada.

Cuando las reuniones llegaron a su fin, Kafka le regaló una muñeca. Ella obviamente se veía diferente de la muñeca original . Una carta adjunta explicó:-"

mis viajes me han cambiado … " - 

Muchos años más tarde, la chica ahora crecida, encontró una carta metida en una grieta desapercibida dentro de la muñeca. En resumen, decía: - "Cada cosa

que amas, es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente"- . 

 

La niña, en su proceso de crecimiento, aprende que es posible afrontar una pérdida. El amor siempre estará presente y podrá transformarse...

¿A dónde habrán viajado nuestras muñecas de la infancia?

miércoles, 4 de agosto de 2021

SORIA EN LA VIDA DE ANTONIO MACHADO

SORIA EN LA VIDA DE ANTONIO MACHADO

 

En mi condición de soriano, profesor, admirador y amante de la obra de Antonio Machado, como forma de expresión de esta admiración, comento un largo artículo del profesor José María Martínez Laseca, Escritor (investigador, ensayista, articulista y poeta)., natural de Almajano (Soria), 1955, profesor de Lengua Castellana y Literatura en institutos de Burgos y Soria, en el que de una forma brillante y , para mí, acertada, expone la influencia en la vida y obra de Antonio Machado en su breve paso por Soria de tan sólo 5 años, al tiempo que completo con mi visión y aportación..

Antonio Machado llega a Soria el martes, 30 de abril de 1907 y sale de Soria hacia Baeza tras la muerte de Leonor que tiene lugar el 1 de agosto de 1912

En el escaso tiempo que estuvo en Soria se identifica con su tierra, sus paisajes, sus gentes, con la misma historia de Castilla y por extensión de España.

Este breve tiempo 1907 a 1912 fue uno de los momentos que de un modo más intenso marcó su vida, tanto en la parte creativa como poeta, como en la parte humana por la intensa vivencia de su amor con Leonor, ese amor tierno, joven y apasionado que le hizo rejuvenecer, como por la tragedia y desgarro que supuso la muerte de su amada.

Antonio Machado era un hombre de mundo. Había vivido en grandes ciudades como su Sevilla de infancia y su Madrid de adolescencia y juventud dorada y bohemia; además, por dos veces, en 1899 y 1902 pasó unas temporadas de trabajo en París.

Con estos antecedentes, en la recoleta y pequeña ciudad de Soria, la más pequeña de las capitales de España, unos 7000 habitantes en aquel momento, Antonio Machado encontrará el lugar de retiro ideal para su alma meditativa y como motivo de inspiración para su obra poética. Soria le aportó al poeta un doble impacto del pasado: belleza y decadencia, y Antonio Machado agradecido a Soria, le correspondió con su poemario “Campos de Castilla” de 1912, que puso a Soria en el mapa de la vida cultural española.

En larga carta, de junio de 1913, remitida a Miguel de Unamuno desde Baeza, Antonio Machado le decía lo siguiente: “Tengo motivos que usted conoce para un gran amor a la tierra de Soria; pero tampoco me faltan para amar a esta Andalucía donde he nacido. Sin embargo, reconozco la superioridad espiritual de las tierras pobres del alto Duero. En lo bueno y en lo malo supera aquella gente.”

Tiempo después al evocar los días de su paso por Soria, como la época más satisfactoria de su existencia: “Si la felicidad es algo posible y real –lo que a veces pienso–, yo la identifico mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer”.

Asimismo, en el prólogo a “Campos de Castilla” de 1917 Machado manifestaba públicamente: “Cinco años en la tierra de Soria, hoy para mi sagrada –allí me casé; allí perdí a mi esposa, a quien adoraba–, orientaron mis ojos y mi corazón hacia lo esencial castellano. Ya era además muy otra mi ideología”

Estos aspectos quedaron recogidos en el libro “Campos de Castilla, publicado en abril de 1912, unos meses antes de la muerte de Leonor, que se produjo el 1 de agosto de 1912.

Visto lo anterior, queda muy claro que, tras su obligada marcha de Soria, cuando Antonio Machado evoca su vida pasada en esta ciudad castellana, ha de reconocer que en cuanto a su deuda contraída, al amor de Leonor debe añadir el haber hecho suyo un paisaje que considera esencial y el espíritu de sus gentes.

Antonio Machado solo volvió una vez a la ciudad: fue el 5 de octubre de 1932, momento del homenaje que los sorianos le dedicaron al tiempo que fue nombrado hijo adoptivo. El acto tuvo lugar en la ermita de San Saturio, una placa lo recuerda. Desde entonces, el paraje es conocido como ‘El Rincón del Poeta’.

 

UN LIBRO CAPITAL: “CAMPOS DE CASTILA”, DE 1912

Ya viviendo en Soria, Machado venía escribiendo poemas que, intentó publicar a finales de 1910, esto no se produjo hasta 1912. Esta primera edición de Campos de Castilla, contenía 54 poemas, 9 correspondían a “Campos de Soria. A pesar del éxito obtenido de críticas y ventas, tan sólo recibió 300 pesetas.

En ediciones posteriores, Machado fue añadiendo materiales, pasando de los 54 poemas iniciales a los 123 de las Poesías completas (1936). Los "proverbios y cantares" aumentaron de 29 a 53, y los "elogios" de dos a doce.

En este libro no existe una temática con una unidad formal como pudo haber en “Soledades. Galerías. Otros poemas” de 1907. El choque que le produjo a su llegada a Soria, esta España profunda le hizo enfrentarse y cambiar expresando sus juicios y pensamientos sin cortapisas, crudamente, sin adornos, siguiendo sus convicciones éticas y regeneracionistas.

En “Campos de Castilla”, los temas que encontramos hacen referencia principalmente a el paisaje castellano y sensibilidad del poeta ante este paisaje, el amor y la muerte de Leonor. La visión crítica de Castilla..

: El poemario “Campos de Castilla” es consecuencia de la vivencia del poeta en Soria y hay que situarlo en el contexto histórico de finales del siglo XIX: el de la España desmoralizada a causa del desastre político, económico, social y cultural, que provocó la pérdida de sus últimas colonias.

Por eso Antonio Machado se sirve del mito de Castilla, como metáfora de España para marcar ese contraste entre el ayer glorioso y las miserias del presente.

De este modo, el paisaje castellano, sus tierras y las personas que lo habitan, contemplado con profunda emoción, constituyen el sentido vertebrador del libro, sus habitantes e historia le sirven ahora al poeta para mostrar la conducta de los españoles.

Critica por un lado a quienes envidian y no trabajan y, por otro, alaba a los que con su esfuerzo hacen avanzar al país.

Machado tiene una idea de España muy clara, no puede esperarse nada de la España frívola, hipócritamente piadosa, aburrida y fanfarrona, que pasara de un ayer vano a un mañana efímero ,aspirando a otra España, trabajadora, vigorosa y compasiva.

En “la tierra de Alvargonzález”;incluída en “Campos de Castilla”, al tiempo que recoge la tradición literaria del romance, parece querer señalar el cainismo como parte del carácter español.

 

Al igual que “Soledades”, también “Campos de Castilla” es producto de una compilación de poemas sueltos publicados en su mayoría, antes, en revistas y periódicos. Machado lo acometió ante la imperiosa necesidad de cubrir los gastos que le suponía su viaje a París becado por la Junta de Ampliación de Estudios, acompañado de su esposa Leonor Izquierdo Cuevas.

 

Dentro de esta temática, encontramos tres partes diferenciadas.

 

La primera agrupa poemas escritos en 1909, como “Amanecer de otoño” o “Pascua de resurrección”, que son estampas de Soria vistas por el poeta recién llegado.

 

En la segunda estarían los de 1910, que son los más “noventayochistas” y hostiles, referidos al paisaje y al paisanaje sorianos. Entre ellos “A orillas del Duero”, “Por tierras de España” o el cainita de “La tierra de Alvargonzález”, severa crítica del campo castellano.

 

Y la tercera, de 1911, incluye el friso de “Campos de Soria”, de identificación cordial del poeta con el paisaje soriano por la influencia benéfica de Leonor Izquierdo.

Esto lo podemos encontrar con una detenida lectura de muchos pasajes de “Tierras de Castilla”

 

Además, en “Campos de Castilla” de 1912 aparecía una muestra de su poesía breve, aforística y filosófica. Son sus primeros “Proverbios y cantares” con los que Machado ensaya nuevos caminos líricos.

Tanto “Campos de Castilla” (1912), como “Soledades” se vieron ampliados con nuevos poemas que se añaden a los iniciales de Campos de Castilla.

Por estar escritos en su mayoría en Baeza remitirán ahora tanto al paisaje como al paisanaje de la alta Andalucía, en claro paralelismo con el proceso de sus años de Soria. Y, en este caso, con marcada crítica hacia la clase de señoritos provincianos. Pero, también se le añadieron, como hemos dicho, los trece poemas del denominado “ciclo de Leonor”, expresando su dolorido sentir por la temprana muerte de su joven esposa.

Culmina con el poema “Otro viaje”, y lo abre “A un olmo seco. Se trata de uno de los más bellos cantos de vida y esperanza que jamás se han escrito

 

Este poeta del pueblo, sigue vigente y vivo a través de sus versos que se siguen recitando. . Su lenguaje poético es sobrio, claro y profundo, al tiempo que muestra una cálida y entrañable humanidad en “ese diálogo del hombre con su tiempo”.

En poesía, Antonio Machado, tiene una personalidad definida y trascendente, una calidez y hondura en el enfoque de los problemas humanos, una inigualada identificación con la tierra de Castilla y una fidelidad a sí mismo y a sus ideas. De ahí su cercanía y la fama conseguida como poeta nacional y universal.

Esta figura Universal, tratan de apropiárselo políticos de uno u otro signo.

En definitiva, Soria marcó la vida de Machado y Antonio Machado señaló a la pobre y austera Soria en el mapa universal, porque universales son sus versos.

 

No me resisto a poner esta parte del extenso poema “CAMPOS DE SORIA” .

 

VI

¡Soria fría, Soria pura,

cabeza de Extremadura,

con su castillo guerrero

arruinado, sobre el Duero;

con sus murallas roídas

y sus casas denegridas!

¡Muerta ciudad de señores

soldados o cazadores;

de portales con escudos

de cien linajes hidalgos,

y de famélicos galgos,

de galgos flacos y agudos,

que pululan

por las sórdidas callejas,

y a la medianoche ululan,

cuando graznan las cornejas!

¡Soria fría! La campana

de la Audiencia da la una.

Soria, ciudad castellana

¡tan bella! bajo la luna.

VII

¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas

por donde traza el Duero

su curva de ballesta

en torno a Soria, obscuros encinares,

ariscos pedregales, calvas sierras,

caminos blancos y álamos del río,

tardes de Soria, mística y guerrera,

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor! ¡Campos de Soria

donde parece que las rocas sueñan,

conmigo vais! ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas!…

VIII

He vuelto a ver los álamos dorados,

álamos del camino en la ribera

del Duero, entre San Polo y San Saturio,

tras las murallas viejas

de Soria barbacana

hacia Aragón, en castellana tierra.

Estos chopos del río, que acompañan

con el sonido de sus hojas secas

el son del agua, cuando el viento sopla,

tienen en sus cortezas

grabadas iniciales que son nombres

de enamorados, cifras que son fechas.

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis

de ruiseñores vuestras ramas llenas;

álamos que seréis mañana liras

del viento perfumado en primavera;

álamos del amor cerca del agua

que corre y pasa y sueña,

álamos de las márgenes del Duero,

conmigo vais, mi corazón os lleva!

IX

¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,

tardes tranquilas, montes de violeta,

alamedas del río, verde sueño

del suelo gris y de la parda tierra,

agria melancolía

de la ciudad decrépita.

Me habéis llegado al alma,

¿o acaso estabais en el fondo de ella?

¡Gentes del alto llano numantino

que a Dios guardáis como cristianas viejas,

que el sol de España os llene

de alegría, de luz y de riqueza!

 

 

Marcos Esteban Cabrerizo.

martes, 3 de agosto de 2021

"Carta de Antonio Machado al escritor ruso David Vigodsky".

"Carta de Antonio Machado al escritor ruso David Vigodsky".

 

20 de febrero de 1937.

 

Mi querido y lejano amigo:

 

Con algún retraso me llega su amable carta del 23 de enero, que habría contestado a vuelta de correo, si mis achaques habituales no se hubiesen complicado con una enfermedad de los ojos, que me ha impedido escribir durante varios días.

 

En efecto, soy viejo y enfermo, aunque usted por su mucha bondad no quiera creerlo: viejo, porque paso de los sesenta, que son muchos años para un español; enfermo, porque las vísceras más importantes de mi organismo se han puesto de acuerdo para no cumplir exactamente su función. Pienso, sin embargo, que hay algo en mí todavía poco solidario de mi ruina fisiológica, y que parece implicar salud y juventud de espíritu, si no es ello también otro signo de senilidad, de regreso a la feliz creencia en la dualidad de sustancias.

 

De todos modos, mi querido Vigodsky, me tiene usted del lado de la España joven y sana, de todo corazón al lado del pueblo, de todo corazón también enfrente de esas fuerzas negras –¡y tan negras!– a que usted alude en su carta.

 

En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos –nuestros barinas– invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud.

 

He visto con profunda satisfacción la intensa corriente de simpatía hacia Rusia que ha surgido en España. Esta corriente es, acaso, más honda de lo que muchos creen. Porque ella no se explica totalmente por las circunstancias históricas en que se produce, como una coincidencia en Carlos Marx y en la experiencia comunista, que es hoy el gran hecho mundial. No. Por debajo y por encima y a través del marxismo, España ama a Rusia, se siente atraída por el alma rusa. Lo tengo dicho hace ya más de quince años, en una fiesta que celebramos en Segovia, para recaudar fondos que enviar a los niños rusos. «Rusia y España, se encontrarán un día como dos pueblos hondamente cristianos, cuando los dos sacudan el yugo de la iglesia que los separa.»

 

Leyendo hace unos meses «El Adolescente», de Dostoïevski -vuestro gran DostoIevski- encontré algunas páginas, en mi opinión proféticas, que me afirman en la idea que tuve siempre del alma rusa. Un personaje de esta novela, Versilov -cito y resumo de memoria, porque mis libros se han quedado en Madrid-, dice, conversando con su hijo, que llegará un día en que los hombres vivan sin Dios. Y cuando se haya agotado esa gran fuente de energía que les prestaba calor y nutría sus almas, los hombres se sentirán solitarios y huérfanos. Pero añade -y esto es a mi juicio lo específicamente ruso- que él no ha podido nunca imaginar a los hombres como seres ingratos y embrutecidos. Los hombres entonces se abrazarán más estrecha y amorosamente que nunca, se darán la mano con emoción insólita, comprendiendo que, en lo sucesivo, serán ya los unos para los otros. La idea y el sentimiento de la inmortalidad serán suplidos por el sentido fraterno del amor. Claramente se ve cómo Dostoïevski es un alma tan impregnada de Cristianismo, que ni en los días de mayor orfandad y más negro ateísmo que él imagina, puede concebir la ausencia del sentimiento específicamente cristiano. Y expresamente lo dice Versilov, al fin de su discurso, en estas o parecidas palabras: Entre los hombres huérfanos y solitarios veo al Cristo tendiéndoles los brazos y gritándoles: ¿Cómo habéis podido olvidarme?

 

Como maestra de cristianismo, el alma rusa, que ha sabido captar lo específicamente cristiano -el sentido fraterno del amor, emancipado de los vínculos de sangre- encontrará un eco profundo en el alma española, no en la calderoniana, barroca y eclesiástica, sino en la cervantina, la de nuestro generoso hidalgo Don Quijote, que es a mi juicio, la genuinamente popular, nada católica, en el sentido sectario de la palabra, sino humana y universalmente cristina.

 

Uno de los más grandes bienes que espero del triunfo popular en nuestro mayor acercamiento a Rusia, la mayor difusión de su lengua y de su gran literatura, poco y mal conocida aún entre nosotros y que, no obstante, ha dejado ya muy honda huella en España.

 

Con toda el alma agradezco a usted como español la labor de hispanista a que usted ahora se consagra. Por nuestro amigo Rafael Alberti tenía de ella la mejor noticia. Ahora me anuncia usted su traducción de «El Mágico Prodigioso», el magnífico drama de Calderón de la Barca. El teatro calderoniano es a mi juicio la gran catedral estilo jesuita de nuestro barroco literario. Su traducción a la lengua rusa llenará de orgullo y satisfacción a todos los amantes de nuestra literatura.

 

Sobre la tragedia de Unamuno, que es tragedia de España, publiqué una nota en el primer cuaderno de la Casa de la Cultura. Se la copio, levemente retocada para subsanar una errata importante de su texto. Dice así: «A la muerte de don Miguel de Unamuno, hubiera dicho Juan de Mairena: de todos los grandes pensadores, que hicieron de la muerte tema esencial de sus meditaciones, fue Unamuno quien menos habló de resignarse a ella. Tal fue la nota anti senequista -original y españolísima, no obstante, de este incansable poeta de la angustia española- Porque, fue Unamuno todo, menos un estoico, es decir, todo antes que un maestro de resignación a la fatalidad del morirse, le negaron muchos el don filosófico, que poseía en sumo grado. La crítica, sin embargo, debe señalar que, coincidiendo con los últimos años de Unamuno, florece en Europa toda una metafísica existencialista, profundamente humana, que tiene a Unamuno, no sólo entre sus adeptos, sino también -digámoslo sin rebozo- entre sus precursores. De ello hablaremos largamente otro día. Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en guerra. ¿Contra quién? Quizás contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca ni lo creeré jamás.»

 

La muerte de García Lorca me ha entristecido mucho. Era Federico uno de los dos grandes poetas jóvenes andaluces. El otro es Rafael Alberti. Ambos, a mi juicio, se complementaban como expresión de dos aspectos de la patria andaluza: la oriental y la atlántica. Lorca, más lastrado de folklore y de campo, era genuina y esencialmente granadino. Alberti, hijo de un finis terra, la planicie gaditana, donde el paisaje se borra y se acentúa el perfil humano sobre un fondo de mar o de salinas, es un poeta más universal, pero no menos, a su manera, andaluza. Un crimen estúpido apagó para siempre la voz de Federico. Rafael visita los frentes de combate y, acompañado de su brava esposa María Teresa León, se expone a los más graves riesgos.

 

Releyendo, cosa rara en mí, los versos que dediqué a García Lorca, encuentro en ellos la expresión poco estéticamente elaborada de un pesar auténtico, y además, por influjo de lo subconsciente sine qua non de toda poesía, un sentimiento de amarga queja, que implica una acusación a Granada. Y es que Granada, pienso yo, una de las ciudades más bellas del mundo y cuna de españoles ilustres, es también -todo hay que decirlo- una de las ciudades más beocias de España, más entontecidas por su aislamiento y por la influencia de su aristocracia degradada y ociosa, de su burguesía irremediablemente provinciana. ¿Pudo Granada defender a su poeta? Creo que sí. Fácil le hubiera sido probar a los verdugos del fascio que Lorca era políticamente innocuo, y que el pueblo que Federico amaba y cuyas canciones recogía no era precisamente el que canta La Internacional.

 

En Madrid libertado o en Leningrado libre, yo también tendría sumo placer en estrechar su mano. Por de pronto me tiene usted en Valencia (Rocafort) al lado del Gobierno cien veces legítimo de la gloriosa República española y sin otra aspiración que la de no cerrar los ojos antes de ver el triunfo definitivo de la causa popular, que es -como usted dice muy bien- la causa común a toda la humanidad progresiva.

 

En fin, querido Vigodsky, no quiero distraer más su atención. Mis afectos a su hijo, el joven bautista de sus canarios con nombres de ríos españoles. Dígale que me ha conmovido mucho su gentil homenaje a la memoria del poeta querido.

 

Y usted disponga de su buen amigo,

 

Antonio Machado.

 

RV: archiletras

 

El Proyecto archiletras es un interesantísimo objetivo cultural que todos deberíamos visitar periódicamente, porque periódicamente se renueva con nuevas aportaciones, a cuál más interesante que la anterior:

 

https://www.archiletras.com/poemassentidos/el-cipres-de-silos-de-gerardo-diego/