viernes, 31 de diciembre de 2021

CÓMO SE APRENDE A ESCRIBIR

Cómo se aprende a escribir.

Autor: Jorge Claudio Morhain.

 

Esa pregunta ("Cómo se aprende a escribir") me la hacía también yo, cuando era un niño al que le gustaba mucho escribir. ¿Qué carrera debía seguir? ¿Hay una profesión llamada "escritor"? Pues bien, chicos: no la hay. Nunca hice un aprendizaje sistemático de cómo se escribe. Personalmente, lo que me interesó fue la historieta. De modo que tomé un curso de dibujo por correo para aprender la técnica de escribir guiones. Llegué a la conclusión de que no la había. Compré el libro de Poe sobre la forma de escribir un cuento y estudié la Escuela Media, donde me enseñaron las nociones de géneros literarios, gramática, sintaxis y todo ese jazz. Así que con sólo eso comencé a escribir historietas, y escribí incansablemente hasta llegar a 5.200. Pronto me pidieron cuentos, y apliqué la técnica de Poe y otros, y cuando debí escribir una novela me cuidé de que el lector quedara siempre "enganchado" al final de cada capítulo, con una ansiedad que lo llevara a seguir leyendo: lo conseguí. Pero, en fin, en realidad hay dos métodos mágicos para aprender a escribir. Hay quien se los salta, y vemos esos escribientes de páginas notariales que intentan contar alguna historia desvaída; o algún magnífico cuento frustrado, donde la falta de vocabulario o sintaxis lo vuelve insufrible. A ellos les ha faltado alguna de las dos etapas mágicas, que recomiendo sincera y efusivamente: Leer. En cantidades industriales, y no sólo aquello que nos gusta. Procurar, al menos al principio, leer todo lo que caiga en sus manos: prospectos médicos, boletos de las carreras, periódicos de fútbol, reseñas científicas, novelas rosas, novelas verdes, novelones, cuentos, poesías, teatro, etc. Escribir. Nunca te rindas. No importa que no te guste lo que hagas. A la mayoría no nos gusta de entrada (al cabo de muchos años lo reelerás y dirás: "¿Cómo hacía para escribir tan bien?"). No importa que nos pronostiquen una vida de encargado de estacionamiento, no importa que el estilo sea raro, no importa nada. Escribe, escribe, y búscate quien te lea. De última, siempre habrá alguien del sexo opuesto dispuesto a comprender lo que haces. Con el tiempo, conseguirás publicar en algún lado. Ganar un premio, miserablemente, ayuda muchísimo (digo miserablemente porque la mayoría de los concursos son trucados, porque no siempre se elige al mejor, y porque si pierdes —como yo— te queda una mala leche de por vida). Y, cuando tengas un tema, una idea, un esbozo, toma algunos de estos consejos, sacados de un curso de historieta que a veces dicto: Llamo premisas básicas a: Capacidad. Esto quiere decir saber escribir. Es posible que nadie escriba un guión de historieta si no sabe escribir. Sí, también en el sentido literal, porque hay casos en el que no tanto las faltas ortográficas como los desconocimientos de gramática y de sintaxis son graves. Pero en general, hay que saber escribir una narración. Conocimiento técnico. Esto es lo que vamos a tratar de dejar en ustedes a través de este curso; el conocimiento de qué es la historieta y cómo se hace. Llamo pasos previos a: Inspiración. Aunque parezcan frases hechas, la inspiración es una cosa que aparece de pronto, y no se sabe de dónde. Suele aparecer de un pedido editorial, de la necesidad de dinero, etc. Sí, eso es lo más corriente. Pero, vean qué cosa, eso suele ser el motivo pero no la inspiración. A mí se me han ocurrido historias soñando, leyendo otras historietas (lo más frecuente), viendo cine (también sirve), o simplemente, y esto es casi siempre así, pensando algún planteo más o menos clásico, y plantando los personajes. Después empiezo a escribir y trabajan solos. A veces usan ese planteo clásico, pero lo más frecuente es que se vayan por otro lado y al final salga una historia que me haga dar un salto de sorpresa cuando yo mismo me veo escribiendo la resolución final. Es así: inexplicable. No tengo fórmulas ni recetas. Base argumental. Esto es lo que decía, plantearse una historia coherente, con algunos pasos generales. Como esas clásicas del cine americano: chico busca chica - chico encuentra chica - chico pierde chica - chico lucha para reencontrar chica - chico encuentra chica. Documentación. Una vez que uno tiene el tema y la base argumental hay que documentarse: ver, leer, investigar sobre el tema. Aunque después no se use, es imprescindible saber de qué se escribe. Judith Merril y Theodor Sturgeon dicen al respecto: "No escribas una palabra hasta que hayas imaginado toda la escena: la habitación o los exteriores; los personajes incluidos los secundarios; los colores y las formas, el tiempo, las ropas, los muebles, todo. Luego describe solo aquéllo que se relacione con la acción: o no describas nada sino las acciones y los personajes". Eso nos lleva a la instrumentación. Coherencia. Toda historia será creíble —por más disparatado que sea el argumento, los personajes o el ambiente— si es coherente. Personajes: Deben estar bien definidos, bien individualizados, y cuanto menos mejor. Ambientación: Hay que seguir la premisa anterior. Saber exactamente dónde se mueven los personajes, consultar mapas, fotos, todo. Y después sintetizar en las descripciones al máximo. La otra frase de Merril y Sturgeon dice: "Se empieza con un personaje de una personalidad de trazo fuerte, incluso dominante. Se lo coloca en una situación que niegue de algún modo un rasgo vital. Se observa cómo resuelve el problema el personaje. Procura visualizar todo cuanto escribas". Estos autores hablan del escritor de cuento. Para el escritor de historieta visualizar, "ver" con la mente el cuadrito dibujado, es imprescindible.

jueves, 30 de diciembre de 2021

EL ORIGEN DE LOS CUENTOS

 

El origen de los cuentos.

Víctor Montoya.

 

 

El escuchar y el contar son necesidades primarias del ser humano. La necesidad de contar también resulta del deseo de hacerlo, del deseo de divertirse a

sí mismo y divertir a los demás a través de la invención, la fantasía, el terror y las historias fascinantes. Es en este deseo humano en el cual la literatura

tiene sus orígenes. Hans Magnus Enzensberger considera que el analfabeto primero, clásico, no sabía leer ni escribir, pero sabía contar. Era el depositario

y transmisor de la tradición oral y, por lo tanto, el inventor de los mitos y leyendas.

 

La tradición oral y los cuentos populares

 

Las culturas de todos los tiempos tuvieron deseos de contar sus vidas y experiencias, así como los adultos tuvieron la necesidad de transmitir su sabiduría

a los más jóvenes para conservar sus tradiciones y su idioma, y para enseñarles a respetar las normas ético-morales establecidas por su cultura ancestral,

puesto que los valores del bien y del mal estaban encarnados por los personajes que emergían de la propia fantasía popular. Es decir, en una época primitiva

en que los hombres se transmitían sus observaciones, impresiones o recuerdos, por vía oral, de generación en generación, los personajes de los cuentos

eran los portadores del pensamiento y el sentimiento colectivo. De ahí que varios de los cuentos populares de la antigüedad reflejan el asombro y temor

que sentía el hombre frente a los fenómenos desconocidos de la naturaleza, creyendo que el relámpago, el trueno o la constelación del universo poseían

una vida análoga a la de los animales del monte. Empero, a medida que el hombre va descubriendo las leyes físicas de la naturaleza y la sociedad, en la

medida en que avanza la ciencia y el conocimiento de la verdad, se va dando cuenta de que el contenido de los cuentos de la tradición oral, más que narrar

los acontecimientos reales de una época y un contexto determinados, son productos de la imaginación del hombre primitivo; más todavía, los cuentos que

corresponden a la tradición oral, además de haber sufrido modificaciones con el transcurso del tiempo, no tienen forma definitiva ni única, sino fluctuante

y variada: a la versión creada por el primer narrador, generalmente anónimo, se agregan los aciertos y torpezas de otros narradores que, a su vez, son

también anónimos. Las modificaciones tampoco han sido iguales en todos los tiempos y lugares, de manera que existen decenas y acaso centenas de versiones

de un mismo cuento.

 

"El cuento -en general- es una narración de lo sucedido o de lo que se supone sucedido", dice Juan Valera. Esta definición admite dos posibilidades aplicables

a la forma y el contenido: cuento sería la narración de algo acontecido o imaginado. La narración expuesta oralmente o por escrito, en verso o en prosa.

Cuento es lo que se narra, de ahí la relación entre contar y hablar (fabular, fablar, hablar). Es también necesario añadir que, "etimológicamente, la palabra

cuento, procede del término latino computare, que significa contar, calcular; esto implica que originalmente se relacionaba con el cómputo de cifras, es

decir que se refería, uno por uno o por grupos, a los objetos homogéneos para saber cuántas unidades había en el conjunto. Luego, por extensión paso a

referir o contar el mayor o menor número de circunstancias, es decir lo que ha sucedido o lo que pudo haber sucedido, y, en este último caso, dio lugar

a la fabulación imaginaria" (Cáceres, A., 1993, p. 4).

 

Ningún género literario ha tenido tanto significado como los cuentos populares en la historia de la literatura universal. El cuento, a diferencia del episodio

único de la fábula o la exaltación de seres extraordinarios del mito y la leyenda, tiene muchos más episodios y un margen más amplio que permiten explayar

personajes y acciones diversas. Otra diferencia es que el resultado final de los cuentos no siempre es optimista o feliz como en la fábula, la leyenda

y el mito, cuyos atributos son la valentía, la inteligencia y el heroísmo de sus personajes. En el mundo del cuento todo es posible, pues tanto el transmisor

como el receptor saben que el cuento es una ficción que toma como base la realidad, pero que en ningún caso es una verdad a secas.

 

No obstante, la sabiduría del pueblo no ha titubeado, desde que el mundo es mundo, en aceptar como verdad el argumento de la leyenda, el mito y la fábula

hechos cuentos, ya que sus personajes y acciones recogen las narraciones contadas -y quizá cantadas- por el pueblo. En tal sentido, el relato oral fue

durante siglos el único vehículo de transmisión del cuento, no sólo para deleite de los mayores, sino también para la distracción de los niños, debido

a que el cuento contiene elementos fantásticos, que cumplen la función de entretener a los oyentes y enseñarles a diferenciar lo que es bueno y lo que

es malo.

 

El origen del cuento se remonta a tiempos tan lejanos que resulta difícil indicar con precisión una fecha aproximada de cuándo alguien creó el primer cuento.

Se sabe, sin embargo, que los más antiguos e importantes creadores de cuentos que hoy se conocen han sido los pueblos orientales. Desde allí se extendieron

a todo el mundo, narrados de país en país y de boca en boca. Este origen oriental se puede aún hoy reconocer sin dificultad en muchos de los cuentos que

nos han maravillado desde niños, y que todavía los leemos o narramos. Así, en muchos casos son orientales sus personajes, sus nombres y su manera de vestir,

sus bosques o sus casas y también su forma de comportarse, su mentalidad y, en muchos casos, la "moral" del cuento. Y, por último, es también típica del

mundo oriental la manera de entender y de vivir la vida reflejada en los cuentos.

 

Cuentos orientales

 

Las colecciones más importantes y conocidas de cuentos orientales traídos a Europa y de Europa a América son:

Las mil y una noches

y

Calila y Dimna.

Una y otra fue motivo de versiones, adaptaciones o imitaciones por parte de las literaturas europeas, desde las mediterráneas hasta las anglosajonas. Es

más, "la palabra contar, con la significación de referir hechos, se la encuentra ya en el Calila y Dimna, cuya versión castellana data aproximadamente

del año 1261. En realidad el Calila y Dimna es una de las más extensas y originales colecciones de apólogos orientales; al parecer su recopilador Barzuyeh,

médico de Cosroes I, rey de Persia, dio a conocer la existencia de estos apólogos entre los años 531 y 570. Cabe recordar que el apólogo es la forma más

antigua con que se conoce el cuento; en tal sentido, el apólogo también es definido como una ficción narrada, más concretamente como un hecho real del

que se puede sacar una enseñanza moral (Cáceres, A., 1993, p. 4).

 

Ya en el siglo X, los primeros cuentos de origen árabe y persa llegaron a Europa en boca de mercaderes, piratas y esclavos. Más tarde, éstos mismos, diseminados

en disímiles versiones, llegaron a otros continente tras la circunnavegación y el descubrimiento. La prueba está en que un mismo cuento puede encontrarse

en distintos países; por ejemplo, "

La Cenicienta",

que probablemente honda sus raíces en los albores de la lucha de clases, conoce más de trescientas variantes, y deducir su verdadero origen, como el de

muchos otros cuentos -entre ellos del germano "Rosa Silvestre" y el francés "

La bella durmiente del bosque",

que son variantes de un mismo tema-, sería un cometido casi imposible. Asimismo, muchos de los cuentos folklóricos, como los compilados por los hermanos

Grimm y Charles

Perrault,

no tienen autores ni fechas, y aunque en un principio hubiesen sido invenciones de algunos cuentistas anónimos, en nada contribuiría a nuestro análisis,

ya que estos cuentos, con el transcurso del tiempo, sufrieron una serie de modificaciones según las costumbres y creencias religiosas de cada época y cultura.

 

Existen varias teorías acerca del origen de los cuentos, pero se sabe que muchos de ellos tienen su origen en el lejano Oriente. Los primeros cuentos árabes

se hallan impresos en rollos de papiro desde hace más de 4000 años. Aquí se menciona por primera vez a las hadas que, según cuenta la tradición, aparecían

en el nacimiento de un niño para ofrecerle regalos y señalarle el camino de la dicha o la desgracia, como en el príncipe condenado a muerte, que data de

1500 años antes de J. C. No en vano Montegut se adelantó en decir que, las hadas tienen su origen en Persia, "en ese pueblo espiritual, sutil y voluptuoso,

el más fino de Asia. Salieron de esos enjambres de espíritu elementales que hizo nacer la doctrina del dualismo y obedecieron a los encantamientos y a

las invocaciones de los magos. Ahí pasaron su larga y voluptuosa infancia jugando en la luz, en un aire seco y puro en todos los países con el polvo del

Irán, en donde se detuvieron los viajeros y los extranjeros que las llevaron con ellas, sin saberlo, en el pliegue de sus ropas, en un pliegue de su turbante

y las sacudieron en seguida, junto con el polvo llevado del Irán, en donde se detuvieron" (Montegut, E., 1882, p. 654).

 

Los cuentos de procedencia oriental, como los cuentos de hadas que tienen su origen en las leyendas y el folklore de los primeros tiempos, tienen el soporte

de la fantasía y comienzan de una forma tradicional: "Érase una vez, un rey en Egipto que no tenía ningún hijo... Hace mucho, muchísimos años, en un lejano

país del Oriente, allá donde el sol asoma cada mañana con su cara de oro y fuego, hubo un rey muy poderoso y cruel..." Lo que sigue a continuación no es

más que la fusión de la realidad y la fantasía, del mito y la leyenda; fuentes de las cuales bebieron poetas y cuentistas, como si hubiesen mamado de una

misma madre, quizá por eso existe tanto parecido entre los libros de unos y de otros.

 

Las mil y una noches

 

El lejano Oriente fue también la cuna de

Las mil y una noches,

célebre colección de cuentos que nos abre las puertas de un mundo lleno de encantos y alucinaciones, narraciones de aventuras fascinantes que proceden de

siglos diferentes y cuya redacción definitiva es posterior al siglo XVI. Las mil y una noches es, pues, una creación colectiva de árabes, persas, judíos

y egipcios, que escribieron en un estilo popular, lleno de expresiones que no pertenecen al árabe clásico, y aún a veces haciendo uso de dialectos, como

en el cuento de "Aladino y la lámpara maravillosa", que fue escrito en dialecto siríaco.

 

Esta colección de cuentos que pinta poéticamente la vida de los hombres del Oriente, y, particularmente, la astucia de las mujeres del harén, es una joya

literaria y una "caja de Pandora", que encierra las figuras más inverosímiles de la imaginación y la fantasía. De principio a fin, los cuentos están cargados

de un enorme poder sugestivo, a pesar de que la historia se inicia con un rey, quien en venganza del daño que le causó su primera esposa, da muerte a las

demás una vez celebrada la noche de bodas, hasta el día en que contrae matrimonio con la hija del visir de su reino, con la joven y hermosa Schahrazada,

quien, para evitar su muerte, relata a su hermana Doniazada y a su esposo, el rey, los episodios de una historia que se prolonga durante mil y una noches

-y no mil-, seguramente debido a las supersticiones que los árabes tienen con relación a los números enteros, misterio numérico que se conserva hasta nuestros

días.

 

Según las primeras versiones, la historia de Las mil y una noches comienza cuando "el Rey Schahzamán sorprende una noche a su mujer tendida en el lecho,

abrazada con un esclavo, y, desenvainando el alfanje, los deja a ambos muertos sobre los tapices de la cama. Entonces sale a visitar a su hermano, el poderoso

Rey Schahriar. Llega entristecido pero trata de mantener en secreto los acontecimientos. Por casualidad, un día se asoma a una ventana en el palacio y

ve a la mujer de su hermano entregada a libertinajes aún más escandalosos que los de su propia mujer. Al verlo, su humor se levanta un poco, y va a compartir

con el inocente Schahriar su desgracia común. Habiéndose cerciorado de los hechos, Schahriar parte con su huésped para pensar sobre lo que harían. Los

dos hermanos marchan día y noche hasta que llegan a descansar debajo de un árbol, en medio de una solitaria pradera junto al mar. Luego ven brotar del

mar una negra columna de humo. Asustados, los reyes suben a la cima del árbol y miran. La columna se convierte en un efrit -una especie de genio- quien

abre una caja de la cual aparece enseguida una joven de espléndidas proporciones. El efrit cae dormido y la jovencita señala a los dos reyes para que desciendan.

Les enseña un collar compuesto de quinientos setenta anillos cuyos dueños la habían poseído a ella junto a los cuernos insensibles del efrit. Reclama también

los anillos de los dos hermanos y explica que pese a las precauciones extraordinarias tomadas por su raptor, siempre ha sido capaz de burlarle, tan fuerte

es la habilidad de una mujer, una vez que tiene ganas de hacer algo. Ese intervalo milagroso puede entenderse como una clase de vuelo de fantasía del Rey

Schahriar, indicativo del crecer de un profundo y agrio recelo contra todas las mujeres. De este modo el rey experimenta una fuerte transformación, y su

primer acto al volver a casa es mandar degollar a su esposa. Enseguida ordena a su visir que cada noche le lleve una joven virgen. Y cada noche, después

de arrebatarle su virginidad, manda que la maten. Esto continúa durante tres años, hasta que se agota la provisión de vírgenes en el reino, salvo las dos

hijas doncellas del visir mismo. La mayor se llama Schahrazada y la menor Doniazada. Schahrazada propone a su padre para casarse con el rey, con la esperanza

de ser el rescate de muchas otras de entre las manos del rey. El visir lo acepta con mucho dolor, y la lleva al rey. Al llegar la hora fatídica, Schahrazada

implora al rey que le permita despedirse de su querida hermana. Schahriar tiene piedad y mientras le arrebata su virginidad, sus sirvientes van en búsqueda

de Doniazada. La joven, una vez llegada, pide de Schahrazada un cuento de despedida y el rey nuevamente accede. La astuta hija del visir empieza a contar

una historia, pero la deja incompleta. Así coacciona al rey, quien, movido por la curiosidad, le permite vivir otro día para que la historia sea terminada.

Y de esta manera Schahrazada procura narrar sus relatos intrincados y encantadores, noche tras noche, durante mil noches y una noche" (Heisig, J.W., 1976,

 

domingo, 19 de diciembre de 2021

ANALISIS QUÍMICO DEL TIPO DE PALABRAS

 

Decidí leer un libro de nuevo, pero esta vez me fijé en la esencia y composición de sus voces. En esta segunda lectura descubrí los fenómenos naturales y elementos químicos que proporcionaban las palabras

 

Autora: Mar Abad

 

 

La composición química de las palabras

 

Estaba leyendo un libro y, de tanto mirar el papel, empecé a sentir el olor y el tacto de la madera. Seguí leyendo y, al pasar las páginas, noté un viento en la cara. Leí más y se me empaparon las manos. Y al llegar al último capítulo me di cuenta de que en la textura del libro no solo había madera. Estaba la naturaleza entera.

 

Había fuego, agua, aire, metal… Me llevó cientos de páginas pero por fin lo descubrí: esos fenómenos naturales (el viento, la humedad…) y esos elementos químicos (el oxígeno, el azufre…) proporcionaban las palabras. Eran ellas las que daban sabor a los párrafos y a los pasajes que me llevaban por momentos dulces y momentos amargos.

 

Decidí leerlo de nuevo, pero, ahora, en vez de fijarme en el significado de las palabras, busqué su esencia y su composición.

 

Distinguí entonces entre palabras finas y palabras gruesas. A un lado puse las finas (delicadas, cultas, bellas…) y a otro, las gruesas (tacos, insultos, groserías…). Extendí la cinta métrica sobre unas y otras, las puse en una balanza, conté sus letras y vi que no había diferencia de volumen entre ellas. No pesa más cabrón (una voz soez) que inefable (una voz con muchos fans entre las personas cultas). Así que lo único que saqué en claro es que para despreciar algo, lo llamamos gordo. Es decir, somos una cultura gordofóbica.

 

Pensé en otra forma de medirlas y hallé que hay palabras densas, profundas, superficiales… Pero como había sacado la báscula, las fui subiendo una a una, y lo que sí que vi es que algunas pesan poquísimo. Son las palabras huecas y las palabras vacías. Y lo sorprendente es que eran la mayoría. Eran las voces del hablar por hablar que no dicen nada. Las típicas "¿cómo estás?" cuando no te interesa cómo está el otro o el "cuenta conmigo" que luego no mueve un dedo.

 

Quizá por eso, y por su peso, muchas de ellas son las palabras que se lleva el viento. Esas que se dicen y tienen menos sujeción que un globo. Palabras etéreas, palabras volátiles… Aunque bien distintas son las palabras que dan oxígeno (cuando, por ejemplo, sale el cirujano del quirófano y dice que todo ha ido bien).

 

Pasé después a observar la composición química. Encontré palabras metálicas y palabras de acero: eran voces tan firmes y sólidas, que jamás se las lleva el viento. Los que tienen palabras de acero son gente de palabra. Lo explica en una canción el mexicano Fidel Rueda:

 

Por ser un hombre sincero

 

Mis amigos me respetan (...)

 

Mis palabras son de acero

 

Así nací en el planeta

 

A otras, la composición de metal, más que consistencia, les da pesadez. A ver quién aguanta una conversación llena de palabras plomizas.

 

Aunque el escenario contrario no pinta mejor. Frente a la palabra plomiza está la palabra florida («muy escogida», según la RAE). Pero es que… lo florido es tan rococó que hasta en su definición del diccionario hay pringue ornamental: «dicho del lenguaje o del estilo: amena y profusamente exornado de galas retóricas».

 

Entre tanta flor sentí el rocío de la mañana. Era tan abundante que alrededor aparecieron palabras empapadas de connotaciones. Algunas, incluso, eran palabras que caían en papel mojado. Y todo hubiese acabado hecho una sopa si no hubieran surgido de pronto las palabras ardientes de unos amantes que se decían obscenidades y las palabras incendiarias de unos manifestantes ultra que casi nos tiran un contenedor a la cabeza.

 

Los muy malditos gritaban palabras afiladas y palabras cortantes. No dijeron una sola palabra rasa. Más que hablar, parecían escupir. Y luego llegó una persona, que, con calma chicha, soltó palabras venenosas, palabras envenenadas, palabras tóxicas: "A los progres que critican lo que decimos de los menas que les manden uno a casa".

 

Eran palabras hirientes para culpabilizar a unas víctimas. No eran palabras estériles, que no dan fruto. Al contrario: alimentan el miedo y el odio. Y el asunto es tan serio porque el racismo, la xenofobia y la aporofobia son palabras mayores (de mucha importancia y grandes implicaciones).

 

Pero eran palabras tan ácidas y tan amargas que pasé corriendo esas páginas y me fui en busca de palabras… picantes (así llamaban a las palabras que se referían al sexo cuando el sexo era tabú) y palabras dulces. Y así pude cerrar el libro y quedarme con un buen sabor de boca.

 

sábado, 11 de diciembre de 2021

La lluvia amarilla. El retrato de los pueblos abandonados.

La lluvia amarilla.

Por todos los Ainielles. Los que ya quedaron desiertos, los que están a punto de hacerlo y los que se vaciarán. Aunque a muchos les moleste la palabra, su sentido es literal

— El retrato de los pueblos abandonados.

Autora:Cristina Armunia Berges.

Esconderse en un molino para no ser testigo de la marcha de otra familia del pueblo. Para no ver lo irremediable, algo contra lo que no se puede luchar. El vacío. Buscar un escondrijo para que el desertor, otro que tira la toalla en medio de una lenta agonía, no pueda cruzarse contigo y observar tu brutal desolación, la de quedarse solo en el lugar en el que has nacido, crecido y tenido descendencia. Hijos que se fueron con el estallido de la guerra, por una enfermedad incurable de la época o en el éxodo rural posterior. Las historias de abandono de entonces no son como las de ahora, aunque todas comparten trazas de impotencia. Sálvese quien pueda.

 

La lluvia amarilla, que sabe a otoño y a hojas secas, continúa vigente 33 años después de su publicación, ahora sobre las tablas del Teatro Español. Jesús Arbués ha estrenado la primera adaptación de la novela sobre despoblación de Julio Llamazares.

 

¿Qué sienten las personas que resisten en los pueblos mientras ven cómo se marchan sus vecinos? ¿Tiene sentido vivir solo rodeado de viejas casas y de tierras que ya no puedes trabajar sin ayuda? Y si te picase una víbora estando solo, ¿serías capaz de sobrevivir a eso?

 

"Y, entre tanto abandono y tanto olvido, como si de un verdadero cementerio se tratara, muchos de los llegados conocerán por vez primera el terrible poder de las ortigas cuando, adueñadas ya de las callejas y los patios, comienzan a invadir y a profanar el corazón y la memoria de las casas", dice Andrés, el protagonista de La lluvia amarilla, después de mucho tiempo solo.

 

¿Y si las casas hablasen?

 

Por todos los Ainielles. Los que ya quedaron desiertos, los que están a punto de hacerlo y los que se vaciarán. Aunque a muchos les moleste la palabra, su sentido es literal. Los pueblos de interior, las zonas rurales, siguen un lento camino hacia el vacío total por falta de servicios, de vivienda y de oportunidades laborales. Ante la multitud de términos para describirla (rural, interior, vacía o vaciada), existe una sola realidad: lugares que atesoran tantas historias como número hubo de pobladores. Espacios en los que ya no queda nada. Ni recuerdos. La incomodidad de los términos seguramente sea lo de menos y quien califica el creciente interés sobre lo que pasa en los pueblos de moda pasajera se equivoca. El libro de Llamazares con los desgarradores pensamientos de su protagonista se publicó en el año 1988 y sigue completamente vigente.

 

Andrés, el último habitante de Ainielle, un pequeño pueblo perteneciente al municipio de Biescas, en el Pirineo, relata cómo han sido sus últimos años en el lugar, que parece recóndito, pero no lo es tanto. Ainielle no es más que otro ejemplo de lugar deshabitado. En España hay 713 núcleos de población deshabitados y más de 6.000 zonas diseminadas en las que ya no vive nadie, según los datos del Instituto Geográfico Nacional.

 

"Gritar ahí fuera sería como hacerlo en mitad de un cementerio. Gritar ahí fuera únicamente serviría para turbar el equilibrio de la noche y el sueño vigilante de los muertos", se narra en los primeros compases de esta historia. Está solo. Con la única compañía de su vieja perra, que no tiene nombre y ni falta que le hace, ya que no hay más animales en el pueblo que puedan confundirse y acudir a su llamada.

 

La lluvia amarilla es la antesala del frío y el aviso de que se acerca el invierno, que cae como un martillo sobre los pueblos. Antes y ahora. Todavía hoy, el frío significa aislamiento y añoranza. Del mismo modo que la primavera, con el esperado deshielo, devuelve a la vida y llena de agua a los pueblos de montaña.

 

La lluvia amarilla es también melancolía.

 

"Pero, de pronto, hacia las dos o las tres de la mañana, un viento suave se abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron de repente de una lluvia compacta y amarilla. Eran las hojas muertas de los chopos, que caían, la lenta y mansa lluvia del otoño que de nuevo regresaba a las montañas para cubrir los campos de oro viejo y los caminos y los pueblos de una dulce y brutal melancolía", describe el libro.

 

Aun sabiendo que el desenlace es inevitable, parece razonable desear que Sabina salga del molino y se encuentre con Andrés, con sus niños, y con el resto de los vecinos, como si no hubiera pasado nada. "La marcha de los de Casa Juan Francisco fue el comienzo tan sólo de una larga e interminable despedida, el inicio de un éxodo imparable que, dentro de muy poco, mi propia muerte convertirá en definitivo".

 

 

jueves, 21 de octubre de 2021

ALGO DE TOLSTOY

Algo de Tolstói

Autor: Tennessee Williams

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Estaba cansado y me sentía fracasado: el sitio parecía un agujero silencioso en el que una persona podría ocultarse de un mundo que parecía totalmente

en contra de ella; y finalmente, Brodzki quiso que su hijo fuera a la universidad; esos fueron los motivos por los que me convertí en empleado de la librería.

La mañana que llegué al trabajo había recorrido las calles durante varias horas con aire atolondrado. En el escaparate de la librería aquel cartel primorosamente

escrito, SE NECESITA EMPLEADO, atrajo mi atención. Entré y encontré al propietario, un hombre lúgubre de aspecto judío, al fondo de la tienda, sentado

detrás de una mesa de despacho enorme con libros amontonados encima. Me miró de modo penetrante. Lo que le indujo a contratarme me resulta difícil de imaginar.

Yo tenía la cara demacrada y el cuerpo consumido debido al insomnio, difícilmente podría haber ofrecido un aspecto muy atractivo. Quizá algo mío le hizo

saber el hecho de que yo trabajaría con aplicación y fidelidad a cambio de solo la tranquila y sombría seguridad que su pequeña librería me podía ofrecer.

En todo caso, conseguí el trabajo y lo encontré muy parecido a lo que quería. Mi vida era gris, pero su grisura quedó compensada, si era compensación lo

que necesitaba, con la fortuna de ser testigo de un drama que no era menos intenso, estoy seguro, que cualquiera de los contenidos en los miles de volúmenes

que atestaban las polvorientas estanterías de la librería.

En aquella época el hijo de Brodzki tenía dieciocho años. Era del tipo de jóvenes judíos rusos espirituales, místicos, de cuerpo escuálido, piel oscura,

rasgos delicados, proporcionados. Nunca le llegué a conocer bien. Nadie lo hizo, pues era huidizo como un animalillo salvaje; el tipo de persona a la que

le es completamente imposible acercarse a cualquier distancia socialmente aceptable. Este relato es sobre él; su padre murió a los dos meses de darme el

empleo.

El joven Brodzki estaba tremendamente enamorado, y la chica no era judía. Por eso el viejo señor Brodzki quería que el chico fuera a la universidad. Como

la mayoría de los otros judíos de su generación, se oponía desesperadamente al matrimonio de su hijo con una cristiana, y parecía que los dos, si los dejaban

en paz, derivarían inevitablemente hacia el matrimonio. El chico estaba con ella todo el tiempo. Nunca estaba con nadie más. Se habían criado juntos; jugado

toda su infancia en la misma escalera de incendios trasera; crecieron, se podría decir, el uno para el otro.

No eran completamente semejantes. Existían, claro, las habituales diferencias raciales; la diferencia de la sangre gala con la sangre hebrea, que casi

es la diferencia entre el sol y la luna. Pero había más que eso. Había una absoluta antítesis de temperamentos. Él era, como he dicho, tímido, espiritual

y místico; ella era algo así como una fuerza salvaje; llena de vitalidad animal, de vida y entusiasmo.

A pesar de eso, se querían enormemente desde la infancia. Él había estado solo, supongo, y ella había estado desatendida.

Cuando la vi por primera vez era una chica de aspecto encantador. Su cuerpo parecía una expresión perfecta de su espíritu. Despedía luz y calor. Pero lo

más encantador de todo lo suyo era la voz. A menudo, por las tardes, ella le cantaba, y con tal encanto irresistible que yo nunca podía dejar de escucharla,

cualquiera que fuesen mis ocupaciones o pensamientos.

Poco después de que yo hubiera reemplazado al joven Brodzki como empleado de su padre y al chico lo mandasen a la universidad, el anciano enfermó. La señora

Brodzki mandó rápidamente por su hijo, pero antes de que este hubiese tenido tiempo de volver las velas del candelabro de los siete brazos estaban encendidas,

y se entonaban cantos mortuorios en la casa de la familia de encima de la librería. La señora Brodzki no sería tan enérgica como lo había sido su marido.

El chico se negó a volver a la universidad, y en menos de un mes él y la chica estaban casados y vivían juntos en las habitaciones del piso alto. Entonces

empezó el trágico drama del que, durante quince años, fui espectador.

El conflicto entre sus caracteres fue de inmediato tan evidente como lo había sido la devoción del uno por el otro.

La chica nunca había tenido nada. Probablemente durante su infancia muchas veces había necesitado comida y ropas adecuadas. Habría quedado satisfecha,

pensaría uno, con su posición como esposa del dueño de una librería que iba bastante bien. Pero ella era una cosilla excesivamente enérgica y ambiciosa.

Quería más, mucho más, de lo que le podía proporcionar la modesta librería. Empezó a animar a su marido para que la vendiera y se dedicara a un negocio

más lucrativo. No conseguía ver lo imposible que sería eso. Desde que le conocía podía ver que aquel muchacho soñador no encajaría en ningún sitio mejor

que una librería. Él, sin embargo, lo veía con claridad. El cambio era algo a lo que temía. Adoraba la sombría oscuridad de aquella pequeña librería; la

adoraba tan apasionadamente como la había adorado yo. Por eso fue, aunque él no fuera amistoso, por lo que llegamos a sentir una intensa simpatía el uno

por el otro. Aborrecíamos del mismo modo las calles ruidosas que empezaban al otro lado de la puerta de la librería.

La chica andaba detrás de él incesantemente; no le dejaba en paz; concentraba toda su inmensa energía en la lucha con él. Pero el chico encontró en la

herencia de su raza la energía para resistírsele. Y lo que sucedió casi al cabo de un año fue esto. Por lo que fuera, ella conoció a un agente de teatro

de variedades. El tipo apreció los encantos de su voz y habló a la chica de las posibilidades que tendría en el mundo teatral. Le dijo muchas cosas, supongo,

y al final dejó tan completamente fascinada a la chica con las expectativas, que ella decidió abandonar a su marido.

Supongo que yo no tenía lo bastante claro el modo en que el joven amaba a su mujer. Era más que la habitual relación de dependencia propia de los judíos.

Su amor por ella era la esencia de su vida. Había un enorme peligro en aquel amor. Cuando se pierde la amada, se pierde la vida. Esta se hace trizas. Y

eso fue lo que le pasó a la vida del joven Brodzki cuando su mujer se marchó con la compañía de variedades.

Debería describir el modo en que ella le dejó.

Una mañana, después de haber hablado, supongo, con el agente de teatro de variedades, ella irrumpió en la librería y llamó a su marido, que estaba desembalando

un nuevo envío de libros. La chica tenía una nota histérica, frenética, en la voz, y se apretaba la garganta con una mano como si algo la estuviera asfixiando.

Por el modo en que habló con su marido se habría pensado que mantenían una violenta disputa. Pero la disputa había surgido de un cielo despejado; un cielo,

cuando menos, que no estaba más nublado de lo habitual.

Ella le dijo:

–Ya he tirado de la cuerda todo lo posible. Ya no puedo soportar esto más. Te lo he dicho muchas veces, pero es inútil. Ahora tengo una oportunidad maravillosa;

y no voy a dejarla pasar. Me voy a Europa con un espectáculo de variedades.

El chico al principio no le dijo nada; tenía aspecto de que le había abandonado toda vida. La siguió, mirándola fijamente sin entender nada, mientras ella

se apresuraba escalera arriba hacia las habitaciones donde vivían. Curiosamente, recuerdo que el chico agarraba en las manos un libro encuadernado rojo

del que habíamos vendido varios centenares de ejemplares aquella temporada, impertinentemente titulado Idiotas enamorados, y que, a pesar de la auténtica

tragedia de la situación, yo contuve con dificultad una sonrisa ante la grotesca correspondencia de aquel título con la expresión aturdida, desamparada

de la cara de él.

Cuando ella volvió a bajar pareció que, al fin, el chico había conseguido entender lo que estaba pasando.

–¿Te marchas? –preguntó sordamente.

Ella contestó que se iba. Entonces él se buscó dentro del bolsillo y tendió a su mujer una pesada llave negra. Era la llave de la puerta delantera de la

librería.

-Será mejor que la guardes -le dijo, todavía con una completa tranquilidad-, porque algún día la necesitarás. Tu amor no es mucho menor que el mío como

para que puedas alejarte de él. Volverás en algún momento, y yo estaré esperando.

Ella le agarró por los hombros, le besó, y luego, jadeando con fuerza, salió de la librería. En el sombrío interior nos quedamos siguiéndola con la mirada.

Juntos, seguimos mirando la calle que los dos aborrecíamos y temíamos; la calle, rebosante de vida e iluminada por el sol, que parecía regocijarse maliciosamente

por haberse llevado en su concurrido torrente todo lo que tenía algún valor para el hombre de mi lado.

Durante los meses y los años que siguieron fui testigo de algo que parecía peor que la muerte.

Como dije, la chica había sido la esencia, la vida de él. Cuando se marchó, el chico quedó destrozado. Al principio creí que se sumiría en una completa

y violenta locura. Recorría aturdido los retorcidos pasillos de entre los estantes de libros, quejándose y frotando las manos arriba y abajo a los lados

de su chaqueta. Los clientes le miraban y se apresuraban a salir de la librería. Traté de convencerle de que se quedara en el piso de arriba. Pero él no

quería. No soportaba estar allí, supongo; las habitaciones en las que vivía estaban llenas del recuerdo de ella. Durante varias noches se quedó conmigo

en la habitación que ocupaba yo al fondo de la librería. No dormía. Me mantenía constantemente despierto con un murmullo continuo; unas palabras que le

dirigía a ella. Más que otra cosa, decían:

–Tú me quieres… en algún momento volverás.

Viendo que no lo superaba, mandé por su madre, que había ido a vivir con unos parientes. Ella le tranquilizó un poco. Y no mucho después de eso el chico

se dedicó a leer.

Se entregó a la lectura como otro hombre se hubiera entregado a la bebida o las drogas. Leía para escapar de la realidad. Y al final la lectura consiguió

su objetivo con una efectividad espantosa.

Sentado a la gran mesa cercana al fondo de la librería, leía el día entero, hasta que los ojos se le cerraban de cansancio. Su madre y yo intentábamos

que se levantara, que fuera a atender a los clientes, a desembalar y distribuir los libros, no porque se necesitase su ayuda, sino porque considerábamos

que estar ocupado le sentaría bien. Parecía dispuesto a hacer todo lo que podía. Pero se había vuelto tan inútil y torpe como un niño pequeño. La lectura

constante le había nublado la conciencia, haciéndole increíblemente embotado. Las preguntas más simples que le dirigían los clientes lo desconcertaban.

No conseguía recordar los títulos de los libros que le pedían. Paseaba la vista alrededor de un modo absurdo, desorientado, como si acabase de salir de

un profundo sueño

Yo había esperado -pues había llegado a sentir por él una intensa piedad y simpatía- que aquel estado solo fuera temporal. Según pasaban los meses y los

años, sin embargo, no daba signos de que fuera a pasar. Aparentemente era un hombre perdido; una vela consumida. No existía esperanza de volverle a revivir

nunca. No, a menos que ella volviera a él. E incluso en ese caso -incluso si ella regresaba-, tal vez fuese demasiado tarde.

Casi quince años después de irse al extranjero con la compañía de variedades, la joven señora Brodzki volvió a la librería. Era a mediados de diciembre;

la oscuridad había caído, pero la gente, de compras para Navidades, todavía pululaba por las aceras de la ciudad. Su aliento empañaba el escaparate de

la librería, lo recuerdo, con una escarcha brillante.

La librería estaba cerrada y todas las luces apagadas a no ser la bombilla colgada encima de la mesa del fondo, donde estaba leyendo Brodzki. Yo me encontraba

parado junto a la puerta, interesado por el espectáculo de los que pasaban. Un coche con un apuesto chofer se detuvo en el bordillo y una mujer, envuelta

en pieles, surgió del compartimento trasero. Una farola de la calle se alzaba directamente encima del coche, conque cuando la mujer volvió su cara hacia

la librería supe de inmediato que era ella.

Con una extraña sensación de terror me retiré de la puerta, medio escondiéndome entre las oscuras estanterías. Ella se acercó a la puerta, abriéndose paso

impacientemente entre la multitud de compradores. En apariencia no había cambiado; en la cara y los movimientos del cuerpo, intensamente iluminados por

la farola, estaba tan intensamente viva como antes. ¿Por qué había vuelto?, me pregunté. ¿Se había cumplido la profecía de su marido y al cabo de quince

años había descubierto que su amor por él era demasiado fuerte para rehuirlo?

Iba a obligarme a mí mismo, con la menor gana posible, a volver a la puerta y abrirla, cuando sonó una llave en la cerradura. Todavía la tenía; ¡la llave

que le había dado él aquella mañana de quince años atrás!

• • •

En un momento la puerta estaba abierta y ella se encontraba en el interior de la librería en penumbra. La oí respirar profundamente. Paseó la vista a su

alrededor con ojos brillantes, pero por algún motivo no llegó a distinguirme mientras yo estaba estúpidamente acurrucado en un rincón entre las estanterías

de libros. Pude notar que estaba terriblemente nerviosa. Se agarraba la garganta con una mano enguantada, igual que había hecho la mañana en que se marchó;

como si alguien la estrangulara.

En los quince años transcurridos desde que se marchara, el local había cambiando tan poco, de hecho, que debía de resultarle sumamente difícil creer que

aquellos años habían pasado de verdad. De pronto debían de parecerle completamente increíbles, como un sueño fantástico. La penumbra, las extrañas sombras

de las mesas y los estantes, el olor a papel, el sonido amortiguado de la calle abarrotada; todo eso debía de resultarle tan agobiante como en aquellas

tardes de invierno, quince años antes, cuando solía bajar de las habitaciones del piso alto para ayudarle a cerrar la librería.

Debía de tener la sensación de que retrocedía, literalmente, en el tiempo.

Apretándose un diminuto pañuelo en los labios, parecía hacer esfuerzos por contenerse. Avanzó silenciosamente. Entonces ya debía de haber visto que él

estaba sentado a la mesa. Solo le resultaba visible la coronilla; lo demás quedaba oculto por un libro enorme. El pelo, espeso, de un negro azulado y despeinado,

le brillaba intensamente bajo la bombilla eléctrica. Se me ocurrió, con repentino horror, que ella podría encontrar que físicamente él casi no había cambiado.

En aquellos quince años su marido no había envejecido de modo perceptible; carecía además de vida, habría parecido, para hacerse mayor.

Me dije que debería adelantarme y prepararla para lo que se iba a encontrar. Pero algo me impidió moverme de mi escondite de entre los estantes de libros.

La observé mientras avanzaba hacia la mesa y me pareció notar la intensidad de su emoción. Una intensidad que parecía atravesarme; y de modo insoportable.

Muchas veces me pregunto en qué estaría pensando ella cuando se detuvo delante de la mesa, bajando la vista hacia el hombre al que había amado apasionadamente

cuando era su marido quince años atrás. Perfectamente podría sentirse desconcertada, entonces, ante el extraño ensimismamiento con el que leía él, sin

que aparentemente hubiera tomado conciencia del sonido de su entrada y de sus pasos; del crujido de estos en las vetustas tablas del suelo. A lo mejor,

con todo, ella estaba rebosante de alegría, y de una especie de terror, como para preguntarse nada.

Con voz aguda, temblorosa, dijo el nombre de él:

–Jacob.

Con un espasmo, él alzó la cabeza y miró en su dirección con ojos que parpadeaban, que bizqueaban. Los momentos pasaron despacio, insoportablemente lentos,

mientras yo los veía mirarse uno al otro.

Había esperado que ella se echase a llorar y se lanzara hacia su marido; lo cual, seguramente habría sido lo natural que hiciera. Pero la falta de vida,

la ausencia absoluta de reconocimiento de los ojos de él, debían de haberla contenido. ¿En qué estaría pensando? ¿Supondría que él se negaba deliberadamente

a reconocerla? ¿O imaginaba que los quince años la habían cambiado hasta el punto de que él no la reconocía?

Cuando yo pensaba que el propio aire debía romperse debido a la tensión, él habló.

Le dijo, con aquella voz sin expresión, temblorosa, que se había convertido en la suya habitual, estas palabras:

–¿Quiere un libro?

Ella se llevó la mano enguantada a la garganta y soltó un leve jadeo. Me alegró tenerla de espaldas y no poder verle la cara. Los angustiosos momentos

pasaban muy despacio mientras los dos continuaban mirándose uno al otro. Al final, ella debió de llegar a una conclusión; decidió que los quince años le

habían afectado mucho más a ella que a él, y que le resultaba irreconocible. En cualquier caso, pareció que ella se recuperaba. El cuerpo se le relajó

algo y se quitó la mano de la garganta.

–¿Quiere un libro? –repitió él.

Ella tartamudeó:

–No… bueno… quería un libro, pero he olvidado su título.

Enfrentada a aquellos ojos que miraban fijamente, debía de haber encontrado completamente imposible decir directamente:

-Soy Lila. He vuelto contigo.

Debía de haber recurrido a aquel pretexto de que había venido por un libro, como un modo de revelarle quién era con una franqueza menos embarazosa.

Sentándose en un taburete, cerca de la parte delantera de la mesa, dijo:

–Deje que le cuente el argumento. A lo mejor lo ha leído y puede decirme el título. Es sobre un chico y una chica que habían sido compañeros constantes

desde la infancia. Querían estar juntos siempre. Pero el chico era judío y la chica cristiana. Y el padre del chico se oponía tajantemente a que su hijo

se casara con alguien que no fuera de su propia raza. Mandó al chico a la universidad. Pero al poco tiempo, el padre murió y el chico volvió y se casó

con la chica. Vivían juntos en unas habitaciones de encima de una pequeña librería que el padre le había dejado al chico. Habrían seguido juntos perfectamente

felices a no ser por una cosa; la librería proporcionaba poco más de lo mínimo para vivir, y la chica era ambiciosa. Ella adoraba al chico, pero su descontento

aumentó y continuamente metía prisa a su marido para que se dedicara a algún negocio más rentable. Pero el chico era muy diferente a la chica. La quería

tanto que haría lo que fuese por ella; pero era incapaz, por lo que fuera, de renunciar a la librería que había pertenecido a sus padres. ¿Entiendes? El

chico era soñador, sentimental, un judío raro. Y la chica nunca conseguía ver las cosas desde su punto de vista. La familia de ella, que había muerto y

la había dejado con una tía viuda, era de origen francés. Debido a ello, la chica había heredado una gran energía, sentido práctico y amor hacia el mundo.

Al cabo de un tiempo, la chica recibió la oferta del agente de una compañía de variedades para que hiciera gala de su talento musical sobre un escenario.

Cegada por la brillante perspectiva de una carrera teatral, ella decidió aceptar la propuesta del agente de la compañía de variedades. Volvió a la librería

y le dijo a su marido que lo iba a dejar. Él fue demasiado orgulloso para hacer el menor esfuerzo por retenerla, y en lugar de eso le entregó una llave

de la librería y le dijo que algún día ella volvería; y que siempre la estaría esperando. Aquella noche ella embarcó rumbo a Inglaterra con el espectáculo

de variedades. Tuvo éxito enorme en los escenarios de Londres. Se convirtió en una cantante famosa y recorrió todos los países más importantes de Europa.

Llevaba una vida desenfrenada y arrebatadora, y durante extensos periodos ni siquiera pensó en el judío soñador que había sido su leal marido, ni tampoco

en la pequeña y polvorienta librería donde habían vivido juntos. Pero la llave de aquella librería, que le había dado su marido, permanecía en su poder.

No podía obligarse, por lo que fuera, a deshacerse de ella. La llave parecía apegarse a ella, casi con una voluntad propia. Era una llave de aspecto raro,

antigua, pesada, larga y negra. Sus amigos se reían de ella porque siempre la llevaba encima y la chica se reía con ellos. Pero poco a poco empezó a darse

cuenta del motivo por el que la conservaba. El encanto de las cosas nuevas con las que había llenado su vida empezó a desvanecerse y dispersarse, como

una niebla, y la chica veía, brillando entre ellas, la auténtica y profunda belleza de las cosas que había dejado atrás. El recuerdo de su marido y de

su vida juntos en la pequeña librería cada vez acudía a su mente con más intensidad y de modo más obsesivo. Finalmente ella comprendió que quería volver;

que quería entrar en la librería con la llave conservada durante quince años, y encontrar que su marido todavía la esperaba, como prometió que haría.

La mujer se había levantado del taburete; el cuerpo le temblaba y se agarraba a la mesa como apoyo.

Hubo momentos de quietud, de una calma completa. Cuando la mujer volvió a hablar había una nota de terror en su voz. Debía de haber empezado a darse cuenta

de lo que había pasado; de en qué se había convertido el hombre que había sido su marido.

–¿No recuerdas… tienes que recordarla… la historia de Lila y Jacob?

Ella escudriñaba desesperadamente la cara de su marido, pero en la cara no había nada más que desconcierto.

–Hay algo que me suena en la historia. Creo que la he leído en alguna parte. Me recuerda a algo de Tolstói.

Desde mi refugio entre las estanterías de libros oí un fuerte sonido metálico que debía ser el de la llave al caer al suelo. Y luego oí las largas zancadas

de ella entre la confusión de mesas y estanterías. Debía de estar dándose prisa, presa de un ciego frenesí, para salir de aquel sitio. Cerré los ojos,

sin atreverme a verle la cara y el horror que debía expresar, hasta que la puerta se cerró detrás de ella. Cuando los abrí, el hombre del fondo de la habitación

tenía oculta la cara otra vez detrás del enorme libro, y había reanudado la lectura con su aterradora tranquilidad de costumbre. Su mujer había vuelto

a él y se había ido de nuevo. Todo era tan fantásticamente igual que podría creerse que había ocurrido en sueños. Pero yo veía, caída en el suelo, la pesada

llave negra de la librería.

FIN.

sábado, 2 de octubre de 2021

Última entrevista hecha a Antonio Machado

Copio "El último reportaje hecho al gran poeta español Antonio Machado", que se publicó en la revista

España Democrática, el día 28 de febrero de 1940, en Montevideo (Uruguay).

No se sabe con seguridad quién se la hizo, pero se supone que alguno de sus hermanos, algunos de los poetas amigos o algún periodista próximo:

 

 

 

Vivió Junto a su Pueblo. Luchó Junto a él por la Libertad. Evoca la Pasión Española. Recuerda su Obra y su Vida.

En estos días se ha cumplido un año que murió, exilado en Francia, el gran poeta español Antonio Machado. El dolor de ver a su pueblo derrotado fue mortal para este prócer español. El que vivió profundamente la lucha titánica de España contra la invasión y la traición y por la defensa de la República del pueblo no pudo sobrevivir. Su vida, puesta al servicio de los anhelos del pueblo, diezmada por los sufrimientos del éxodo y del confinamiento de Francia, deja de latir. Queda, sin embargo, su obra, su recia y popular obra de cantor de España. En ella seguirá encontrando su pueblo savia y energías para continuar buscando la España que deseaba el poeta, la España redimida de la dominación extranjera, de la esclavitud y de la ignorancia.

Con este motivo, y como homenaje a su memoria, reproducimos el último reportaje que un periodista español le hiciera en los días postreros que vivió en Barcelona.

Ser poeta, es quizá fácil. Pero ser poeta y seguir siendo hombre – en la más elevada alcurnia del concepto – es, a lo que vemos, coyunda difícil de lograr. Tal, sin embargo, el caso de “nuestro” Antonio machado. Mientras algunos versificadores convierten a las masas que le son propicias en coquetas meretrices, que han de aportarles diariamente los honores y las influencias logrados con la venta de sus gracias, Antonio Machado – honra de España, a la que sirve su devoción exquisita de hijo amantísimo – , guarda para su inspiración sus más fervorosos respetos.. Cuando nos acercamos a él y estrechamos su mano – una mano llena de nobleza, de sencillez y de cordialidad – , lo hacemos un tanto cohibidos y respetuosos, sabedores de que esta figura que tenemos ante nosotros es uno de los más altos símbolos de esta España transida de dolor. Y es su palabra – acento andaluz, limpia sintaxis castellana – la que con su calor de humanidad va fundiendo el hielo de nuestra timidez.

– Mi vida – dice – es sencilla y modesta. Aunque sevillano de origen (nací en el Palacio de las Dueñas, el año 1875), me eduqué en Madrid, adonde fui cuando apenas tenía siete años de edad. Estudié en la Institución Libre de Ensañanza y tuve por maestros a Giner de losRios, Cossí y Salmerón, teniendo como condiscípulo a Basteiro. No es difícil, por tanto, deducir que mi formación había de ser liberal y republicana, que por otra parte había de coincidir con la historia política de mis antepasados, ya que mi abuelo y mi padre eran republicanos fervorosos.

– Entonces, ¿su relación con la generación del 98…?

– Soy posterior a ello. Mi relación con aque3llos hombres – Unamuno, Baroja, Ortega, Valle Inclán -, es la de un discípulo con sus maestros.

Cuando yo nacía a la vida literaria y filosófica, todos aquellos hombres eran valores ya cuajados y en sazón.

– ¿Sus primeras colaboraciones?

– Yo de siempre, he escrito relativamente poco en periódicos, habiéndome dedicado con preferencia al libro y a la revista. Recuerdo, no obstante, que allá por el año 96 colaboré en un periódico de Madrid, que se llamaba la “Caricatura”. Luego escribí en “El País” y más adelante en aquellos inolvidables “Lunes de El Imparcial”.-

– ¿Y en su labor teatral?

– Esta ha sido muy posterior. Mi labor teatral se ha desarrollado a partir del año 24. Comencé por unos arreglos del teatro antiguo y por una traducción del “Hernani”, de Victor Hugo. Después, en producción ya original, hice el “Julianillo Valcarcel”, que, por cierto, estrenó María Guerrero en su último beneficio. “Juan de Mañara”, 2Las Adelfas”, “La Lola se va a los puertos!, que es la que mayor éxito de público ha tenido, y, por último ya proclamada la República, “La prima Fernanda” y “La Duquesa de Benamejí” estrenada por Margarita Xirgu.

Recordamos a Machado cómo toda su obra poética está influenciada por dos temas preferentes: el tema castellano – sobrio y austero – y el tema andaluz, más lírico e impregnado de sabor popular.

– No es extraño – responde -. Soy hombre extraordinariamente sensible al lugar en que vivo. La geografía, las tradiciones, las costumbres de las poblaciones por donde paso, me impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu. Allá, en el año 1907, fui destinado como catedrático a Soria. Soria es lugar rico en tradiciones poéticas. Allí nace el Duero, que tan importante papel juega en nuestra historia. Allí, entre San Esteban de Gormáz y Medinaceli, se produjo el monumento literario del poema del Cid. Por si ello fuera poco, guardo de allí el recuerdo de mi breve matrimonio con una mujer que adoré con pasión y que la muerte me arrebató al poco tiempo. Y “viví y sentí” aquel ambiente con toda intensidad. Subí a Urbión, al nacimiento del Duero. Hice excursiones a Salas, escenario de la trágica leyenda de los infantes. Y de allí nació mi poema de Alvargonzález.

– ¿Inspirado, acaso, en alguna tradición popular?

– No. El poema es, ante todo, creación mía. En mis correrías por pueblos y sierras de España no he descubierto el rastro de ningún viejo relato desconocido. En España, toda la tradición poética está descubierta ya vertida al Romancero, y sólo pueden hallarse, a lo sumo, algunas variantes de los romances ya conocidos…

– ¿Y el tema andaluz?

– Este tiene en mi dos orígenes. De un lado, una tradición familiar que vive entre Sevilla y los Puertos. CDe otro, mi traslado desde Soria a Baeza, donde permanecí siete años. Y aquí, lo mismo que en Castilla antes, mi contacto íntimo con la masa popular – gustándome mi manía andariega y perderme dn las serranías -, produjo esas composiciones a que se refiere. En Castilla empleé el romance, que buscaba el entronque con nuestros viejos poemas de gesta; en Andalucía fue el cantar, la composición breve, concisa, sentenciada de saber popular, que refleja el modo de ser de aquellas gentes…

– Hace una pausa en la charla, y continúa:

– Por cierto que allí conocí, hace ahora veintiún años, a García Lorca. Era entonces un chiquillo e iba de excursión entiendo, no en busca de temas poéticos, sino de motivos musicales populares, pues ya sabe usted que Lorca era excelente músico. ¿Pobre Lorca! Muchos años después, implantada la República, supe que había hecho un ligero arreglo de mi “Alvargonzález” para que lo representara el cuadro de “La Barraca”.

– Deliberadamente, iniciamos un tema que sabemos grato al maestro.

– ¿Podría decirnos algo de Juan de Mairená

– ¿Juan de Mairená Sí… Es mi “yo” filosófico, que nació en época de juventud. A Juan de Mairena, modesto y sencillo, le placía dialogar conmigo a solas, en la recogida intimidad de mi gabinete de trabajo y comunicarme sus impresiones sobre todos los hechos. Aquellas impresiones, que yo iba recogiendo día a día, constituían un breviario íntimo, no destinado en modo alguno a la publicidad, hasta que un día…

Un día saltaron desde mi despacho a las columnas de un periódico. Y desde entonces, Juan de Mairena – que algunas veces guarda sus fervorosos recuerdos para su viejo Profesor Abel Martín – se ha ido acostumbrando al público sus impresiones sobre todos los temas.

– Sigue sonriendo Machado, “feliz cuando se le habla de este hijo de su ingenio, y a preguntas responde:

– Juan de Mairena es un filósofo amable, un poco poeta y un poco escéptico, que tiene para todas las debilidades humanas una benévola sonrisa de comprensión y de indulgencia. Le gusta combatir el “snob” de las modas en todas las materias. Mira las cosas con un criterio librepensador, en la más alta acepción de la palabra, un poco influenciado por una época de fines del siglo pasado, lo cual no obsta para que ese juicio de hace veinte o treinta años pueda seguir siendo completamente actual dentro de otros tantos años.

– Rozamos, por último, el tema político actual.

– Jamás – nos dice – he trabajado tanto como ahora. De ser un espectador de la política, he pasado bruscamente a ser un actor apasionado. Y el motivo que me ha hecho, a mis años, saltar a este plano, ha sido el de la invasión de mi patria. ¡España, mi España, apunto de ser convertida en una colonia italiana o alemana…! La sola posibilidad de hecho semejante hace vibrar todos mis nervios y conduce mi pluma sobre las cuartillas, despertando energías insospechadas y rebeldías que creí apagadas para siempre. A España no se nos domina. Mucho menos, por complacer a un puñado de traidores….

– A la estancia llega la madre del poeta. Una anciana y venerable dama que se desliza quedamente, en silencio, con la ingravidez de un pájaro. Entran unas chicuelas, alegres y revoltosas, que recuerdan al maestro que es la hora del yantar. Y la mano de Antonio Machado vuelve a tenderse hacia nosotros con nobleza, sencillez y cordialidad.

La entrevista se realizó en Barcelona, en la Torre Castañer. Probablemente en el mes de julio o agosto, creo que mediados de agosto, pues la presencia de sobrinas “chicuelas” indican que fue antes de finales de este mes al haber sido enviadas a finales de agosto de 1938 a Moscú, para evitarlas los bombardeos y para que siguieran estudiando. Estas sobrinas tenían 7, 9 y 14 años. En los meses de septiembre a diciembre de 1938 solo estaban en Barcelona, en la zona de las ramblas (Hotel España) las tres hijas de Francisco Machado Ruiz, pero la más joven, de 14 años era Leonor Machado, la que fue mi madre, y sus hermanas, de 19 y 17 años no eran, sin duda “chicuelas , alegres y revoltosas”, por lo que hay que descartar fechas anteriores a finales de agosto de 1938.

 

(tomado del blog https://antoniomachado.blog/)

El escritor Arturo Pérez-Reverte, condenado a pagar 80.000 euros por plagio

El escritor Arturo Pérez-Reverte, condenado a pagar 80.000 euros por plagio

El cineasta Antonio González-Vigil había demandado al académico por copiar el guion de su película 'Corazones de púrpura'.

Seis de Mayo del 2011.

La Audiencia Provincial de Madrid ha condenado al escritor y académico de la Lengua Arturo Pérez-Reverte a pagar 80.000 euros al cineasta Antonio González-Vigil, que demandó al novelista por plagiar el guion de su película Corazones púrpura -estrenada en 2000-, para el guion de la película Gitano. La Audiencia ha estimado parcialmente el recurso de apelación interpuesto por González-Vigil y la entidad Dato Sur contra la sentencia dictada en 2008 por el Juzgado de lo Mercantil de Madrid número 5, que absolvía a Pérez-Reverte y al director de cine Manuel Palacios de copiar el guion del demandante, aunque ha rebajado de 160.890 a 80.000 euros la indemnización que solicitaba González-Vigil.

El creador del capitán Alatriste, que ya ha recurrido al Tribunal Supremo la sentencia, ha declarado que la decisión judicial es "una emboscada" de ese tribunal y "una clara maniobra de chantaje" para sacarle dinero "después de diez años". Pérez-Reverte ha mostrado su extrañeza porque la Audiencia Provincial ha ignorado "dos sentencias penales firmes y una sentencia del juzgado mercantil, además de cinco informes periciales solventes de peritos de la SGAE", ha dicho.

Pérez-Reverte se refiere al comienzo de este caso, cuando en 2003 González-Vigil presentó una querella ante el Juzgado de Instrucción número 29 de Madrid que fue archivada. Ahora, ocho años después del inicio del proceso judicial, el fallo de la sección 29ª de la Audiencia Provincial considera probado que la línea argumental del guion de Corazones púrpura, de González-Vigil, "se ha incorporado" a la obra Gitano de Pérez-Reverte, "sin perjucio de que esta esté además enriquecida con otros matices".

"Me han hecho una cama preciosa"; "que me digan que necesito copiar un guion de un tío que no conozco ni por lo visto conoce nadie es tan grotesco y ridículo que sería de reirse si no hubieran llegado tan lejos como han llegado", subraya el novelista.

En un comunicado, el autor destaca: "Decir que hay plagio porque en un guión aparecen gitanos, droga, música flamenca y venganzas es como decir que en una del Oeste hay plagio porque salen un sheriff, bandidos, indios y una chica del saloon".

En la sentencia, que no es firme, la sala estima que existe "un alto grado de coincidencia entre ambas obras" tras la lectura de los guiones y del análisis de siete informes comparativos". Entre esas coincidencias, el fallo argumenta que en "el inicio de los dos guiones, tanto José Batalier como Andrés Heredia" -los protagonistas de Corazones púrpura y Gitano, respectivamente- salen de la cárcel tras cumplir una condena de dos años por drogas y que ambos mantienen una relación sexual con una prostituta.

"Policías corruptos cocainómanos"

Además se dice que en ambas obras aparecen "dos policías corruptos cocainómanos" que persiguen al protagonista tratando de incriminarle de nuevo sin motivo alguno y, también, que el protagonista se enamora de "una gitanilla, familia de un antiguo amor y que se dedica al mundo del espectáculo".

"En sendos guiones aparece como figura preponderante en el desenlace el patriarca del clan gitano, el Tío Paco, en Corazones púrpura, y Manuel Junco, en Gitano", añade la sentencia, que señala también que en ambos textos un personaje pronuncia la frase del Evangelio "Mi reino no es de este mundo".

Asimismo, la sentencia recoge las conclusiones de un informe de un experto en juegos de azar que afirma que, "desde el punto de vista cuantitativo existen setenta y siete coincidencias, aunque unas tengan mayor relevancia que otras". Sobre este aspecto, el autor de La reina del sur ha señalado que el tribunal ha tomado "como perito a un jugador profesional de ruleta que afirma en un informe que, según el cálculo de probabilidades, hay plagio en el guion".

"Similitudes sustanciales"

"Toda vez que esas coincidencias definen el argumento, pudiéndose constatar similitudes sustanciales en el desarrollo de una trama y su desenlace, en los personajes protagonistas y secundarios y en sus interrelaciones, lleva a afirmar que ello no puede deberse a la mera casualidad sino a la existencia de plagio, aunque no sea literal ni total", destaca la sentencia.

El tribunal añade que González-Vigil entregó en los años 1995-1996 su guion a Origen PC, a la postre la productora de Gitano, lo que supone, dice la sentencia, que "cuando menos la parte demandada tuvo la posibilidad de acceder entonces a la obra del demandante".

De esta forma, la Audiencia descarta que las similitudes sean derivadas de "clichés" del género e insiste en que hay "significativos indicios de que ha existido cierta transmisión conceptual, argumental, estructural, relacional y de atmósfera de una obra respecto a otra".

domingo, 5 de septiembre de 2021

Nuevas imágenes de la torca de Fuencaliente.

 

            La torca de Fuencaliente proyecta un poder de atracción que trasciende la perspectiva local y supera el nivel provincial, el autonómico y hasta el nacional. Puede ser por lo insólito del accidente geológico, por la impresión que causa en cuantos la han visto o han odído hablar de ella con asombro. Puede deberse a la fuerza cautivadora de todas las leyendas que ha inspirado a lo largo de la historia.

 

Ponemos dos enlaces a las imágenes que ha publicado en Youtube y Facebook "Recorriendo Soria", que estamos seguros de que os van a gustar y vais a disfrutar viéndolas, lo mismo si conocéis la torca que si todavía no os habéis decidido o no habéis tenido la oportunidad de ir a verla.

 

https://www.youtube.com/watch?v=noKKApAzEuM

 

 

https://www.youtube.com/watch?v=d3JWb_PUUIA

 

jueves, 26 de agosto de 2021

LAMENTACIONES DE JEREMÍAS

 

LO peor no es ser viejos. Lo peor, es, acaso

sospechar que es mentira

todo lo que creímos que nos daba sentido

cuando es tan tarde ya.

 

Muy cuidadosamente me educaron

para que yo creyera en la bondad

la honradez, el esfuerzo. Consistía el secreto

en vencer a la bestia que somos en el fondo

y, a cambio, ya de noche,

poder dormir el sueño de los justos.

O, si no,

poder rezar a solas y llorar en silencio.

Cómo voy a ignorarlo: a solas en lo oscuro

soy un hombre cansado de rezar.

Todas las noches lloro.

 

Pero ahora

no sé muy bien por qué, ni desde cuándo,

no alcanzo a distinguir

ni una huella de Dios en el libro del mundo.

En cambio sí que veo

la lógica profunda que rige la manada.

A veces son los fuertes los que ganan.

Pero, más a menudo,

son astutas alianzas de alimañas pequeñas.

Con el paso del tiempo cambian los territorios,

intercambian papeles víctimas y verdugos,

se refinan los usos, se comulga en especie,

pero siempre es igual.

Hambre y dientes. Es la jauría humana.

 

Entonces me pregunto:

qué haces tú, Jeremías, atado a tu conciencia?

Si todo aquello en lo que tú creías

- la moral, la justicia, el sacrificio ..., -

no es más que la otra cara

- amable, pero no sagrada - de la ley,

no es más que el complemento imaginario

que también necesita la manada

para sobrevivir,

por qué sufres, para qué has sufrido?

Quizá, como esas plantas

que parece que nada necesitan,

tu voluntad, que tan pura creíste

es el caldo soberbio en que tu hambre

se cuece y se devora, distinta pero igual:

la salsa espiritual de la jauría.

( Ana Sofía Pérez Bustamante)

 

Voz de Miguel de Unamuno

Se dice que ésta es la única grabación que se conserva de Miguel de Unamuno.

 

miércoles, 25 de agosto de 2021

EL VAPOR DE LA CALDERA.

Juan Manuel Jimenez Muñoz.

 

En mi consulta, junto al ordenador y la impresora, tengo enmarcada una foto: es el andén de una estación. Una estación de provincias.

 

En la foto –blanco y negro, finales de los sesenta– aparecen tres personas. Si algún curioso pregunta –un enfermo, un amigo, un colega– le digo, por abreviar, que la tengo justo allí porque me gusta; por la mera belleza de la imagen; porque la luz del andén es perfecta; porque los rostros respiran; porque el conjunto es redondo; porque el encuadre es rotundo.

 

No les miento a mis pacientes cuando digo que me gusta. Hay un halo de misterio en la bruma del vapor de la caldera, en la luz cenital que se filtra desde el techo, en la estructura metálica que soporta la vidriera, en las sombras de las maletas esparcidas por el suelo.

 

Las maletas van atadas con cordel; algunas, con correas o latiguillos; y casi se adivina en su interior la chacina y el buen pan para el viaje, la gruesa ropa de lana, la navaja cachicuerna, la bufanda de repuesto y la estampita dorada con la patrona del pueblo.

 

Un reloj grande y redondo marca en la foto las cinco –el tiempo detenido para siempre en sus agujas–, y esa luz cenital, turbia y muy débil, reverbera con desmayo acrecentando las sombras.

 

En la estación hay también una puerta rotulada: <<Jefe de Estación>>, y otra con el vocablo <<Retr...>>, que yo entiendo debe de ser “retrete”, porque el extremo final lo tapa la locomotora.

 

Los vagones son vetustos, casi decrépitos, con el aire fatigado de quien ha viajado mucho y ya lo ha visto casi todo, igual que las maletas de madera esparcidas por el suelo, con sus perfiles rectilíneos y las esquinas exactas.

 

Dentro del tren, en la segunda ventanilla del vagón central –rectangular, con rebordes metálicos, silueteando apenas las dos cortinillas interiores– asoma medio cuerpo de un hombre seco y nervudo, chaqueta de pana gastada, bufanda recia, ademanes imperiosos y edad indefinida. Lleva un cigarrillo en la comisura de los labios, y un ojo un poco entrecerrado, tal vez molesto por el humo del pitillo. Lleva boina también ese hombre de la foto, como boina llevará, sin duda, la maleta cerrada que recoge desde adentro: una maleta colosal, mastodóntica, hiperbólica, que le pasa desde el andén, a través de la ventanilla, otro hombre de su mismo porte, de su misma hechura.

 

Ese otro hombre del andén, el que levanta la maleta para entregarla al de adentro –de espaldas al fotógrafo, coronada su cabeza con un sombrero cordobés– alza la maleta apenas sin esfuerzo, con la pasmosa agilidad de quien acostumbra a usar herramientas para convertir en fértil el baldío, para abonar el barbecho, para manejar la hoz, para cargar aceitunas.

 

Hay también un niño pequeñito en el andén. Tiene casi nueve años. Viste pantalón muy corto, botines oscuros, gorra de tela a cuadros y jersey a rayas. Está de pie, casi de perfil, embelesado en el vapor de la caldera, algo ajeno a los adultos, la mirada a mitad de camino entre los raíles del tren y la escena de la ventanilla. Aguardando un no sé qué, como expectante.

 

La fotografía la tengo en mi consulta, junto al ordenador y la impresora, para que cada mañana, al pulsar los botones de encendido, me recuerde quién soy yo y de dónde vengo.

 

Es la foto de mi padre, Juan, marchando a Cataluña para trabajar en Lérida. Es la foto de mi tío Manuel alargándole a su hermano la maleta. Es mi propia foto, embelesado en el vapor fantasmal de la caldera. Es la foto que tomó mi madre, María, en ese momento exacto: cuando la luz cenital filtrada por la vidriera recortaba las sombras esparcidas por el suelo, y el reloj de la estación daba las cinco.

 

Y es la foto, también, de tantos y tantos emigrantes que, como guijarros arrojados a la playa por la fuerza de las olas, se dispersaron por el mundo para traer lumbre y pan a sus hogares y levantar así, con su sudor, la España aquella.

 

Firmado:

 

Juan Manuel Jimenez Muñoz.

Médico y escritor malagueño.

 

 

EL PARAÍSO ERA UN AUTOBÚS

 

Juan José Millás

 

 

Él trabajó durante toda su vida en una ferretería del centro. A las ocho y media de la mañana llegaba a la parada del autobús y tomaba el primero, que no tardaba más de diez minutos. Ella trabajó también durante toda su vida en una mercería. Solía coger el autobús tres paradas después de la de él y se bajaba una antes. Debían salir a horas diferentes, pues por las tardes nunca coincidían.

 

Jamás se hablaron. Si había asientos libres, se sentaban de manera que cada uno pudiera ver al otro. Cuando el autobús iba lleno, se ponían en la parte de atrás, contemplando la calle y sintiendo cada uno de ellos la cercana presencia del otro.

 

Cogían las vacaciones el mismo mes, agosto, de manera que los primeros días de septiembre se miraban con más intensidad que el resto del año. Él solía regresar más moreno que ella, que tenía la piel muy blanca y seguramente algo delicada. Ninguno de ellos llegó a saber jamás cómo era la vida del otro: si estaba casado, si tenía hijos, si era feliz.

 

A lo largo de todos aquellos años se fueron lanzando mensajes no verbales sobre los que se podía especular ampliamente. Ella, por ejemplo, cogió la costumbre de llevar en el bolso una novela que a veces leía o fingía leer. A él le pareció eso un síntoma de sensibilidad al que respondió comprándose todos los días el periódico. Lo llevaba abierto por las páginas de internacional, como para sugerir que era un hombre informado y preocupado por los problemas del mundo. Si alguna vez por la razón que fuera, ella faltaba a esa cita no acordada, él perdía el interés por todo y abandonaba el periódico en un asiento del autobús, sin haberlo leído.

 

Así, durante una temporada en que ella estuvo enferma, él adelgazó varios kilos y descuidó su aseo personal hasta que le llamaron la atención en la ferretería: alguien que trabajaba con el público tenía la obligación de afeitarse a diario.

 

Cuando al fin regresó, los dos parecían unos resucitados: ella, porque había sido operada a vida o muerte de una perforación intestinal de la que no se había quejado para no faltar a la cita; él, porque había enfermado de amor y melancolía. Pero, a los pocos días de volver a verse, ambos ganaron peso y comenzaron a asearse para el otro con el cuidado de antes.

 

Por aquellas fechas, él ascendió a encargado de la ferretería y se compró una agenda. Entonces, se sentaba tan cerca como podía de ella, la abría, y con un bolígrafo hacía complicadas anotaciones que sugerían muchos compromisos. Además, comenzó a llevar corbata, lo que obligó a ella, que siempre había ido muy arreglada, a cuidar más los complementos de sus vestidos. En aquella época ya no eran jóvenes, pero ella comenzó a ponerse unos pendientes muy grandes y algo llamativos que a él le volvían loco de deseo. La pasión, en lugar de disminuir con los años, crecía alimentada por el silencio y la falta de datos que cada uno tenía sobre el otro.

 

Pasaron otoños, primaveras, inviernos. A veces llovía y el viento aplastaba las gotas de lluvia contra los cristales del autobús, difuminando el paisaje urbano. Entonces, él imaginaba que el autobús era la casa de los dos. Había hecho unas divisiones imaginarias para colocar la cocina, el dormitorio de ellos, el cuarto de baño. E imaginaba una vida feliz: ellos vivían en el autobús, que no paraba de dar vueltas alrededor de la ciudad, y la lluvia o la niebla los protegía de las miradas de los de afuera. No había navidades, ni veranos, ni semanas santas. Todo el tiempo llovía y ellos viajaban solos, eternamente, sin hablarse, sin saber nada de sí mismos. Abrazados. Así fueron haciéndose mayores, envejeciendo sin dejar de mirarse. Y cuanto más mayores eran, más se amaban; y cuanto más se amaban más dificultades tenían para acercarse el uno al otro.

 

Y un día a él le dijeron que tenía que jubilarse y no lo entendió, pero de todas formas le hicieron los papeles y le rogaron que no volviera por la ferretería. Durante algún tiempo, siguió tomando el autobús a la hora de siempre, hasta que llegó al punto de no poder justificar frente a su mujer esas raras salidas. De todos modos, a los pocos meses también ella se jubiló y el autobús dejó de ser su casa.

 

Ambos fueron languideciéndose por separado. Él murió a los tres años de jubilarse y ella murió unos meses después. Casualmente fueron enterrados en dos nichos contiguos, donde seguramente cada uno siente la cercanía del otro y sueñan que el paraíso es un autobús sin paradas.