jueves, 23 de febrero de 2023

El "mentalés": ¿existe un lenguaje del pensamiento?

Alejandro Villamor Iglesias.

 

Cultura Inquieta.

 

El lenguaje del pensamiento, o mentalés, es una hipótesis empírica propuesta, entre otros, por el filósofo Jerry Fodor y el psicólogo de Harvard Steven

Pinker, que dista mucho de ser una certeza. No está nada claro que, previa adquisición de nuestra lengua materna, nuestra mente opera, en el sentido más

amplio, mediante un lenguaje no del todo transparente a nosotros mismos. La defensa de la hipótesis del mentalés entraña que nuestros pensamientos se configuran

en una lengua previa a la materna. Un lenguaje del pensamiento universal presente en la mente de los individuos.

Una vez adquirida la lengua materna, cualquiera que sea, esta implica y permite la comunicación del pensamiento, pero no su propia existencia. Una comunicación

que transmite de forma imperfecta dicho pensamiento (en mentalés, por decirlo de alguna forma), al ser el lenguaje del pensamiento más “rico” y “complejo”.

El quid de la cuestión reside en que, aunque un alguien esté desprovisto de lenguaje, este seguirá poseyendo el mentalés y, en consecuencia, capacidad

de pensamiento.

Para apoyar esta hipótesis, Pinker mostró tres ejemplos que mostrarían la barrera que se sitúa entre los distintos lenguajes naturales (inglés, español,

gallego, kurdo…) y el mentalés de modo que la posesión de los primeros no sería una condición necesaria del segundo, sino a la inversa.

Para Pinker, los bebés son un ejemplo de seres pensantes, en este caso humanos, carentes de lenguaje. El primer presupuesto de lo dicho, parece obvio,

es que efectivamente los bebés no pueden pensar en los términos de ningún lenguaje natural, puesto que todavía no han aprendido ninguno. A pesar de esto,

los bebés sí podrían llevar a cabo “algunos cálculos mentales aritméticos muy sencillos”. ¿Cómo podemos saber esto?

Según este célebre psicólogo, basándonos en unos experimentos que ilustran cómo la conducta de los bebés ante determinadas escenas varía. Este cambio de

conducta tan sólo se puede explicar, infiere, atribuyéndoles una comprensión aritmética de lo sucedido. Por ejemplo, como afirma en su obra El instinto

del lenguaje:

En uno de los experimentos, el experimentador se dedicaba a aburrir al bebé presentándole un objeto. Al rato, ocultaba el objeto detrás de una pantalla

opaca. Al retirar la pantalla, si el mismo objeto volvía a aparecer, el bebé miraba un ratito y en seguida se volvía a aburrir. Pero si, por arte de magia,

aparecían dos o tres objetos, el sorprendido bebé pasaba más rato mirándolos (Pinker, S., El instinto del lenguaje, p. 60).

Si el número de muñecos que el bebé espera encontrar tras la pantalla se adecúa a sus expectativas, este no muestra sorpresa alguna. Pero cuando el número

de muñecos varía, sí da claras muestras de estar sorprendido. Presumiblemente, ello responde al aumento del número de muñecos a pesar de su creencia de

que sólo se encontraría con uno. Debido a esto, Pinker extrae como corolario que, independientemente del lenguaje, los bebés han realizado de algún modo

un razonamiento aritmético.

Asimismo, en el mundo no humano parecen existir muestras de que la correlación entre lenguaje natural y pensamiento no es tan necesaria. Pinker habla del

caso de los monos vervet, los cuales son capaces de identificar a los individuos con los que mantienen relaciones de parentesco. Es decir, independientemente

de la posesión de un lenguaje natural con términos como ‘hermano’, ‘papá’ o ‘hijo’ (caso del castellano), estos primates pueden identificarse como relacionados

de algún modo con otros individuos. En uno de los ejemplos señalados en la citada obra:

Los primatólogos Dorothy Cheney y Robert Seyfarth han observado que las extensas familias de estos monos forman alianzas como la de los Capuleto y los

Montesco. En una típica interacción que presenciaron en Kenya, vieron cómo un mono joven derribaba a otro y le hacía huir chillando. Al cabo de veinte

minutos, la hermana de la víctima se acercó a la hermana del agresor y sin mediar provocación alguna le mordió en la cola (Pinker, S., El instinto del

lenguaje, pp. 60-61).

Si los monos, carentes de cualquier lenguaje natural, son capaces de identificar mediante reglas de parentesco a otros individuos, eso significa que los

mismos han podido razonar acerca de ello. No parece serio explicar, por ejemplo, la anterior conducta apelando al azar o a causas desconocidas que nada

tienen que ver con la primera agresión.

Un último ejemplo recae en el caso de personas que no sólo afirman poder pensar en palabras de uno de los lenguajes naturales por ellas conocidas, sino

de pensar mejor sin ellas. Sus momentos intelectuales más lúcidos estarían, según ellos mismos, huérfanos de cualquier vestigio de lenguaje natural. El

ilustre físico Albert Einstein o los biólogos James Watson y Francis Crick son ejemplo de personas que afirmaron pensar mediante imágenes. Otro caso fue

el del físico Michel Faraday:

Michel Faraday, creador de la concepción moderna de los campos eléctricos y magnéticos, no tenía formalización matemática, por lo que hizo sus descubrimientos

a base de visualizar líneas de fuerza como si fueran tubos muy finos que se curvan en el espacio (Pinker, S., El instinto del lenguaje, pp. 73-74).

Este último grupo de ejemplos es, no obstante, altamente controvertido. Posiblemente, el más controvertido de todos. El lector se podrá preguntar por el

por qué. La respuesta es que no está nada claro que el supuesto pensamiento se produzca al margen de los lenguajes naturales convencionales. Un presupuesto

que tendríamos que empezar por reconocer para aceptar este ejemplo es el de la accesibilidad diáfana de nosotros mismos a nuestros propios estados mentales.

¿Por qué tenemos que aceptar que Einstein estaba en lo cierto tras afirmar que sus experimentos mentales estaban construidos inicialmente por imágenes

para, en segunda instancia, comenzar a buscar palabras y demás signos convencionales? ¿No podría ser que estos casos sean fruto de la ilusión de los sujetos,

en este caso, del propio Einstein?

Más allá de este pequeño reparo, los otros dos ejemplos parecen ilustrar la posibilidad de que se pueda hablar de pensamiento sin lenguaje. Por una parte,

no parece plausible la idea cartesiana de que los animales carecen de pensamiento y, en consecuencia, que comportamientos como el descrito no nos dicen

nada de una supuesta vida mental (del mismo modo que no creemos que un reloj piensa tomando como base el movimiento de sus agujas).

Por otra parte, sería extraño que alguien niegue que los bebés de los experimentos realmente se sorprendan porque carecen todavía del lenguaje y, por lo

tanto, no pueden pensar siquiera en el primero de los muñecos. Por esto, los ejemplos mostrados por Pinker parece que resultan convincentes a la hora de

mostrar individuos cuyo comportamiento resultaría muy difícil de explicar sin apelar al pensamiento, pero que carecen de lenguaje natural.

Un argumento esbozado contra la plausibilidad de ejemplos como los mostrados recae en la “falacia de los homúnculos”. Si es posible hablar de pensamiento

al margen del castellano, inglés o portugués, ¿cómo ese pensamiento, sus representaciones, pueden tener significado? De oraciones del castellano, compuestas

por expresiones establecidas por convención, podemos decir que adquieren su significación, precisamente, por su carácter intersubjetivo.

Sin embargo, de los pensamientos ajenos al lenguaje no podríamos decir lo mismo pues están ahí con independencia del resto de individuos. Es algo propio

de cada uno. Estas representaciones no pueden adquirir su significado al ser usadas sin más, conscientemente, por los propios sujetos.

De otro modo, ya no habría discusión alguna acerca de la plausibilidad misma del mentalés al poder ser corroborado por nosotros mismos. Necesitaríamos,

por tanto, recurrir a una especie de homúnculo que “contemplara” estas representaciones dándoles su significado; pero esto nos llevaría a una regresión

al infinito (necesitaríamos otro homúnculo que observe al primero y así indefinidamente).

La objeción proporcionada de Pinker a este posible ataque consiste en la apelación a la teoría computacional de la mente que configura su hipótesis del

mentalés. Así, a semejanza de una máquina de Turing, un ordenador contemporáneo, nuestra mente operaría mediante una serie de reglas básicas que todo pensamiento

debería respetar. Esta sería una explicación del pensamiento de alguien sin ningún lenguaje natural para la cual no es necesario apelar a homúnculos.

Ahora bien, ante esto se podría argüir, como por ejemplo sostiene el Premio Nobel de Física Roger Penrose, que no es posible equiparar a la mente con un

ordenador. La presentación de los argumentos en favor de esta idea, excederían la intención del presente texto. Para quien se encuentre interesado en esta

idea, recomendamos la lectura de la obra La nueva mente del emperador de Penrose.

Vistos los ejemplos propuestos por Pinker, pudiéramos de que, efectivamente, parecen mostrar que es posible el pensamiento sin lenguaje, pero ¿por qué

tendríamos que aceptar que este pensamiento está conformado por el mentalés? Esto, parece ser, es así puesto que de esta manera se podrían explicar fenómenos

como el aprendizaje inicial de un lenguaje, su recursividad o su composicionalidad. Pero, ¿es que los individuos pensantes venimos al mundo con una serie

de conceptos innatos, aunque sean en mentalés, y reglas básicas?

No debemos perder de vista que la posibilidad de la hipótesis del mentalés se encuentra apoyada en la plausibilidad de la propuesta chomskiana. Por lo

tanto, supondría aceptar la existencia de una serie de estructuras innatas por las cuales el bebé puede aprender cualquier idioma. Con todo, esto ya es

tema aparte y no modifica nuestra creencia de que los ejemplos propuestos por Pinker, al menos los dos primeros, ilustran con nitidez la posibilidad de

que exista un pensamiento no verbal.

domingo, 29 de enero de 2023

El "mentalés": ¿existe un lenguaje del pensamiento?

El "mentalés": ¿existe un lenguaje del pensamiento?

 

 

El psicólogo Steven Pinker

Alejandro Villamor Iglesias

Cultura Inquieta

El lenguaje del pensamiento, o mentalés, es una hipótesis empírica propuesta, entre otros, por el filósofo Jerry Fodor y el psicólogo de Harvard Steven

Pinker, que dista mucho de ser una certeza. No está nada claro que, previa adquisición de nuestra lengua materna, nuestra mente opera, en el sentido más

amplio, mediante un lenguaje no del todo transparente a nosotros mismos. La defensa de la hipótesis del mentalés entraña que nuestros pensamientos se configuran

en una lengua previa a la materna. Un lenguaje del pensamiento universal presente en la mente de los individuos.

Una vez adquirida la lengua materna, cualquiera que sea, esta implica y permite la comunicación del pensamiento, pero no su propia existencia. Una comunicación

que transmite de forma imperfecta dicho pensamiento (en mentalés, por decirlo de alguna forma), al ser el lenguaje del pensamiento más “rico” y “complejo”.

El quid de la cuestión reside en que, aunque un alguien esté desprovisto de lenguaje, este seguirá poseyendo el mentalés y, en consecuencia, capacidad

de pensamiento.

Para apoyar esta hipótesis, Pinker mostró tres ejemplos que mostrarían la barrera que se sitúa entre los distintos lenguajes naturales (inglés, español,

gallego, kurdo…) y el mentalés de modo que la posesión de los primeros no sería una condición necesaria del segundo, sino a la inversa.

Para Pinker, los bebés son un ejemplo de seres pensantes, en este caso humanos, carentes de lenguaje. El primer presupuesto de lo dicho, parece obvio,

es que efectivamente los bebés no pueden pensar en los términos de ningún lenguaje natural, puesto que todavía no han aprendido ninguno. A pesar de esto,

los bebés sí podrían llevar a cabo “algunos cálculos mentales aritméticos muy sencillos”. ¿Cómo podemos saber esto?

Según este célebre psicólogo, basándonos en unos experimentos que ilustran cómo la conducta de los bebés ante determinadas escenas varía. Este cambio de

conducta tan sólo se puede explicar, infiere, atribuyéndoles una comprensión aritmética de lo sucedido. Por ejemplo, como afirma en su obra El instinto

del lenguaje:

En uno de los experimentos, el experimentador se dedicaba a aburrir al bebé presentándole un objeto. Al rato, ocultaba el objeto detrás de una pantalla

opaca. Al retirar la pantalla, si el mismo objeto volvía a aparecer, el bebé miraba un ratito y en seguida se volvía a aburrir. Pero si, por arte de magia,

aparecían dos o tres objetos, el sorprendido bebé pasaba más rato mirándolos (Pinker, S., El instinto del lenguaje, p. 60).

Si el número de muñecos que el bebé espera encontrar tras la pantalla se adecúa a sus expectativas, este no muestra sorpresa alguna. Pero cuando el número

de muñecos varía, sí da claras muestras de estar sorprendido. Presumiblemente, ello responde al aumento del número de muñecos a pesar de su creencia de

que sólo se encontraría con uno. Debido a esto, Pinker extrae como corolario que, independientemente del lenguaje, los bebés han realizado de algún modo

un razonamiento aritmético.

Asimismo, en el mundo no humano parecen existir muestras de que la correlación entre lenguaje natural y pensamiento no es tan necesaria. Pinker habla del

caso de los monos vervet, los cuales son capaces de identificar a los individuos con los que mantienen relaciones de parentesco. Es decir, independientemente

de la posesión de un lenguaje natural con términos como ‘hermano’, ‘papá’ o ‘hijo’ (caso del castellano), estos primates pueden identificarse como relacionados

de algún modo con otros individuos. En uno de los ejemplos señalados en la citada obra:

Los primatólogos Dorothy Cheney y Robert Seyfarth han observado que las extensas familias de estos monos forman alianzas como la de los Capuleto y los

Montesco. En una típica interacción que presenciaron en Kenya, vieron cómo un mono joven derribaba a otro y le hacía huir chillando. Al cabo de veinte

minutos, la hermana de la víctima se acercó a la hermana del agresor y sin mediar provocación alguna le mordió en la cola (Pinker, S., El instinto del

lenguaje, pp. 60-61).

Si los monos, carentes de cualquier lenguaje natural, son capaces de identificar mediante reglas de parentesco a otros individuos, eso significa que los

mismos han podido razonar acerca de ello. No parece serio explicar, por ejemplo, la anterior conducta apelando al azar o a causas desconocidas que nada

tienen que ver con la primera agresión.

Un último ejemplo recae en el caso de personas que no sólo afirman poder pensar en palabras de uno de los lenguajes naturales por ellas conocidas, sino

de pensar mejor sin ellas. Sus momentos intelectuales más lúcidos estarían, según ellos mismos, huérfanos de cualquier vestigio de lenguaje natural. El

ilustre físico Albert Einstein o los biólogos James Watson y Francis Crick son ejemplo de personas que afirmaron pensar mediante imágenes. Otro caso fue

el del físico Michel Faraday:

Michel Faraday, creador de la concepción moderna de los campos eléctricos y magnéticos, no tenía formalización matemática, por lo que hizo sus descubrimientos

a base de visualizar líneas de fuerza como si fueran tubos muy finos que se curvan en el espacio (Pinker, S., El instinto del lenguaje, pp. 73-74).

Este último grupo de ejemplos es, no obstante, altamente controvertido. Posiblemente, el más controvertido de todos. El lector se podrá preguntar por el

por qué. La respuesta es que no está nada claro que el supuesto pensamiento se produzca al margen de los lenguajes naturales convencionales. Un presupuesto

que tendríamos que empezar por reconocer para aceptar este ejemplo es el de la accesibilidad diáfana de nosotros mismos a nuestros propios estados mentales.

¿Por qué tenemos que aceptar que Einstein estaba en lo cierto tras afirmar que sus experimentos mentales estaban construidos inicialmente por imágenes

para, en segunda instancia, comenzar a buscar palabras y demás signos convencionales? ¿No podría ser que estos casos sean fruto de la ilusión de los sujetos,

en este caso, del propio Einstein?

Más allá de este pequeño reparo, los otros dos ejemplos parecen ilustrar la posibilidad de que se pueda hablar de pensamiento sin lenguaje. Por una parte,

no parece plausible la idea cartesiana de que los animales carecen de pensamiento y, en consecuencia, que comportamientos como el descrito no nos dicen

nada de una supuesta vida mental (del mismo modo que no creemos que un reloj piensa tomando como base el movimiento de sus agujas).

Por otra parte, sería extraño que alguien niegue que los bebés de los experimentos realmente se sorprendan porque carecen todavía del lenguaje y, por lo

tanto, no pueden pensar siquiera en el primero de los muñecos. Por esto, los ejemplos mostrados por Pinker parece que resultan convincentes a la hora de

mostrar individuos cuyo comportamiento resultaría muy difícil de explicar sin apelar al pensamiento, pero que carecen de lenguaje natural.

Un argumento esbozado contra la plausibilidad de ejemplos como los mostrados recae en la “falacia de los homúnculos”. Si es posible hablar de pensamiento

al margen del castellano, inglés o portugués, ¿cómo ese pensamiento, sus representaciones, pueden tener significado? De oraciones del castellano, compuestas

por expresiones establecidas por convención, podemos decir que adquieren su significación, precisamente, por su carácter intersubjetivo.

Sin embargo, de los pensamientos ajenos al lenguaje no podríamos decir lo mismo pues están ahí con independencia del resto de individuos. Es algo propio

de cada uno. Estas representaciones no pueden adquirir su significado al ser usadas sin más, conscientemente, por los propios sujetos.

De otro modo, ya no habría discusión alguna acerca de la plausibilidad misma del mentalés al poder ser corroborado por nosotros mismos. Necesitaríamos,

por tanto, recurrir a una especie de homúnculo que “contemplara” estas representaciones dándoles su significado; pero esto nos llevaría a una regresión

al infinito (necesitaríamos otro homúnculo que observe al primero y así indefinidamente).

La objeción proporcionada de Pinker a este posible ataque consiste en la apelación a la teoría computacional de la mente que configura su hipótesis del

mentalés. Así, a semejanza de una máquina de Turing, un ordenador contemporáneo, nuestra mente operaría mediante una serie de reglas básicas que todo pensamiento

debería respetar. Esta sería una explicación del pensamiento de alguien sin ningún lenguaje natural para la cual no es necesario apelar a homúnculos.

Ahora bien, ante esto se podría argüir, como por ejemplo sostiene el Premio Nobel de Física Roger Penrose, que no es posible equiparar a la mente con un

ordenador. La presentación de los argumentos en favor de esta idea, excederían la intención del presente texto. Para quien se encuentre interesado en esta

idea, recomendamos la lectura de la obra La nueva mente del emperador de Penrose.

Vistos los ejemplos propuestos por Pinker, pudiéramos de que, efectivamente, parecen mostrar que es posible el pensamiento sin lenguaje, pero ¿por qué

tendríamos que aceptar que este pensamiento está conformado por el mentalés? Esto, parece ser, es así puesto que de esta manera se podrían explicar fenómenos

como el aprendizaje inicial de un lenguaje, su recursividad o su composicionalidad. Pero, ¿es que los individuos pensantes venimos al mundo con una serie

de conceptos innatos, aunque sean en mentalés, y reglas básicas?

No debemos perder de vista que la posibilidad de la hipótesis del mentalés se encuentra apoyada en la plausibilidad de la propuesta chomskiana. Por lo

tanto, supondría aceptar la existencia de una serie de estructuras innatas por las cuales el bebé puede aprender cualquier idioma. Con todo, esto ya es

tema aparte y no modifica nuestra creencia de que los ejemplos propuestos por Pinker, al menos los dos primeros, ilustran con nitidez la posibilidad de

que exista un pensamiento no verbal.

domingo, 27 de noviembre de 2022

Una tradución nueva de Las Metaforfosis, de Ovidio

Stephanie McCarter explica que, en su nueva traducción del poema, “Metamorfosis.”, de Ovidio,  intentó tratar la violación y la violencia sexual tal como lo hace el propio Ovidio, sin eufemismos.

Stephanie McCarter.

 

Las historias de violación ocupan un lugar incómodo en el canon literario, y ninguna obra canónica incluye más relatos de este tipo que las Metamorfosis

de Ovidio. Apolo, atravesado por la flecha de Cupido, persigue a la ninfa Dafne, que se convierte en árbol para escapar de él. Júpiter, rey de los dioses,

ataca violentamente a Ío, a la que convierte en vaca. La ninfa Calisto sufre violencia sexual a manos de Júpiter, y luego violencia física a manos de Juno,

su reina, que la convierte en un oso. En la epopeya aparecen casi cincuenta actos de violación o intento de violación, y muchos de ellos han inspirado

a su vez importantes obras de arte y literatura, tales como Apolo y Dafne de Bernini, El rapto de Europa de Tiziano y Tito Andrónico de Shakespeare.

Por muy familiares que sean, estas historias suponen un reto para los traductores: ¿Cómo traducir al inglés actos que a menudo son grotescamente violentos

en el latín original de Ovidio? Durante décadas, muchos se han limitado a eludir la cuestión, ocultando las violaciones con eufemismos románticos o incluso

sugiriendo, mediante sutiles giros de la frase, que las mujeres de los cuentos de Ovidio consentían la agresión. Como clasicista, uno de mis principales

objetivos cuando me dispuse a preparar mi propia traducción del poema épico de Ovidio fue la representación clara y precisa de estas escenas de violación.

Pensé que era fundamental tratar la violencia sexual en las Metamorfosis con la misma franqueza que lo hace el propio Ovidio.

Estas cuestiones eran fundamentales para mí, en parte porque enseño regularmente las Metamorfosis, y la presencia de la violencia sexual en ellas ha hecho

que su lugar en las aulas sea tenso. En 2015, un artículo de opinión redactado por estudiantes de la Universidad de Columbia se hizo viral por su crítica

a un profesor que se centraba en “la belleza del lenguaje y el esplendor de las imágenes de la epopeya sin abordar adecuadamente la presencia de la violación.

El artículo inició un extenso debate sobre las “advertencias de activación” que dio lugar a una serie de artículos de opinión, algunos de los cuales simpatizaban

con las preocupaciones de los estudiantes y otros denigraban a los estudiantes como “copos de nieve” que no podían manejar los aspectos difíciles de la

gran literatura.

Me pareció que había un malentendido fundamental en el centro de este debate. Los estudiantes de Columbia no trataban de censurar el material relacionado

con la violación, sino que simplemente pedían que esa violencia se enmarcara y examinara como tal. Lo que les preocupaba era la estetización desconsiderada,

la premisa implícita de que se trataba de una obra de belleza intachable que sólo podía elevar sin hacer nunca daño. Y esto es cierto más allá de Columbia.

La idea de que los estudiantes excesivamente sensibles buscan en masa la censura de este material va en contra de mis dos décadas de enseñanza en las aulas

universitarias. Nunca he tenido un estudiante que se oponga a la discusión franca de la violación en el texto. En todo caso, los estudiantes contemporáneos

están mucho más preparados para discutir este difícil aspecto de la literatura que muchos de mi propia generación. Lo que no están preparados es para aceptarlo

acríticamente.

Los lectores necesitan ediciones de la epopeya que faciliten ese análisis. Cabe destacar que el papel del traductor en la comunicación de la violación

no se examinó en el debate más amplio sobre la advertencia de activación que siguió al artículo de opinión de Columbia, a pesar de que la mayoría de los

que leen el texto de Ovidio lo hacen traducido. Era el inglés de David Raeburn de principios del siglo XXI, no el latín de Ovidio, lo que leían los estudiantes

de Columbia. Las traducciones que eufemizan la violación corren el riesgo de dar a los lectores la impresión de que Ovidio era inequívocamente frívolo

con la violencia sexual, cuando en realidad subraya el trauma psicológico y físico que produce.

En el caso de Apolo y Dafne, uno de los cuentos citados por los estudiantes de Columbia, Raeburn añade detalles que simplemente no están presentes en el

latín de Ovidio y que amplían el poder de la mirada masculina. Cuando Apolo recorre con sus ojos el cuerpo de Dafne, por ejemplo, Ovidio nos dice simplemente

que mira sus labios, dedos y brazos, pero Raeburn va más allá. En su interpretación, los labios de Dafne son tentadores, sus dedos delicados y sus brazos

bien formados. Cuando la dura corteza sube por el suave torso de Dafne, mollia praecordia, Raeburn hace que rodee su suave pecho blanco. La acumulación

de estas alteraciones distorsiona la presentación que hace Ovidio del cuerpo de Dafne, atrayendo a los lectores al papel de voyeur y haciendo que parezca

que el narrador se deleita en su objetivación de formas que el latín no justifica. En Raeburn, es como si su cuerpo simplemente invitara al asalto de Apolo.

Al traducir las escenas de violación de Ovidio, tuve cuidado de utilizar palabras inglesas que reflejaran su propio lenguaje de la violencia, que vincula

la violación con el tema más amplio de la epopeya del poder abusivo. La palabra latina más común que utiliza Ovidio para referirse a la violación es vis

‘fuerza’. Se trata de un término legal para designar la violación en Roma, aunque también se aplicaba a otros actos violentos, como la insurrección armada

o el uso de armas dentro de los límites de la ciudad, actos que socavaban las expectativas de seguridad y autonomía corporal del ciudadano romano. Los

castigos por la violación de vis iban desde las represalias personales hasta la pérdida de la ciudadanía e incluso la muerte. Si juzgamos las violaciones

de la epopeya según los estándares de los romanos, son crímenes atroces.

Cuando la vis aparece en la epopeya, ya sea en el contexto de la violación o no, utilizo sistemáticamente la palabra fuerza para que los lectores puedan

relacionar los distintos tipos de violencia. Ovidio empareja con frecuencia la palabra vis con la palabra pati, ‘sufrir’, que puede denotar ser la pareja

penetrada en un acto sexual. La frase vim pati ‘sufrir la fuerza’ se convierte en Ovidio en un término casi técnico para referirse a la violación, como

en la violación de Dryope por parte de Apolo, que yo traduzco, con la franqueza propia de Ovidio, como que ‘había sufrido / una violación por la fuerza’.

En Ovidio, un agresor también puede ‘ejercer la fuerza’ contra otro, como cuando utiliza la frase vim tulit para describir la violación del dios del río

Cefiso a Liriope o cuando Leucothoe acusa al dios del sol de violarla.

Aunque los traductores utilizan ocasionalmente la palabra violación, son muy incoherentes, y con más frecuencia diluyen el lenguaje de fuerza de Ovidio,

convirtiendo vis en “cortejo ardiente o “avances” o simplemente desapareciendo por completo. En Stanley Lombardo (2010), por ejemplo, Dryope “perdió su

virginidad” con Apolo. En Allen Mandelbaum (1993), Cefiso “se salió con la suya” con Liriope. Y en Horace Gregory (1958), Leucothoe dice que el dios del

sol la “deslumbró”.

A veces es necesario desviarse ligeramente de la estricta fidelidad a la verborrea exacta de Ovidio para captar lo que las palabras del poeta habrían significado

para su público original. El otro término latino principal de Ovidio para denotar la violencia sexual es rapio, del que deriva el vocablo inglés rape.

Aunque el significado principal de rapio es ‘arrebatar’ o ‘robar’, Ovidio lo utiliza repetidamente en los relatos de agresión sexual. La muchacha Mestra,

por ejemplo, identifica al dios Neptuno como su violador diciendo que posee la raptae praemia virginitatis, “el premio de su virginidad robada. En estos

pasajes, utilizo simplemente la palabra violación. En mi traducción, Mestra dice: “Tú que me violaste, robaste mi preciada virginidad”. 

La traducción más exacta no siempre es la más literal.

La violación de Io por parte de Júpiter también exige más precisión que literalidad. Ovidio utiliza aquí sólo dos palabras para narrar la violación: rapuit

pudorem, literalmente “le robó la castidad, que yo traduzco como “la violó, ya no es casta”. Traducir esta frase demasiado literalmente embota su violencia,

haciéndola sonar anticuada o eufemística cuando el lenguaje de Ovidio no es ninguna de las dos cosas. Más adelante, Procne utiliza una frase similar cuando

amenaza con castrar a Tereo, el violador de su hermana, cortándole el órgano que le “robó” la “castidad”. La violencia de ese robo se corresponde con la

violencia de su amenaza.

Los traductores, por supuesto, han encontrado formas de oscurecer y diluir ese lenguaje. En la traducción de Charles Martin de 2004, por ejemplo, Júpiter

se limita a “deshonrar” a Ío, un acto que no deja claro el delito concreto. Más allá del eufemismo, Gregory reescribe la escena como consentida en su traducción.

En lugar de “robar la castidad de Ío, su Júpiter “superó sus escrúpulos”, una frase que sugiere seducción en lugar de violación. En su versión de 1986,

A.D. Melville utiliza el eufemismo “violar”, una palabra que los traductores emplean repetidamente en las escenas de violación de Ovidio. Como explica

el Oxford English Dictionary, se trata en inglés de un término arcaico para referirse a la violación que implica más comúnmente “deleite extático” o “placer

sensual. Aparece con frecuencia en los títulos de las novelas románticas.

Incluso las historias más horribles de vis han sido eufemizadas en la traducción. En un episodio especialmente brutal, tanto Apolo como Mercurio violan

a una niña de 14 años llamada Chione. Mercurio la hace dormir con su varita y luego la viola. En mi traducción: “Inconsciente por su poderoso toque, sufre

/ la violación forzada del dios”. Otros traductores ocultan la violación o dan a Chione la capacidad de actuar de la que carece. En la versión de Mandelbaum,

ella “se somete / en el sueño profundo, a su violencia divina”. No está claro cómo puede Chione “someterse” a la violencia en su sueño. La traducción de

Rolfe Humphries de 1955 reformula la vis de Mercurio como “poder: “Bajo su toque ella se acostó, y sintió su poder”. En este caso, la muchacha parece estar

intimidada hasta la sumisión, en lugar de someterse a la voluntad de Mercurio por la fuerza.

Si queremos que los lectores consideren la brutalidad presente en la gran literatura, debemos darles las herramientas para hacerlo. Y con un escritor como

Ovidio, un texto bien traducido es la primera de esas herramientas. Podría decirse que Ovidio es el poeta canónico de la violencia sexual, y como tal ofrece

un rico espacio para considerar cómo pensamos, hablamos y escribimos sobre ese trauma. Tenemos que utilizar y normalizar las palabras “violación” y “fuerza”.

Cuando los traductores se niegan a retroceder ante ese lenguaje, pueden tratar la violencia sexual como violencia, permitiendo a los lectores decir su

nombre, escudriñarla, reflexionar sobre su funcionamiento y reconocer cómo sigue transformando a demasiados de nosotros.

jueves, 27 de octubre de 2022

Piedras para recordar la barbarie: ocho adoquines en Madrid recuerdan a republicanos españoles deportados a campos nazis

MEMORIA HISTÓRICA

Familiares y personas comprometidas con la memoria histórica colocan en la capital ocho ‘stolpersteine’, las placas que vienen instalándose por toda Europa en recuerdo de las víctimas de Hitler

Cuatro 'Stolpersteine' colocadas el pasado viernes 14 de octubre en Madrid.

NORA G. FORNÉS

Madrid - 25 OCT 2022 - 05:30 CEST

 

Estas son las historias de ocho hombres que, de algún modo, han regresado a sus casas. Han vuelto en forma de adoquines dorados que han sido colocados recientemente en diversas calles de Madrid. Ocho placas cúbicas en las que hay inscritos un nombre y una biografía escueta, de estilo telegráfico. Son las llamadas stolpersteine, palabra que significa literalmente “piedras que hacen tropezar” en alemán. Fueron ideadas por el artista berlinés Gunter Demnig en 1992, que decidió plantar baldosas para recordar a las víctimas del nazismo en el último lugar donde estuvieron instaladas antes de ser deportadas a campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Las primeras se inauguraron en Austria, pero poco a poco han ido traspasando las fronteras hasta brotar por toda Europa, y rozan ya las 100.000.

MÁS INFORMACIÓN

Tropezar con la memoria

Jesús Rodríguez e Isabel Martínez se han encargado desde 2019 de organizar la instalación de las stolpersteine en Madrid, además de contactar con los parientes de las víctimas tras un largo proceso de investigación. Acompañados de un séquito de familiares de los deportados y de apasionados que reivindican la importancia de la memoria histórica, el viernes 14 de octubre colocaron ocho en homenaje a ocho españoles del bando republicano que se exiliaron a Francia al final de la Guerra Civil española y que tuvieron la mala suerte de ser deportados a campos de concentración y de exterminio durante la ocupación nazi francesa del régimen de Vichy. Cinco acabaron asesinados en los campos, dos fueron liberados y a otro se le perdió la pista desde su ingreso en el campo. De momento hay 42 adoquines dorados en la capital española y el próximo viernes 28 de octubre se sumarán otros nueve.

El recorrido del viernes empezó en la Plaza de España y terminó en el Paseo de Recoletos.

SATURNINO ARROYO ALONSO (Madrid 1915-Gusen 1941)

La ruta empieza en el número 8 de la calle Duque de Osuna —lo que antes era el 58 de la calle Leganitos—, al lado de Plaza de España. Ahí vivía Saturnino Arroyo con sus dos hermanos y su padre, viudo, que era sereno. Ninguno tuvo descendencia. En el Centro Documental de la Memoria Histórica consta que fue teniente de la 68 Brigada Mixta durante la Guerra Civil, se exilió a Francia y pasó por varios campos de concentración franceses. Después fue detenido e internado en dos stalags —campos de prisioneros de guerra previos a los campos de concentración—, primero en Zagan (Polonia) y después en Trèveris (Alemania). De este último salió en 1941 para llegar a Mauthausen y posteriormente fue trasladado al subcampo de Gusen, donde fue asesinado el día de Navidad de ese mismo año.

Una mujer sostiene la 'stolpersteine' de Saturnino Arroyo antes de colocarla delante de su portal.JESÚS RODRÍGUEZ

Del edificio sale una mujer escocesa que vive allí y se para ante el grupo que rodea su portal. Comenta, entusiasta, que le parece una labor muy necesaria, y pregunta: “¿Sabéis cuál era su piso? ¿Daba al exterior?”. Pero no obtiene esas respuestas, ya que no hay familiares de Arroyo entre los participantes.

MANUEL SALVADORES VERDASCO (Madrid 1920-Hartheim 1942)

En plena Plaza de España, donde ahora hay plantado un edificio de oficinas, vivió Manuel Salvadores. Tras exiliarse a Francia al finalizar la guerra, se apuntó a una compañía de trabajadores y fue destinado a trabajar a la Línea Maginot —una línea de defensa construida por Francia a lo largo de sus fronteras del noreste—. Fue detenido en Estrasburgo y de allí salió el 11 de diciembre de 1941 con destino a Mauthausen. Un par de meses después de su llegada fue destinado a Gusen, donde permaneció un año trabajando en la cantera. El 4 de febrero de 1942 salió para el castillo de Hartheim, donde murió, gaseado, cinco días después. No había llegado a cumplir los 22 años.

La 'stolpersteine' de Manuel Salvadores y su hueco.JESÚS RODRÍGUEZ

Jesús Rodríguez e Isabel Martínez lograron hablar con dos sobrinos y una sobrina nieta de Salvadores. Entre ellos, había discrepancias de si debían o no poner la stolperstein en su memoria, ya que a algunos no les gustaba la idea de que lo fueran a pisar. De hecho, este mismo argumento fue utilizado por Charlotte Knobloch, autoridad judía de Baviera, para prohibir su instalación en las calles de Múnich y otras ciudades de la región. Sin embargo, Rodríguez prefiere verlas como micromonumentos de la vía pública que pueden sorprender a los viandantes, quienes, para leerlos, se inclinan y conceden una especie de reverencia a la persona recordada.

CÉSAR BLASCO SASERA (Madrid 1877-Dachau 1944)

César Blasco ya era mayor cuando fue detenido el 8 de diciembre de 1943 por la Gestapo en el pueblo de Vernet les Bains (Languedoc-Rosellón), junto con otros siete militares republicanos españoles que, como él, se habían exiliado a Francia tras la derrota del bando republicano. Blasco había sido coronel en el Ejército español desde 1933. Los ocho apresados fueron trasladados y detenidos en Perpignan, acusados de diferentes cargos. De ahí pasaron al campo de concentración francés de Vernet d’Ariège, cerca de Toulouse. El 30 de junio de 1944 fueron trasladados a la cárcel de Toulouse y el 2 de julio iniciaron un viaje en el “tren fantasma” que los llevó al campo de concentración de Dachau el 28 de agosto. Murió el 21 de diciembre de ese año a los 67 años.

Su stolperstein ha quedado instalada en la estrecha calle de Santa Clara, adonde acudieron sus sobrinas nietas y una sobrina bisnieta de Blasco. Sabían que su tío abuelo había muerto en un campo de concentración, pero no tenían muchos más datos. “Lo del tren nunca lo habíamos oído”, comentan. De hecho, le pidieron a Rodríguez que les enviara más información. Cuando les preguntan si ellas habían vivido en ese edificio, una contesta que no, y otra propone a sus hermanas: “Podríamos subir a investigar quién vive aquí ahora”.

VENANCIO ORTELLS MENÉNDEZ (Madrid 1909-Neuengamme 1945)

Al lado de la Puerta del Sol, Venancio Ortells vivió en lo que ahora es el Hotel Europa. Aunque no se sabe muy bien su trayectoria durante la Guerra Civil, sí que hay documentos que acreditan que en Francia estuvo internado en el campo de concentración de Argelès y, como la mayoría de sus compañeros, ingresó en alguna compañía de trabajadores extranjeros. Fue detenido por la Gestapo e internado en Compiègne, de donde fue trasladado el 15 de julio de 1944 al campo de concentración de Neuengamme, en el que fue asesinado el 15 de febrero de 1945.

En esta cuarta parada, las obras en Sol interfirieron en la colocación de esta stolperstein, ya que el hueco reservado para ella había sido recubierto por error. “La pondrán otro día”, resuelve Martínez, pragmática. Este es un caso raro en el que los familiares del deportado decidieron no implicarse en el evento, e incluso rechazaron que se les devolviera un anillo de Ortells con sus iniciales que se conserva en los archivos de Arolsen, “seguramente por evitar confrontaciones en la familia”, conjetura Rodríguez.

DOROTEO GORDO ALONSO (Madrid 1913-Buchenwald ?)

La familia de Doroteo Gordo habitó en la portería del número 9 de la Gran Vía, donde ahora se encuentra el elegante Hotel Catalonia. Apenas hay datos de su trayectoria. El 31 de diciembre de 1936 fue ascendido a teniente. Después, se conoce su detención el 20 de abril de 1943 en Francia. Por las fechas en que es detenido, Rodríguez y Martínez especulan que estaba en la Resistencia contra los nazis en el régimen de Vichy. Fue llevado a Compiège y de ahí a Buchenwald, donde llegó el 19 de enero de 1944. Se desconoce cuál pudo ser su destino, “aunque posiblemente fue asesinado”, apunta Rodríguez.

Unas turistas alemanas pasan por medio del convoy mientras el albañil municipal coloca la placa, y exclaman una frase en alemán de la cual todos los asistentes comprenden una sola palabra: stolpersteine. Alemania es el país con más micromunumentos de este tipo, y solo en 2019 contaba con 56.000, por lo que sus habitantes están habituados a verlos por las calles.

RAFAEL ACOSTA MORENO DE LA SANTA (Madrid 1916-Martignas-sur-Jalle 2000)

Durante la Guerra, Rafael Acosta fue teniente en el cuerpo de Sanidad. En el exilio pasó por el campo de concentración de Septfonds. Se alistó en la compañía de trabajadores y fue destinado a Bretevilles-sur-Laize (Normandía). Detenido en Compiègne, fue deportado al campo de concentración de Neuengamme el 21 de mayo de 1944, al que llegó el día 24. Acosta fue uno de los pocos sobrevivientes. Tras su liberación, se quedó en Francia y murió a principios de 2000 en Martignas-sur-Jalle, al lado de Burdeos.

ELEUTERIO DÍAZ-TENDERO MERCHÁN (Consuegra, Toledo 1882 - Dachau 1945)

En el transitado Paseo del Prado residió Eleuterio Díaz-Tendero, militar español republicano que luchó en la Guerra Civil. En 1934 fundó la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), nacida para luchar contra la actividad de la derechista Unión Militar Española (UME), la cual ya había empezado a actuar violentamente contra destacados militares republicanos. Durante la Guerra Civil fue el encargado de realizar purgas y limpiezas de expedientes de algunos miembros del ejército republicano. En los últimos momentos de la guerra, con la caída de Cataluña, partió a Francia.

En Toulouse fue detenido en el Castillo de Colliure y un año después apresado allí por la Gestapo. Fue enviado a Dachau, donde a pesar de sufrir numerosas penalidades ingresó en el Partido Comunista clandestino e incitó a la resistencia entre sus compañeros. El 13 de febrero de 1945 acabó en uno de los hornos crematorios del campo, apenas unas semanas antes de la liberación de Dachau.

Eleuterio Díaz-Tendero Merchán.CEDIDA POR LA FAMILIA

Su nieta Jany Gandía, que acude a Madrid desde Toulouse, muestra y lee la última carta que escribió su abuelo un día antes de morir, arropada por dos primos que residen en España. Explica que la misiva llegó a manos de su abuela Remedios gracias a Vicente Parra, un compañero de Díaz-Tendero que estuvo con él en Dachau y cuya stolperstein cierra la ruta. En ella se despide de sus seres queridos con tono solemne pero sin perder la compostura.

VICENTE PARRA BORDETAS (Madrid 1886-Caracas 1967)

El recorrido se cierra en el Paseo de Recoletos 31. El médico Vicente Parra se mudó allí después del golpe de Estado de 1936. Después de cruzar los Pirineos, fue detenido en 1943 por la policía de Vichy y encarcelado en el campo de Le Vernet, sospechoso de ser agente de enlace comunista. De allí salió camino de Dachau tres días después del desembarco de Normandía, como pasajero del “tren fantasma”. En la enfermería de Dachau, Parra atendió a los prisioneros.

Vicente Parra Bordetas.CEDIDA POR LA FAMILIA

Tras la liberación de Dachau, volvió a Toulouse y se integró en la plantilla del Hospital Varsovia, un centro abierto por refugiados españoles del que llegó a ser director. Jany Gandía subraya la importancia de Parra en Toulouse: “Salvó muchas vidas allí, de gente sin papeles, o que no se podía permitir la sanidad. Se merece una estatua en el actual Hôpital Joseph Ducuing-Varsovie”. En 1948, en un entorno influido por la caza de brujas anticomunista de Estados Unidos que forzó su cese como director, el médico y su familia se marcharon a Venezuela, donde murió en 1967. Desde Caracas acudieron a la instalación de su adoquín varios familiares y su nieta Marisa, que habló mientras se disponía la placa. Con emoción en la voz, ensalzó, ante todo, “su amor por la medicina, que nunca cesó”.

sábado, 22 de octubre de 2022

Annie Ernaux, la extranjera

Annie Ernaux, la extranjera.

Lucía Campanella.

 

2022 ya venía siendo un año de consagración de la escritora francesa Annie Ernaux (Lillebonne, 1940). A comienzos de año había aparecido su última novela, Le

jeune homme. En mayo, un Cahier de L’Herne proponía una aproximación profunda y profusa a su obra. El mismo mes, el festival de Cannes, en el marco de

la Quinzaine des Réalisateurs, presentaba el documental Les années Super 8, dirigido por uno de los hijos de Ernaux y basado en las filmaciones caseras

de la familia. El título y el argumento retoman una de las novelas más reconocidas de la autora, Les années (Los años, 2008). En 2020 y 2021 otras dos

de sus novelas habían dado lugar a sendas versiones cinematográficas homónimas: Passion simple, de Danielle Arbid, y L’Événement (El acontecimiento, disponible

en HBO), de Audrey Diwan, esta última premiada con el León de Oro en la Mostra de Venezia.

Todos estos acontecimientos, en especial el cahier de la editorial L’Herne, que desde 1961 publica estos prestigiosos volúmenes enteramente dedicados a

un autor, ratificaban el lugar de Annie Ernaux en las letras francesas. Se trata de un lugar peculiar, conquistado sin pausa y sin demasiado ruido desde

su primera novela, Les armoires vides (Los armarios vacíos, 1974). En estos casi 50 años, sus libros, acotados en páginas y publicados con regularidad

cada tres o cuatro años, han dando lugar a múltiples estudios (casi 200 tesis doctorales defendidas o en preparación entre 2012 y 2022 en Francia sobre

la obra de Ernaux o sobre Ernaux en relación con otros escritores como Virginia Woolf, Pierre Michon, Marguerite Duras, WG Sebald). La escritora cuenta

con un público educado y fiel, y varios autores más jóvenes, como Didier Eribon, Nicolas Mathieu, Ivan Jablonka, Emmanuel Carrère o Édouard Louis la reconocen

como maestra.

El Nobel cayó de manera un poco inesperada, sin embargo, en medio de pronósticos que señalaban a Michel Houellebecq, a veces considerado el antónimo de

Ernaux, como favorito en el área de escritores en lengua francesa. Como es habitual, el premio encantó a los convencidos e indignó a los detractores: los

que pensaban que lo merecía más el acuchillado Salman Rushdie, los que consideran que Ernaux no es “un gran autor”, que le falta “estilo”, que habla de

temas que sólo le interesan a ella y a un puñado de lectoras preocupadas por cosas tan banales y desagradables como menstruaciones que no vienen y nudos

en el estómago mientras se prepara la cena o se hacen las compras en el supermercado. También están aquellos a quienes las posiciones políticas de Ernaux

molestan desde hace años: su militancia de izquierda, su apoyo a movimientos como los chalecos amarillos o Boicot Israel o su posicionamiento sobre las

prisiones, sin contar su apoyo a La France Insoumise, el partido de Jean-Luc Mélenchon.

El presidente Emmanuel Macron, destinatario de una carta abierta en la que Ernaux lo acusaba en 2020 de haber saqueado el sistema de salud y haber recortado

los servicios públicos, condicionando así la respuesta a la pandemia e instaurando una forma de gobierno en la que el Estado cuenta sus billetes mientras

los trabajadores cuentan sus muertos, no tuvo más remedio que dedicarle un cortés tuit de felicitaciones.

En palabras de la academia sueca, el premio es un reconocimiento a “la valentía y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos

y las restricciones colectivas de la memoria personal”. En ese cruzamiento, en la historia de sí misma que es la historia de muchos y muchas está sin duda

el interés de la obra de Ernaux. Si la academia no se encarga de poner el acento en la manera profundamente política en la que la autora logra esto, sí

se lo reconocen sus lectores y lectoras.

Gisèle Sapiro, por ejemplo, la denomina “etnógrafa de la violencia simbólica”

1

 y Typhaine Samoyault considera que su obra es una respuesta a todas las formas de dominación.

2

 Ahorrándonos tener que pasar por la manida distinción entre persona y obra, como lo señala Sapiro, Annie Ernaux firmaba, al día siguiente de haber recibido

el Nobel, un llamado a manifestarse el 16 de octubre en contra del modelo neoliberal y a favor de la adopción de medidas de protección social en vísperas

de un invierno que se anuncia como agravante de las injusticias sociales y de la condición de los más pobres. Ese domingo se la pudo ver en las calles

de París encabezando la manifestación, que reunió a 140.000 mil personas, según los organizadores (o 30.000, según la Policía).

Cercanía, extrañamiento y memoria

Los libros de Ernaux crean por un lado una permanente sensación de cercanía, en la que los lectores siguen una trayectoria vital desde un almacén-café

que sus padres, obreros devenidos pequeños comerciantes, tuvieron por décadas en un pequeño pueblo de Normandía, hacia unos estudios que poco a poco la

van alejando de ese medio, una entrada en la vida sexual a través de lo que hoy denominaríamos una violación, un aborto clandestino, un matrimonio burgués,

unos hijos, un trabajo de décadas como profesora, el enamoramiento, la enfermedad, la muerte de su padre y de su madre, la separación, la escritura.

Por otro lado, su obra parece escrita por un observador externo que da cuenta casi con extrañamiento de las transformaciones sociales que puntúan y que

dan forma a esa vida, con precisión quirúrgica. Este ir y venir entre el yo y el todos se expresa, por ejemplo, en las voces narrativas (la oscilación

entre el “nosotros” y el “ella” para hablar de sí misma, pasando por el on francés como pronombre indefinido) y en los títulos elegidos para algunos de

sus libros.

En L’Événement, que tiene por tema central su aborto, y L’Occupation (de 2002), en la que se cuenta una pasión amorosa, Ernaux retoma términos históriamente

cargados (“el acontecimiento” es la guerra de Argelia, “la ocupación” es la invasión nazi) para imponer su punto de vista y rellenar los huecos de la historia,

transformando así hechos vergonzosos y silenciados en “experiencia(s) humana(s) total(es)”, como señala Aurélie Adler en el Cahier mencionado.

Su fenomenal trabajo de memoria radica en detenerse ante las palabras y ante las cosas: la expresión de su padre en una foto que encontró en su billetera

el día de su muerte, el color de la sonda usada por la abortera, la profundidad de los carritos del súper, cada vez más capaces de contener la mercadería

triunfante, la manera que tenía su abuela campesina de orinar parada, los juegos de palabras bobos o verdes, las letras de las canciones de la radio, la

lengua de los padres y de sus compañeras de escuela. Una memoria “ilegítima, de cosas que es impensable, vergonzoso o loco formular” (Les Années), una

“memoria humillada” (La Place, El lugar, 1983) que la hace conservar detalles de sus orígenes populares. Una memoria que ella lucha por conservar en el

mundo burgués que la rodea y que “se esfuerza en hacerte olvidar del mundo de abajo como si fuera algo de mal gusto” (La Place).

Esta condición de “desertora de clase” (transfuge de classe, una noción sociológica en la que Ernaux reconoce su propia trayectoria) es lo que le permite

una mirada aguda sobre ambos espacios sociales, el de origen y el de acogida. Y es su experiencia la que la habilita a tomar la palabra, puesto que “haber

vivido una cosa, la que sea, da el derecho imprescriptible de escribirla. No hay verdad inferior” (L’Événement).

Esa verdad es, además, la de una vida de mujer, por más que Ernaux se considere “alguien” que escribe y no “una mujer” que escribe. Una vida femenina marcada

por el temor a ser considerada una puta, durante esos años de juventud pre 68 en los que nunca vio a nadie, y menos aún a las implicadas, defender la libertad

sexual de las mujeres. Marcada también por el temor al embarazo en una época previa a la píldora: “Todas las tragedias griegas y racinianas están en mi

vientre. El destino en toda su absurdidad”, dirá en La femme gelée (La mujer helada, 1981).

Marcada, finalmente, por los roles de madre y esposa que no dudó en asumir pero que la hacen reflexionar sobre la cuestión de la libertad mientras pela

papas y baña bebés. En esos relatos de corpiños que se prestan, de electrodomésticos que se desean, de alimentos que se compran, de encuentros con hombres

que dejan más dudas que placeres y de agujas de tejer que se usan para fines menos hacendosos, está sin duda parte de lo que molesta a los defensores de

la Literatura escrita con mayúscula y en masculino. Ernaux lo tiene muy claro, y tiene claro de qué lado quiere estar: “Y si no voy hasta el final del

relato de esta experiencia, contribuyo a oscurecer la realidad de las mujeres y me pongo del lado de la dominación masculina del mundo” (L’Événement).

La lengua del enemigo

La lengua en la que escribe Ernaux, una lengua pretendidamente “llana”, que no rehúye las palabras ordinarias ni los coloquialismos, pero que es también

“la lengua del enemigo” (lo dice en L’Écriture comme un couteau, entrevistas con Frédéric-Yves Jeannet, de 2003), hace sin duda difícil el trabajo de la

traducción. Por estas costas llegaron de manera inconstante las traducciones al español publicadas por Tusquets en décadas pasadas; las más recientes,

de la editorial independiente madrileña Cabaret Voltaire, no tienen distribuidor en Uruguay.

La obra de Ernaux ha estado entonces reservada a quien podía leerla en francés o a lectores particularmente atentos. Una honrosa excepción es la del libro

publicado en Argentina por Milena París en 2017, que reúne dos de sus obras, Journal du dehors (Diario del afuera, 1993) y La Vie extérieure (La vida exterior,

2000), en traducción de Sol Gil, y que se agotó en las librerías montevideanas la mañana misma del jueves en que se dio la noticia del premio. Gracias

a la euforia editorial que desencadena el Nobel (Gallimard, la editorial de Ernaux en Francia, acaba de anunciar la reimpresión de 900.000 ejemplares de

sus libros), es de esperarse que pronto tengamos a disposición más libros de Ernaux en plaza.

Y eso es algo para celebrar porque, como dice Nicolas Mathieu, los libros de Ernaux, como los grandes libros, ya sea para muchos como para unos happy few dan

cuerpo a sensaciones mudas, a pensamientos aún no formulados, a experiencias de las que uno se creía el poseedor monstruoso y aislado. El Nobel puede tener

como única pero consistente virtud la de acercar la obra de Ernaux a los lectores de este lado del mundo.

domingo, 24 de julio de 2022

Cómo afronta nuestro cerebro el hecho de hablar más de un idioma

 

Cómo afronta nuestro cerebro el hecho de hablar más de un idioma

Autor: Nicole Chang.

 

 

Hablar una segunda o incluso una tercera lengua puede aportar ventajas evidentes, pero a veces las palabras, la gramática e incluso los acentos pueden

confundirse. Esto puede revelar cosas sorprendentes sobre el funcionamiento de nuestro cerebro.

La investigación sobre cómo las personas multilingües hacen malabares con más de un idioma en sus mentes es compleja y a veces contraintuitiva. Resulta

que cuando una persona multilingüe quiere hablar, las lenguas que conoce pueden estar activas al mismo tiempo, aunque sólo se utilice una. Estas lenguas

pueden interferir entre sí, por ejemplo, entrando en la conversación justo cuando no se espera. Y las interferencias pueden manifestarse no sólo en los

deslices de vocabulario, sino incluso a nivel de gramática o acento.

“Por las investigaciones sabemos que, como bilingüe o multilingüe, siempre que hablas, se activan las dos lenguas o todas las que conoces”, explica Mathieu

Declerck, investigador principal de la Universidad Libre de Bruselas. “Por ejemplo, cuando quieres decir 'dog' como bilingüe francés-inglés, no sólo se

activa 'dog', sino también su equivalente de traducción, por lo que también se activa 'chien'“.

Concepto de inhibición

Por lo tanto, el hablante necesita tener algún tipo de proceso de control del lenguaje. Si se piensa en ello, la capacidad de los hablantes bilingües y

multilingües para separar las lenguas que han aprendido es notable. La forma en que lo hacen se explica comúnmente a través del concepto de inhibición:

una supresión de las lenguas no relevantes.

Cuando se pide a un voluntario bilingüe que nombre un color que aparece en una pantalla en un idioma y luego el siguiente en su otra lengua, es posible

medir los picos de actividad eléctrica en las partes del cerebro que se encargan del lenguaje y la atención.

Sin embargo, cuando este sistema de control falla, pueden producirse intrusiones y lapsus. Por ejemplo, una inhibición insuficiente de una lengua puede

hacer que esta “aparezca” y se entrometa cuando se debería estar hablando en otra distinta.

Tamar Gollan, profesora de psiquiatría de la Universidad de California en San Diego, lleva años estudiando el control del lenguaje en los bilingües. Sus

investigaciones han llevado a menudo a conclusiones contrarias a la intuición.”Creo que una de las cosas más singulares que hemos visto en los bilingües

cuando mezclan idiomas es que a veces parece que inhiben tanto la lengua dominante, que acaban hablando más lentos en ciertos contextos”, indica el experto.En

otras palabras, la lengua dominante de una persona multilingüe puede verse afectada en ciertos casos. Por ejemplo, en la tarea de nombrar colores descrita

anteriormente, un participante puede tardar más tiempo en recordar la palabra de un color en su primera lengua cuando cambia a la segunda, en comparación

con la situación inversa.

En uno de sus experimentos, Gollan analizó la capacidad de cambio de idioma de los bilingües español-inglés haciéndoles leer en voz alta párrafos solo

en inglés, solo en español y párrafos que mezclaban aleatoriamente el inglés y el español.Los resultados fueron sorprendentes. Aunque tenían los textos

delante de ellos, los participantes cometían “errores de intrusión” al leer en voz alta, por ejemplo, decir accidentalmente la palabra española “pero”

en lugar de la palabra inglesa “but”. Este tipo de errores se producía casi exclusivamente cuando leían en voz alta los párrafos mixtos, que requerían

cambiar de idioma.Lo más sorprendente fue que una gran proporción de estos errores de intrusión no eran palabras que los participantes se habían “saltado”

en absoluto. Mediante el uso de tecnología de seguimiento ocular, Gollan y su equipo descubrieron que estos errores se cometían incluso cuando los participantes

miraban directamente a la palabra concreta.Y aunque la mayoría de los participantes eran hablantes que dominaban el inglés, cometían más errores de intrusión

con palabras en inglés que con las debían decir en español, un idioma que controlaban menos, algo que, según explica Gollan, es casi como una inversión

del idioma dominante.

Dominancia invertida

“Creo que la mejor analogía es imaginar que hubiera alguna condición en la que de repente escribieras mejor con tu mano no dominante”, comenta. “A esto

lo hemos calificado como dominancia invertida”.

Esto puede ocurrir incluso cuando estamos aprendiendo una segunda lengua: cuando los adultos están inmersos en el nuevo idioma, pueden tener más dificultades

para acceder a las palabras de su lengua materna.

Los efectos de dominancia invertida pueden ser especialmente evidentes cuando los bilingües cambian de idioma en una misma conversación, dice Gollan. La

experta explica que, al mezclar idiomas, los multilingües hacen una especie de ejercicio de equilibrio, inhibiendo la lengua más fuerte para equilibrar

las cosas, y a veces van demasiado lejos en la dirección equivocada.

“Los bilingües intentan que ambas lenguas sean igual de accesibles, inhibiendo la lengua dominante para facilitar la mezcla”, dice. “Pero a veces 'sobrepasan'

esa inhibición, y acaban hablando más lento que en la lengua no dominante”.

Los experimentos llevados a cabo por Gollan también descubrieron una dominancia invertida en otra área sorprendente: la pronunciación. Los participantes

a veces leían una palabra en el idioma correcto, pero con el acento equivocado. Y de nuevo, esto ocurría más con las palabras en inglés (idioma dominante)

que en español.

“A veces los bilingües eligen la palabra correcta, pero con el acento incorrecto, lo cual es una disociación realmente interesante que indica que el control

del lenguaje se aplica en diferentes niveles de procesamiento”, dice Gollan. “Y hay una separación entre la especificación del acento y la especificación

del léxico del que se van a extraer las palabras”.

E incluso el uso de la gramática en nuestra lengua materna puede verse afectado de forma sorprendente, sobre todo si se ha estado muy inmerso en un entorno

lingüístico diferente.

“El cerebro es maleable y adaptable”, dice Kristina Kasparian, escritora, traductora y consultora que estudió neurolingüística en la Universidad McGill

de Montreal (Canadá). “Cuando uno se sumerge en una segunda lengua, eso influye en la forma en que percibe y procesa su lengua materna”.

Diferente actividad cerebral

Como parte de un proyecto más amplio realizado dentro de la investigación de su doctorado, Kasparian y sus compañeros hicieron pruebas con personas que

tenían el itialiano como lengua materna y que habían emigrado a Canadá y aprendido inglés ya de adultos. Todos ellos habían declarado anecdóticamente que

su italiano se estaba oxidando y que no lo utilizaban mucho en su día a día.

A los participantes se les mostró una serie de frases en italiano y se les pidió que vieran si les sonaban bien. Al mismo tiempo, se midió su actividad

cerebral mediante un método de electroencefalografía (EEG). Sus respuestas se compararon con las de un grupo de italianos monolingües que vivían en Italia.

Los inmigrantes italianos eran más propensos a rechazar frases italianas correctas como no gramaticales si estas no coincidían con la gramática inglesa

correcta. Y cuanto mayor era su dominio del inglés, cuanto más tiempo llevaban viviendo en Canadá y cuanto menos utilizaban su italiano, más probable era

que encontraran las frases correctas en italiano como incorrectas.

También mostraban patrones diferentes de actividad cerebral en comparación con los italianos que vivían en Italia. Descubrieron que, cuando se les presentaban

frases gramaticalmente aceptables solo en italiano (pero no en inglés), los italianos que vivían en Canadá mostraban patrones de actividad cerebral diferentes

a los de Italia.

De hecho, su actividad cerebral era más coherente con lo que cabría esperar de los angloparlantes, dice Kasparian, lo que sugiere que sus cerebros procesaban

las frases de forma diferente a la de sus homólogos monolingües en su país.

Evidentemente, la mayoría de las personas multilingües son capaces de mantener la gramática de su lengua materna sin problemas. Pero el estudio de Kasparian,

así como otros realizados en el marco de su proyecto de investigación más amplio, demuestran que nuestras lenguas no son estáticas a lo largo de nuestra

vida, sino que cambian, compitiendo e interfiriendo activamente entre sí.

Navegar por estas interferencias podría ser parte de lo que hace que a un adulto le resulte difícil aprender un nuevo idioma, especialmente si ha crecido

siendo monolingüe.

“Cada vez que vas a hablar esta nueva lengua, la otra es como si dijera: '“Eh, ya estoy aquí, listo'“, dice Matt Goldrick, profesor de lingüística en la

Universidad Northwestern de Evanston (Illinois). Así que el reto es que hay que suprimir eso que es tan automático y tan fácil de hacer, en favor de algo

que es increíblemente difícil cuando se está aprendiendo un idioma por primera vez”.

Gestionar la competencia es algo en lo que los multilingües suelen tener mucha práctica. Muchos investigadores sostienen que esto les aporta ciertas ventajas

cognitivas, aunque cabe señalar que aún no hay una posición firme al respecto, ya que otros afirman que sus propias investigaciones no muestran pruebas

fiables de una ventaja cognitiva bilingüe.

En cualquier caso, el uso de las lenguas es posiblemente una de las actividades más complejas que los humanos aprenden a realizar. Y tener que manejar

varios idiomas se ha relacionado con beneficios cognitivos en muchos estudios, dependiendo de la tarea y la edad.

Algunos estudios han demostrado que los bilingües rinden más en tareas de control ejecutivo. Asimismo, hablar varios idiomas también se ha relacionado

con un retraso en la aparición de los síntomas de la demencia. Y, por supuesto, el multilingüismo aporta muchos beneficios evidentes más allá del cerebro,

sin olvidar el beneficio social de poder hablar con mucha gente.

viernes, 15 de julio de 2022

estudio lingüístico del parentesco

Ego. En castellano llamamos tío al hermano de cualquiera de nuestros progenitores, independientemente de si es hermano de nuestro padre o de nuestra madre. En otras lenguas, en cambio, esto no es así. En noruego, por ejemplo, la palabra para referirse a tu tío será diferente según sea del lado materno o del lado paterno

Autora: Elena Álvarez Mellado

 

En la familia de mi pareja se llaman entre sí por el nombre de pila: Manolo, Javier, Mª Jesús. Me pregunto si será cosa de ser de Madrid. A mí, que soy de familia sureña, lo de llamarse entre familiares por el nombre de pila se me hace extraño. En mi familia los nombres van irremediablemente unidos a la relación de parentesco que me une a ellos: la tita Sole, el tito Pepe, la abuela Isabel.

 

No es solo cuestión de tradición, diría que es casi una necesidad: la adición al nombre del grado de parentesco es precisamente (junto con los siempre socorridos diminutivos) lo que nos permite deshacer los casos de ambigüedad onomástica que pululan por mi familia. El abuelo Juan, el tito Juanito, el tito Juan, el primo Juan y el primo Juanito designan de forma unívoca a los integrantes de la saga de Juanes que atraviesa nuestro árbol genealógico y que se extiende ya cinco generaciones atrás.

 

La manera en que las diferentes lenguas del mundo se refieren a los términos de parentesco es un tema de gran enjundia lingüística. Al fin y al cabo, la realidad puramente material sobre la que se asienta la filiación de una persona puede parecernos en principio común, universal e invariable: una persona nace de otra. Pero el complejo entramado social que tejen las relaciones de parentesco varía de una cultura a otra, y estas relaciones se codifican de maneras diferentes en las distintas lenguas (de una forma no muy distinta a lo que ocurre con la fragmentación del espectro cromático en los colores).

 

Por ejemplo, en castellano llamamos tío al hermano de cualquiera de nuestros progenitores, independientemente de si es hermano de nuestro padre o de nuestra madre. En otras lenguas, en cambio, esto no es así. En noruego, por ejemplo, la palabra para referirse a tu tío será diferente según sea del lado materno o del lado paterno. En otros idiomas, los términos de parentesco codifican la edad relativa entre individuos: es lo que ocurre en búlgaro o en las lenguas sami de Laponia, donde la palabra para referirse a tu tío variará dependiendo de que la persona en cuestión sea hermano mayor o pequeño de tu padre. Mientras que en otras lenguas es la consanguinidad lo que determina la denominación. En nepalí, por ejemplo, utilizan palabras distintas según el parentesco sea sanguíneo o político. Dicho de otro modo, en nuestro sistema llamamos tía tanto a la hermana de tu madre como a la mujer de tu tío, pero en nepalí estos parentescos reciben nombres diferentes.

 

También encontramos lenguas en las que se da el caso contrario, es decir, idiomas que engloban bajo una misma palabra parentescos que nosotros distinguimos como distintos. Los parentescos del hawaiano solo diferencian entre generaciones, así que denominan bajo el mismo término lo que nosotros distinguimos como primos y hermanos, o padres y tíos.

 

Aunque quizá la palma en lo que a complejidad de parentesco se refiere se la lleven aquellos nombres de parentesco que establecen relaciones familiares no ya entre dos personas, sino entre tres. Pongamos por caso un padre que está hablando con sus hijos y quiere referirse a la abuela materna de esos niños. Encontramos idiomas que conceptualizan específicamente ese tipo de relación (tu-abuela-que-es-mi-suegra), concretamente en lenguas de Australia, la Amazonia y la Patagonia, en algunos casos motivados por tabúes culturales. Aunque poco frecuentes, estas relaciones ternarias son buena muestra de la inmensa variabilidad cultural, conceptual y lingüística que podemos encontrar a lo largo y ancho del mundo (y su dificultad para trasladarla de unas lenguas a otras).

 

Los términos de parentesco presuponen la existencia de un origen de coordenadas, un yo que funciona como un kilómetro cero desde el que se articulan las relaciones familiares, lo que en lingüística se conoce como ego. Con el transcurso de los años y la aparición de nuevos integrantes, el ego lingüístico de mi familia ha saltado una generación, arrastrando con ello toda una nomenclatura familiar que llevaba más de treinta años estable. Con este nuevo ego que se abre paso con fuerza, las nuevas denominaciones empiezan a desplazar a las antiguas. Así, el primo Félix coexiste con la denominación el tito Félix; la tita Paqui es hoy también la abuela Paqui; papá ha devenido en el abuelo Amador. Asisto a este cambio lingüístico doméstico que ocurre bajo mis propias narices y que me empuja inexorablemente hacia la periferia genealógica.

 

 

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