viernes, 31 de diciembre de 2021

CÓMO SE APRENDE A ESCRIBIR

Cómo se aprende a escribir.

Autor: Jorge Claudio Morhain.

 

Esa pregunta ("Cómo se aprende a escribir") me la hacía también yo, cuando era un niño al que le gustaba mucho escribir. ¿Qué carrera debía seguir? ¿Hay una profesión llamada "escritor"? Pues bien, chicos: no la hay. Nunca hice un aprendizaje sistemático de cómo se escribe. Personalmente, lo que me interesó fue la historieta. De modo que tomé un curso de dibujo por correo para aprender la técnica de escribir guiones. Llegué a la conclusión de que no la había. Compré el libro de Poe sobre la forma de escribir un cuento y estudié la Escuela Media, donde me enseñaron las nociones de géneros literarios, gramática, sintaxis y todo ese jazz. Así que con sólo eso comencé a escribir historietas, y escribí incansablemente hasta llegar a 5.200. Pronto me pidieron cuentos, y apliqué la técnica de Poe y otros, y cuando debí escribir una novela me cuidé de que el lector quedara siempre "enganchado" al final de cada capítulo, con una ansiedad que lo llevara a seguir leyendo: lo conseguí. Pero, en fin, en realidad hay dos métodos mágicos para aprender a escribir. Hay quien se los salta, y vemos esos escribientes de páginas notariales que intentan contar alguna historia desvaída; o algún magnífico cuento frustrado, donde la falta de vocabulario o sintaxis lo vuelve insufrible. A ellos les ha faltado alguna de las dos etapas mágicas, que recomiendo sincera y efusivamente: Leer. En cantidades industriales, y no sólo aquello que nos gusta. Procurar, al menos al principio, leer todo lo que caiga en sus manos: prospectos médicos, boletos de las carreras, periódicos de fútbol, reseñas científicas, novelas rosas, novelas verdes, novelones, cuentos, poesías, teatro, etc. Escribir. Nunca te rindas. No importa que no te guste lo que hagas. A la mayoría no nos gusta de entrada (al cabo de muchos años lo reelerás y dirás: "¿Cómo hacía para escribir tan bien?"). No importa que nos pronostiquen una vida de encargado de estacionamiento, no importa que el estilo sea raro, no importa nada. Escribe, escribe, y búscate quien te lea. De última, siempre habrá alguien del sexo opuesto dispuesto a comprender lo que haces. Con el tiempo, conseguirás publicar en algún lado. Ganar un premio, miserablemente, ayuda muchísimo (digo miserablemente porque la mayoría de los concursos son trucados, porque no siempre se elige al mejor, y porque si pierdes —como yo— te queda una mala leche de por vida). Y, cuando tengas un tema, una idea, un esbozo, toma algunos de estos consejos, sacados de un curso de historieta que a veces dicto: Llamo premisas básicas a: Capacidad. Esto quiere decir saber escribir. Es posible que nadie escriba un guión de historieta si no sabe escribir. Sí, también en el sentido literal, porque hay casos en el que no tanto las faltas ortográficas como los desconocimientos de gramática y de sintaxis son graves. Pero en general, hay que saber escribir una narración. Conocimiento técnico. Esto es lo que vamos a tratar de dejar en ustedes a través de este curso; el conocimiento de qué es la historieta y cómo se hace. Llamo pasos previos a: Inspiración. Aunque parezcan frases hechas, la inspiración es una cosa que aparece de pronto, y no se sabe de dónde. Suele aparecer de un pedido editorial, de la necesidad de dinero, etc. Sí, eso es lo más corriente. Pero, vean qué cosa, eso suele ser el motivo pero no la inspiración. A mí se me han ocurrido historias soñando, leyendo otras historietas (lo más frecuente), viendo cine (también sirve), o simplemente, y esto es casi siempre así, pensando algún planteo más o menos clásico, y plantando los personajes. Después empiezo a escribir y trabajan solos. A veces usan ese planteo clásico, pero lo más frecuente es que se vayan por otro lado y al final salga una historia que me haga dar un salto de sorpresa cuando yo mismo me veo escribiendo la resolución final. Es así: inexplicable. No tengo fórmulas ni recetas. Base argumental. Esto es lo que decía, plantearse una historia coherente, con algunos pasos generales. Como esas clásicas del cine americano: chico busca chica - chico encuentra chica - chico pierde chica - chico lucha para reencontrar chica - chico encuentra chica. Documentación. Una vez que uno tiene el tema y la base argumental hay que documentarse: ver, leer, investigar sobre el tema. Aunque después no se use, es imprescindible saber de qué se escribe. Judith Merril y Theodor Sturgeon dicen al respecto: "No escribas una palabra hasta que hayas imaginado toda la escena: la habitación o los exteriores; los personajes incluidos los secundarios; los colores y las formas, el tiempo, las ropas, los muebles, todo. Luego describe solo aquéllo que se relacione con la acción: o no describas nada sino las acciones y los personajes". Eso nos lleva a la instrumentación. Coherencia. Toda historia será creíble —por más disparatado que sea el argumento, los personajes o el ambiente— si es coherente. Personajes: Deben estar bien definidos, bien individualizados, y cuanto menos mejor. Ambientación: Hay que seguir la premisa anterior. Saber exactamente dónde se mueven los personajes, consultar mapas, fotos, todo. Y después sintetizar en las descripciones al máximo. La otra frase de Merril y Sturgeon dice: "Se empieza con un personaje de una personalidad de trazo fuerte, incluso dominante. Se lo coloca en una situación que niegue de algún modo un rasgo vital. Se observa cómo resuelve el problema el personaje. Procura visualizar todo cuanto escribas". Estos autores hablan del escritor de cuento. Para el escritor de historieta visualizar, "ver" con la mente el cuadrito dibujado, es imprescindible.

jueves, 30 de diciembre de 2021

EL ORIGEN DE LOS CUENTOS

 

El origen de los cuentos.

Víctor Montoya.

 

 

El escuchar y el contar son necesidades primarias del ser humano. La necesidad de contar también resulta del deseo de hacerlo, del deseo de divertirse a

sí mismo y divertir a los demás a través de la invención, la fantasía, el terror y las historias fascinantes. Es en este deseo humano en el cual la literatura

tiene sus orígenes. Hans Magnus Enzensberger considera que el analfabeto primero, clásico, no sabía leer ni escribir, pero sabía contar. Era el depositario

y transmisor de la tradición oral y, por lo tanto, el inventor de los mitos y leyendas.

 

La tradición oral y los cuentos populares

 

Las culturas de todos los tiempos tuvieron deseos de contar sus vidas y experiencias, así como los adultos tuvieron la necesidad de transmitir su sabiduría

a los más jóvenes para conservar sus tradiciones y su idioma, y para enseñarles a respetar las normas ético-morales establecidas por su cultura ancestral,

puesto que los valores del bien y del mal estaban encarnados por los personajes que emergían de la propia fantasía popular. Es decir, en una época primitiva

en que los hombres se transmitían sus observaciones, impresiones o recuerdos, por vía oral, de generación en generación, los personajes de los cuentos

eran los portadores del pensamiento y el sentimiento colectivo. De ahí que varios de los cuentos populares de la antigüedad reflejan el asombro y temor

que sentía el hombre frente a los fenómenos desconocidos de la naturaleza, creyendo que el relámpago, el trueno o la constelación del universo poseían

una vida análoga a la de los animales del monte. Empero, a medida que el hombre va descubriendo las leyes físicas de la naturaleza y la sociedad, en la

medida en que avanza la ciencia y el conocimiento de la verdad, se va dando cuenta de que el contenido de los cuentos de la tradición oral, más que narrar

los acontecimientos reales de una época y un contexto determinados, son productos de la imaginación del hombre primitivo; más todavía, los cuentos que

corresponden a la tradición oral, además de haber sufrido modificaciones con el transcurso del tiempo, no tienen forma definitiva ni única, sino fluctuante

y variada: a la versión creada por el primer narrador, generalmente anónimo, se agregan los aciertos y torpezas de otros narradores que, a su vez, son

también anónimos. Las modificaciones tampoco han sido iguales en todos los tiempos y lugares, de manera que existen decenas y acaso centenas de versiones

de un mismo cuento.

 

"El cuento -en general- es una narración de lo sucedido o de lo que se supone sucedido", dice Juan Valera. Esta definición admite dos posibilidades aplicables

a la forma y el contenido: cuento sería la narración de algo acontecido o imaginado. La narración expuesta oralmente o por escrito, en verso o en prosa.

Cuento es lo que se narra, de ahí la relación entre contar y hablar (fabular, fablar, hablar). Es también necesario añadir que, "etimológicamente, la palabra

cuento, procede del término latino computare, que significa contar, calcular; esto implica que originalmente se relacionaba con el cómputo de cifras, es

decir que se refería, uno por uno o por grupos, a los objetos homogéneos para saber cuántas unidades había en el conjunto. Luego, por extensión paso a

referir o contar el mayor o menor número de circunstancias, es decir lo que ha sucedido o lo que pudo haber sucedido, y, en este último caso, dio lugar

a la fabulación imaginaria" (Cáceres, A., 1993, p. 4).

 

Ningún género literario ha tenido tanto significado como los cuentos populares en la historia de la literatura universal. El cuento, a diferencia del episodio

único de la fábula o la exaltación de seres extraordinarios del mito y la leyenda, tiene muchos más episodios y un margen más amplio que permiten explayar

personajes y acciones diversas. Otra diferencia es que el resultado final de los cuentos no siempre es optimista o feliz como en la fábula, la leyenda

y el mito, cuyos atributos son la valentía, la inteligencia y el heroísmo de sus personajes. En el mundo del cuento todo es posible, pues tanto el transmisor

como el receptor saben que el cuento es una ficción que toma como base la realidad, pero que en ningún caso es una verdad a secas.

 

No obstante, la sabiduría del pueblo no ha titubeado, desde que el mundo es mundo, en aceptar como verdad el argumento de la leyenda, el mito y la fábula

hechos cuentos, ya que sus personajes y acciones recogen las narraciones contadas -y quizá cantadas- por el pueblo. En tal sentido, el relato oral fue

durante siglos el único vehículo de transmisión del cuento, no sólo para deleite de los mayores, sino también para la distracción de los niños, debido

a que el cuento contiene elementos fantásticos, que cumplen la función de entretener a los oyentes y enseñarles a diferenciar lo que es bueno y lo que

es malo.

 

El origen del cuento se remonta a tiempos tan lejanos que resulta difícil indicar con precisión una fecha aproximada de cuándo alguien creó el primer cuento.

Se sabe, sin embargo, que los más antiguos e importantes creadores de cuentos que hoy se conocen han sido los pueblos orientales. Desde allí se extendieron

a todo el mundo, narrados de país en país y de boca en boca. Este origen oriental se puede aún hoy reconocer sin dificultad en muchos de los cuentos que

nos han maravillado desde niños, y que todavía los leemos o narramos. Así, en muchos casos son orientales sus personajes, sus nombres y su manera de vestir,

sus bosques o sus casas y también su forma de comportarse, su mentalidad y, en muchos casos, la "moral" del cuento. Y, por último, es también típica del

mundo oriental la manera de entender y de vivir la vida reflejada en los cuentos.

 

Cuentos orientales

 

Las colecciones más importantes y conocidas de cuentos orientales traídos a Europa y de Europa a América son:

Las mil y una noches

y

Calila y Dimna.

Una y otra fue motivo de versiones, adaptaciones o imitaciones por parte de las literaturas europeas, desde las mediterráneas hasta las anglosajonas. Es

más, "la palabra contar, con la significación de referir hechos, se la encuentra ya en el Calila y Dimna, cuya versión castellana data aproximadamente

del año 1261. En realidad el Calila y Dimna es una de las más extensas y originales colecciones de apólogos orientales; al parecer su recopilador Barzuyeh,

médico de Cosroes I, rey de Persia, dio a conocer la existencia de estos apólogos entre los años 531 y 570. Cabe recordar que el apólogo es la forma más

antigua con que se conoce el cuento; en tal sentido, el apólogo también es definido como una ficción narrada, más concretamente como un hecho real del

que se puede sacar una enseñanza moral (Cáceres, A., 1993, p. 4).

 

Ya en el siglo X, los primeros cuentos de origen árabe y persa llegaron a Europa en boca de mercaderes, piratas y esclavos. Más tarde, éstos mismos, diseminados

en disímiles versiones, llegaron a otros continente tras la circunnavegación y el descubrimiento. La prueba está en que un mismo cuento puede encontrarse

en distintos países; por ejemplo, "

La Cenicienta",

que probablemente honda sus raíces en los albores de la lucha de clases, conoce más de trescientas variantes, y deducir su verdadero origen, como el de

muchos otros cuentos -entre ellos del germano "Rosa Silvestre" y el francés "

La bella durmiente del bosque",

que son variantes de un mismo tema-, sería un cometido casi imposible. Asimismo, muchos de los cuentos folklóricos, como los compilados por los hermanos

Grimm y Charles

Perrault,

no tienen autores ni fechas, y aunque en un principio hubiesen sido invenciones de algunos cuentistas anónimos, en nada contribuiría a nuestro análisis,

ya que estos cuentos, con el transcurso del tiempo, sufrieron una serie de modificaciones según las costumbres y creencias religiosas de cada época y cultura.

 

Existen varias teorías acerca del origen de los cuentos, pero se sabe que muchos de ellos tienen su origen en el lejano Oriente. Los primeros cuentos árabes

se hallan impresos en rollos de papiro desde hace más de 4000 años. Aquí se menciona por primera vez a las hadas que, según cuenta la tradición, aparecían

en el nacimiento de un niño para ofrecerle regalos y señalarle el camino de la dicha o la desgracia, como en el príncipe condenado a muerte, que data de

1500 años antes de J. C. No en vano Montegut se adelantó en decir que, las hadas tienen su origen en Persia, "en ese pueblo espiritual, sutil y voluptuoso,

el más fino de Asia. Salieron de esos enjambres de espíritu elementales que hizo nacer la doctrina del dualismo y obedecieron a los encantamientos y a

las invocaciones de los magos. Ahí pasaron su larga y voluptuosa infancia jugando en la luz, en un aire seco y puro en todos los países con el polvo del

Irán, en donde se detuvieron los viajeros y los extranjeros que las llevaron con ellas, sin saberlo, en el pliegue de sus ropas, en un pliegue de su turbante

y las sacudieron en seguida, junto con el polvo llevado del Irán, en donde se detuvieron" (Montegut, E., 1882, p. 654).

 

Los cuentos de procedencia oriental, como los cuentos de hadas que tienen su origen en las leyendas y el folklore de los primeros tiempos, tienen el soporte

de la fantasía y comienzan de una forma tradicional: "Érase una vez, un rey en Egipto que no tenía ningún hijo... Hace mucho, muchísimos años, en un lejano

país del Oriente, allá donde el sol asoma cada mañana con su cara de oro y fuego, hubo un rey muy poderoso y cruel..." Lo que sigue a continuación no es

más que la fusión de la realidad y la fantasía, del mito y la leyenda; fuentes de las cuales bebieron poetas y cuentistas, como si hubiesen mamado de una

misma madre, quizá por eso existe tanto parecido entre los libros de unos y de otros.

 

Las mil y una noches

 

El lejano Oriente fue también la cuna de

Las mil y una noches,

célebre colección de cuentos que nos abre las puertas de un mundo lleno de encantos y alucinaciones, narraciones de aventuras fascinantes que proceden de

siglos diferentes y cuya redacción definitiva es posterior al siglo XVI. Las mil y una noches es, pues, una creación colectiva de árabes, persas, judíos

y egipcios, que escribieron en un estilo popular, lleno de expresiones que no pertenecen al árabe clásico, y aún a veces haciendo uso de dialectos, como

en el cuento de "Aladino y la lámpara maravillosa", que fue escrito en dialecto siríaco.

 

Esta colección de cuentos que pinta poéticamente la vida de los hombres del Oriente, y, particularmente, la astucia de las mujeres del harén, es una joya

literaria y una "caja de Pandora", que encierra las figuras más inverosímiles de la imaginación y la fantasía. De principio a fin, los cuentos están cargados

de un enorme poder sugestivo, a pesar de que la historia se inicia con un rey, quien en venganza del daño que le causó su primera esposa, da muerte a las

demás una vez celebrada la noche de bodas, hasta el día en que contrae matrimonio con la hija del visir de su reino, con la joven y hermosa Schahrazada,

quien, para evitar su muerte, relata a su hermana Doniazada y a su esposo, el rey, los episodios de una historia que se prolonga durante mil y una noches

-y no mil-, seguramente debido a las supersticiones que los árabes tienen con relación a los números enteros, misterio numérico que se conserva hasta nuestros

días.

 

Según las primeras versiones, la historia de Las mil y una noches comienza cuando "el Rey Schahzamán sorprende una noche a su mujer tendida en el lecho,

abrazada con un esclavo, y, desenvainando el alfanje, los deja a ambos muertos sobre los tapices de la cama. Entonces sale a visitar a su hermano, el poderoso

Rey Schahriar. Llega entristecido pero trata de mantener en secreto los acontecimientos. Por casualidad, un día se asoma a una ventana en el palacio y

ve a la mujer de su hermano entregada a libertinajes aún más escandalosos que los de su propia mujer. Al verlo, su humor se levanta un poco, y va a compartir

con el inocente Schahriar su desgracia común. Habiéndose cerciorado de los hechos, Schahriar parte con su huésped para pensar sobre lo que harían. Los

dos hermanos marchan día y noche hasta que llegan a descansar debajo de un árbol, en medio de una solitaria pradera junto al mar. Luego ven brotar del

mar una negra columna de humo. Asustados, los reyes suben a la cima del árbol y miran. La columna se convierte en un efrit -una especie de genio- quien

abre una caja de la cual aparece enseguida una joven de espléndidas proporciones. El efrit cae dormido y la jovencita señala a los dos reyes para que desciendan.

Les enseña un collar compuesto de quinientos setenta anillos cuyos dueños la habían poseído a ella junto a los cuernos insensibles del efrit. Reclama también

los anillos de los dos hermanos y explica que pese a las precauciones extraordinarias tomadas por su raptor, siempre ha sido capaz de burlarle, tan fuerte

es la habilidad de una mujer, una vez que tiene ganas de hacer algo. Ese intervalo milagroso puede entenderse como una clase de vuelo de fantasía del Rey

Schahriar, indicativo del crecer de un profundo y agrio recelo contra todas las mujeres. De este modo el rey experimenta una fuerte transformación, y su

primer acto al volver a casa es mandar degollar a su esposa. Enseguida ordena a su visir que cada noche le lleve una joven virgen. Y cada noche, después

de arrebatarle su virginidad, manda que la maten. Esto continúa durante tres años, hasta que se agota la provisión de vírgenes en el reino, salvo las dos

hijas doncellas del visir mismo. La mayor se llama Schahrazada y la menor Doniazada. Schahrazada propone a su padre para casarse con el rey, con la esperanza

de ser el rescate de muchas otras de entre las manos del rey. El visir lo acepta con mucho dolor, y la lleva al rey. Al llegar la hora fatídica, Schahrazada

implora al rey que le permita despedirse de su querida hermana. Schahriar tiene piedad y mientras le arrebata su virginidad, sus sirvientes van en búsqueda

de Doniazada. La joven, una vez llegada, pide de Schahrazada un cuento de despedida y el rey nuevamente accede. La astuta hija del visir empieza a contar

una historia, pero la deja incompleta. Así coacciona al rey, quien, movido por la curiosidad, le permite vivir otro día para que la historia sea terminada.

Y de esta manera Schahrazada procura narrar sus relatos intrincados y encantadores, noche tras noche, durante mil noches y una noche" (Heisig, J.W., 1976,

 

domingo, 19 de diciembre de 2021

ANALISIS QUÍMICO DEL TIPO DE PALABRAS

 

Decidí leer un libro de nuevo, pero esta vez me fijé en la esencia y composición de sus voces. En esta segunda lectura descubrí los fenómenos naturales y elementos químicos que proporcionaban las palabras

 

Autora: Mar Abad

 

 

La composición química de las palabras

 

Estaba leyendo un libro y, de tanto mirar el papel, empecé a sentir el olor y el tacto de la madera. Seguí leyendo y, al pasar las páginas, noté un viento en la cara. Leí más y se me empaparon las manos. Y al llegar al último capítulo me di cuenta de que en la textura del libro no solo había madera. Estaba la naturaleza entera.

 

Había fuego, agua, aire, metal… Me llevó cientos de páginas pero por fin lo descubrí: esos fenómenos naturales (el viento, la humedad…) y esos elementos químicos (el oxígeno, el azufre…) proporcionaban las palabras. Eran ellas las que daban sabor a los párrafos y a los pasajes que me llevaban por momentos dulces y momentos amargos.

 

Decidí leerlo de nuevo, pero, ahora, en vez de fijarme en el significado de las palabras, busqué su esencia y su composición.

 

Distinguí entonces entre palabras finas y palabras gruesas. A un lado puse las finas (delicadas, cultas, bellas…) y a otro, las gruesas (tacos, insultos, groserías…). Extendí la cinta métrica sobre unas y otras, las puse en una balanza, conté sus letras y vi que no había diferencia de volumen entre ellas. No pesa más cabrón (una voz soez) que inefable (una voz con muchos fans entre las personas cultas). Así que lo único que saqué en claro es que para despreciar algo, lo llamamos gordo. Es decir, somos una cultura gordofóbica.

 

Pensé en otra forma de medirlas y hallé que hay palabras densas, profundas, superficiales… Pero como había sacado la báscula, las fui subiendo una a una, y lo que sí que vi es que algunas pesan poquísimo. Son las palabras huecas y las palabras vacías. Y lo sorprendente es que eran la mayoría. Eran las voces del hablar por hablar que no dicen nada. Las típicas "¿cómo estás?" cuando no te interesa cómo está el otro o el "cuenta conmigo" que luego no mueve un dedo.

 

Quizá por eso, y por su peso, muchas de ellas son las palabras que se lleva el viento. Esas que se dicen y tienen menos sujeción que un globo. Palabras etéreas, palabras volátiles… Aunque bien distintas son las palabras que dan oxígeno (cuando, por ejemplo, sale el cirujano del quirófano y dice que todo ha ido bien).

 

Pasé después a observar la composición química. Encontré palabras metálicas y palabras de acero: eran voces tan firmes y sólidas, que jamás se las lleva el viento. Los que tienen palabras de acero son gente de palabra. Lo explica en una canción el mexicano Fidel Rueda:

 

Por ser un hombre sincero

 

Mis amigos me respetan (...)

 

Mis palabras son de acero

 

Así nací en el planeta

 

A otras, la composición de metal, más que consistencia, les da pesadez. A ver quién aguanta una conversación llena de palabras plomizas.

 

Aunque el escenario contrario no pinta mejor. Frente a la palabra plomiza está la palabra florida («muy escogida», según la RAE). Pero es que… lo florido es tan rococó que hasta en su definición del diccionario hay pringue ornamental: «dicho del lenguaje o del estilo: amena y profusamente exornado de galas retóricas».

 

Entre tanta flor sentí el rocío de la mañana. Era tan abundante que alrededor aparecieron palabras empapadas de connotaciones. Algunas, incluso, eran palabras que caían en papel mojado. Y todo hubiese acabado hecho una sopa si no hubieran surgido de pronto las palabras ardientes de unos amantes que se decían obscenidades y las palabras incendiarias de unos manifestantes ultra que casi nos tiran un contenedor a la cabeza.

 

Los muy malditos gritaban palabras afiladas y palabras cortantes. No dijeron una sola palabra rasa. Más que hablar, parecían escupir. Y luego llegó una persona, que, con calma chicha, soltó palabras venenosas, palabras envenenadas, palabras tóxicas: "A los progres que critican lo que decimos de los menas que les manden uno a casa".

 

Eran palabras hirientes para culpabilizar a unas víctimas. No eran palabras estériles, que no dan fruto. Al contrario: alimentan el miedo y el odio. Y el asunto es tan serio porque el racismo, la xenofobia y la aporofobia son palabras mayores (de mucha importancia y grandes implicaciones).

 

Pero eran palabras tan ácidas y tan amargas que pasé corriendo esas páginas y me fui en busca de palabras… picantes (así llamaban a las palabras que se referían al sexo cuando el sexo era tabú) y palabras dulces. Y así pude cerrar el libro y quedarme con un buen sabor de boca.

 

sábado, 11 de diciembre de 2021

La lluvia amarilla. El retrato de los pueblos abandonados.

La lluvia amarilla.

Por todos los Ainielles. Los que ya quedaron desiertos, los que están a punto de hacerlo y los que se vaciarán. Aunque a muchos les moleste la palabra, su sentido es literal

— El retrato de los pueblos abandonados.

Autora:Cristina Armunia Berges.

Esconderse en un molino para no ser testigo de la marcha de otra familia del pueblo. Para no ver lo irremediable, algo contra lo que no se puede luchar. El vacío. Buscar un escondrijo para que el desertor, otro que tira la toalla en medio de una lenta agonía, no pueda cruzarse contigo y observar tu brutal desolación, la de quedarse solo en el lugar en el que has nacido, crecido y tenido descendencia. Hijos que se fueron con el estallido de la guerra, por una enfermedad incurable de la época o en el éxodo rural posterior. Las historias de abandono de entonces no son como las de ahora, aunque todas comparten trazas de impotencia. Sálvese quien pueda.

 

La lluvia amarilla, que sabe a otoño y a hojas secas, continúa vigente 33 años después de su publicación, ahora sobre las tablas del Teatro Español. Jesús Arbués ha estrenado la primera adaptación de la novela sobre despoblación de Julio Llamazares.

 

¿Qué sienten las personas que resisten en los pueblos mientras ven cómo se marchan sus vecinos? ¿Tiene sentido vivir solo rodeado de viejas casas y de tierras que ya no puedes trabajar sin ayuda? Y si te picase una víbora estando solo, ¿serías capaz de sobrevivir a eso?

 

"Y, entre tanto abandono y tanto olvido, como si de un verdadero cementerio se tratara, muchos de los llegados conocerán por vez primera el terrible poder de las ortigas cuando, adueñadas ya de las callejas y los patios, comienzan a invadir y a profanar el corazón y la memoria de las casas", dice Andrés, el protagonista de La lluvia amarilla, después de mucho tiempo solo.

 

¿Y si las casas hablasen?

 

Por todos los Ainielles. Los que ya quedaron desiertos, los que están a punto de hacerlo y los que se vaciarán. Aunque a muchos les moleste la palabra, su sentido es literal. Los pueblos de interior, las zonas rurales, siguen un lento camino hacia el vacío total por falta de servicios, de vivienda y de oportunidades laborales. Ante la multitud de términos para describirla (rural, interior, vacía o vaciada), existe una sola realidad: lugares que atesoran tantas historias como número hubo de pobladores. Espacios en los que ya no queda nada. Ni recuerdos. La incomodidad de los términos seguramente sea lo de menos y quien califica el creciente interés sobre lo que pasa en los pueblos de moda pasajera se equivoca. El libro de Llamazares con los desgarradores pensamientos de su protagonista se publicó en el año 1988 y sigue completamente vigente.

 

Andrés, el último habitante de Ainielle, un pequeño pueblo perteneciente al municipio de Biescas, en el Pirineo, relata cómo han sido sus últimos años en el lugar, que parece recóndito, pero no lo es tanto. Ainielle no es más que otro ejemplo de lugar deshabitado. En España hay 713 núcleos de población deshabitados y más de 6.000 zonas diseminadas en las que ya no vive nadie, según los datos del Instituto Geográfico Nacional.

 

"Gritar ahí fuera sería como hacerlo en mitad de un cementerio. Gritar ahí fuera únicamente serviría para turbar el equilibrio de la noche y el sueño vigilante de los muertos", se narra en los primeros compases de esta historia. Está solo. Con la única compañía de su vieja perra, que no tiene nombre y ni falta que le hace, ya que no hay más animales en el pueblo que puedan confundirse y acudir a su llamada.

 

La lluvia amarilla es la antesala del frío y el aviso de que se acerca el invierno, que cae como un martillo sobre los pueblos. Antes y ahora. Todavía hoy, el frío significa aislamiento y añoranza. Del mismo modo que la primavera, con el esperado deshielo, devuelve a la vida y llena de agua a los pueblos de montaña.

 

La lluvia amarilla es también melancolía.

 

"Pero, de pronto, hacia las dos o las tres de la mañana, un viento suave se abrió paso por el río y la ventana y el tejado del molino se llenaron de repente de una lluvia compacta y amarilla. Eran las hojas muertas de los chopos, que caían, la lenta y mansa lluvia del otoño que de nuevo regresaba a las montañas para cubrir los campos de oro viejo y los caminos y los pueblos de una dulce y brutal melancolía", describe el libro.

 

Aun sabiendo que el desenlace es inevitable, parece razonable desear que Sabina salga del molino y se encuentre con Andrés, con sus niños, y con el resto de los vecinos, como si no hubiera pasado nada. "La marcha de los de Casa Juan Francisco fue el comienzo tan sólo de una larga e interminable despedida, el inicio de un éxodo imparable que, dentro de muy poco, mi propia muerte convertirá en definitivo".