domingo, 24 de julio de 2022

Cómo afronta nuestro cerebro el hecho de hablar más de un idioma

 

Cómo afronta nuestro cerebro el hecho de hablar más de un idioma

Autor: Nicole Chang.

 

 

Hablar una segunda o incluso una tercera lengua puede aportar ventajas evidentes, pero a veces las palabras, la gramática e incluso los acentos pueden

confundirse. Esto puede revelar cosas sorprendentes sobre el funcionamiento de nuestro cerebro.

La investigación sobre cómo las personas multilingües hacen malabares con más de un idioma en sus mentes es compleja y a veces contraintuitiva. Resulta

que cuando una persona multilingüe quiere hablar, las lenguas que conoce pueden estar activas al mismo tiempo, aunque sólo se utilice una. Estas lenguas

pueden interferir entre sí, por ejemplo, entrando en la conversación justo cuando no se espera. Y las interferencias pueden manifestarse no sólo en los

deslices de vocabulario, sino incluso a nivel de gramática o acento.

“Por las investigaciones sabemos que, como bilingüe o multilingüe, siempre que hablas, se activan las dos lenguas o todas las que conoces”, explica Mathieu

Declerck, investigador principal de la Universidad Libre de Bruselas. “Por ejemplo, cuando quieres decir 'dog' como bilingüe francés-inglés, no sólo se

activa 'dog', sino también su equivalente de traducción, por lo que también se activa 'chien'“.

Concepto de inhibición

Por lo tanto, el hablante necesita tener algún tipo de proceso de control del lenguaje. Si se piensa en ello, la capacidad de los hablantes bilingües y

multilingües para separar las lenguas que han aprendido es notable. La forma en que lo hacen se explica comúnmente a través del concepto de inhibición:

una supresión de las lenguas no relevantes.

Cuando se pide a un voluntario bilingüe que nombre un color que aparece en una pantalla en un idioma y luego el siguiente en su otra lengua, es posible

medir los picos de actividad eléctrica en las partes del cerebro que se encargan del lenguaje y la atención.

Sin embargo, cuando este sistema de control falla, pueden producirse intrusiones y lapsus. Por ejemplo, una inhibición insuficiente de una lengua puede

hacer que esta “aparezca” y se entrometa cuando se debería estar hablando en otra distinta.

Tamar Gollan, profesora de psiquiatría de la Universidad de California en San Diego, lleva años estudiando el control del lenguaje en los bilingües. Sus

investigaciones han llevado a menudo a conclusiones contrarias a la intuición.”Creo que una de las cosas más singulares que hemos visto en los bilingües

cuando mezclan idiomas es que a veces parece que inhiben tanto la lengua dominante, que acaban hablando más lentos en ciertos contextos”, indica el experto.En

otras palabras, la lengua dominante de una persona multilingüe puede verse afectada en ciertos casos. Por ejemplo, en la tarea de nombrar colores descrita

anteriormente, un participante puede tardar más tiempo en recordar la palabra de un color en su primera lengua cuando cambia a la segunda, en comparación

con la situación inversa.

En uno de sus experimentos, Gollan analizó la capacidad de cambio de idioma de los bilingües español-inglés haciéndoles leer en voz alta párrafos solo

en inglés, solo en español y párrafos que mezclaban aleatoriamente el inglés y el español.Los resultados fueron sorprendentes. Aunque tenían los textos

delante de ellos, los participantes cometían “errores de intrusión” al leer en voz alta, por ejemplo, decir accidentalmente la palabra española “pero”

en lugar de la palabra inglesa “but”. Este tipo de errores se producía casi exclusivamente cuando leían en voz alta los párrafos mixtos, que requerían

cambiar de idioma.Lo más sorprendente fue que una gran proporción de estos errores de intrusión no eran palabras que los participantes se habían “saltado”

en absoluto. Mediante el uso de tecnología de seguimiento ocular, Gollan y su equipo descubrieron que estos errores se cometían incluso cuando los participantes

miraban directamente a la palabra concreta.Y aunque la mayoría de los participantes eran hablantes que dominaban el inglés, cometían más errores de intrusión

con palabras en inglés que con las debían decir en español, un idioma que controlaban menos, algo que, según explica Gollan, es casi como una inversión

del idioma dominante.

Dominancia invertida

“Creo que la mejor analogía es imaginar que hubiera alguna condición en la que de repente escribieras mejor con tu mano no dominante”, comenta. “A esto

lo hemos calificado como dominancia invertida”.

Esto puede ocurrir incluso cuando estamos aprendiendo una segunda lengua: cuando los adultos están inmersos en el nuevo idioma, pueden tener más dificultades

para acceder a las palabras de su lengua materna.

Los efectos de dominancia invertida pueden ser especialmente evidentes cuando los bilingües cambian de idioma en una misma conversación, dice Gollan. La

experta explica que, al mezclar idiomas, los multilingües hacen una especie de ejercicio de equilibrio, inhibiendo la lengua más fuerte para equilibrar

las cosas, y a veces van demasiado lejos en la dirección equivocada.

“Los bilingües intentan que ambas lenguas sean igual de accesibles, inhibiendo la lengua dominante para facilitar la mezcla”, dice. “Pero a veces 'sobrepasan'

esa inhibición, y acaban hablando más lento que en la lengua no dominante”.

Los experimentos llevados a cabo por Gollan también descubrieron una dominancia invertida en otra área sorprendente: la pronunciación. Los participantes

a veces leían una palabra en el idioma correcto, pero con el acento equivocado. Y de nuevo, esto ocurría más con las palabras en inglés (idioma dominante)

que en español.

“A veces los bilingües eligen la palabra correcta, pero con el acento incorrecto, lo cual es una disociación realmente interesante que indica que el control

del lenguaje se aplica en diferentes niveles de procesamiento”, dice Gollan. “Y hay una separación entre la especificación del acento y la especificación

del léxico del que se van a extraer las palabras”.

E incluso el uso de la gramática en nuestra lengua materna puede verse afectado de forma sorprendente, sobre todo si se ha estado muy inmerso en un entorno

lingüístico diferente.

“El cerebro es maleable y adaptable”, dice Kristina Kasparian, escritora, traductora y consultora que estudió neurolingüística en la Universidad McGill

de Montreal (Canadá). “Cuando uno se sumerge en una segunda lengua, eso influye en la forma en que percibe y procesa su lengua materna”.

Diferente actividad cerebral

Como parte de un proyecto más amplio realizado dentro de la investigación de su doctorado, Kasparian y sus compañeros hicieron pruebas con personas que

tenían el itialiano como lengua materna y que habían emigrado a Canadá y aprendido inglés ya de adultos. Todos ellos habían declarado anecdóticamente que

su italiano se estaba oxidando y que no lo utilizaban mucho en su día a día.

A los participantes se les mostró una serie de frases en italiano y se les pidió que vieran si les sonaban bien. Al mismo tiempo, se midió su actividad

cerebral mediante un método de electroencefalografía (EEG). Sus respuestas se compararon con las de un grupo de italianos monolingües que vivían en Italia.

Los inmigrantes italianos eran más propensos a rechazar frases italianas correctas como no gramaticales si estas no coincidían con la gramática inglesa

correcta. Y cuanto mayor era su dominio del inglés, cuanto más tiempo llevaban viviendo en Canadá y cuanto menos utilizaban su italiano, más probable era

que encontraran las frases correctas en italiano como incorrectas.

También mostraban patrones diferentes de actividad cerebral en comparación con los italianos que vivían en Italia. Descubrieron que, cuando se les presentaban

frases gramaticalmente aceptables solo en italiano (pero no en inglés), los italianos que vivían en Canadá mostraban patrones de actividad cerebral diferentes

a los de Italia.

De hecho, su actividad cerebral era más coherente con lo que cabría esperar de los angloparlantes, dice Kasparian, lo que sugiere que sus cerebros procesaban

las frases de forma diferente a la de sus homólogos monolingües en su país.

Evidentemente, la mayoría de las personas multilingües son capaces de mantener la gramática de su lengua materna sin problemas. Pero el estudio de Kasparian,

así como otros realizados en el marco de su proyecto de investigación más amplio, demuestran que nuestras lenguas no son estáticas a lo largo de nuestra

vida, sino que cambian, compitiendo e interfiriendo activamente entre sí.

Navegar por estas interferencias podría ser parte de lo que hace que a un adulto le resulte difícil aprender un nuevo idioma, especialmente si ha crecido

siendo monolingüe.

“Cada vez que vas a hablar esta nueva lengua, la otra es como si dijera: '“Eh, ya estoy aquí, listo'“, dice Matt Goldrick, profesor de lingüística en la

Universidad Northwestern de Evanston (Illinois). Así que el reto es que hay que suprimir eso que es tan automático y tan fácil de hacer, en favor de algo

que es increíblemente difícil cuando se está aprendiendo un idioma por primera vez”.

Gestionar la competencia es algo en lo que los multilingües suelen tener mucha práctica. Muchos investigadores sostienen que esto les aporta ciertas ventajas

cognitivas, aunque cabe señalar que aún no hay una posición firme al respecto, ya que otros afirman que sus propias investigaciones no muestran pruebas

fiables de una ventaja cognitiva bilingüe.

En cualquier caso, el uso de las lenguas es posiblemente una de las actividades más complejas que los humanos aprenden a realizar. Y tener que manejar

varios idiomas se ha relacionado con beneficios cognitivos en muchos estudios, dependiendo de la tarea y la edad.

Algunos estudios han demostrado que los bilingües rinden más en tareas de control ejecutivo. Asimismo, hablar varios idiomas también se ha relacionado

con un retraso en la aparición de los síntomas de la demencia. Y, por supuesto, el multilingüismo aporta muchos beneficios evidentes más allá del cerebro,

sin olvidar el beneficio social de poder hablar con mucha gente.

viernes, 15 de julio de 2022

estudio lingüístico del parentesco

Ego. En castellano llamamos tío al hermano de cualquiera de nuestros progenitores, independientemente de si es hermano de nuestro padre o de nuestra madre. En otras lenguas, en cambio, esto no es así. En noruego, por ejemplo, la palabra para referirse a tu tío será diferente según sea del lado materno o del lado paterno

Autora: Elena Álvarez Mellado

 

En la familia de mi pareja se llaman entre sí por el nombre de pila: Manolo, Javier, Mª Jesús. Me pregunto si será cosa de ser de Madrid. A mí, que soy de familia sureña, lo de llamarse entre familiares por el nombre de pila se me hace extraño. En mi familia los nombres van irremediablemente unidos a la relación de parentesco que me une a ellos: la tita Sole, el tito Pepe, la abuela Isabel.

 

No es solo cuestión de tradición, diría que es casi una necesidad: la adición al nombre del grado de parentesco es precisamente (junto con los siempre socorridos diminutivos) lo que nos permite deshacer los casos de ambigüedad onomástica que pululan por mi familia. El abuelo Juan, el tito Juanito, el tito Juan, el primo Juan y el primo Juanito designan de forma unívoca a los integrantes de la saga de Juanes que atraviesa nuestro árbol genealógico y que se extiende ya cinco generaciones atrás.

 

La manera en que las diferentes lenguas del mundo se refieren a los términos de parentesco es un tema de gran enjundia lingüística. Al fin y al cabo, la realidad puramente material sobre la que se asienta la filiación de una persona puede parecernos en principio común, universal e invariable: una persona nace de otra. Pero el complejo entramado social que tejen las relaciones de parentesco varía de una cultura a otra, y estas relaciones se codifican de maneras diferentes en las distintas lenguas (de una forma no muy distinta a lo que ocurre con la fragmentación del espectro cromático en los colores).

 

Por ejemplo, en castellano llamamos tío al hermano de cualquiera de nuestros progenitores, independientemente de si es hermano de nuestro padre o de nuestra madre. En otras lenguas, en cambio, esto no es así. En noruego, por ejemplo, la palabra para referirse a tu tío será diferente según sea del lado materno o del lado paterno. En otros idiomas, los términos de parentesco codifican la edad relativa entre individuos: es lo que ocurre en búlgaro o en las lenguas sami de Laponia, donde la palabra para referirse a tu tío variará dependiendo de que la persona en cuestión sea hermano mayor o pequeño de tu padre. Mientras que en otras lenguas es la consanguinidad lo que determina la denominación. En nepalí, por ejemplo, utilizan palabras distintas según el parentesco sea sanguíneo o político. Dicho de otro modo, en nuestro sistema llamamos tía tanto a la hermana de tu madre como a la mujer de tu tío, pero en nepalí estos parentescos reciben nombres diferentes.

 

También encontramos lenguas en las que se da el caso contrario, es decir, idiomas que engloban bajo una misma palabra parentescos que nosotros distinguimos como distintos. Los parentescos del hawaiano solo diferencian entre generaciones, así que denominan bajo el mismo término lo que nosotros distinguimos como primos y hermanos, o padres y tíos.

 

Aunque quizá la palma en lo que a complejidad de parentesco se refiere se la lleven aquellos nombres de parentesco que establecen relaciones familiares no ya entre dos personas, sino entre tres. Pongamos por caso un padre que está hablando con sus hijos y quiere referirse a la abuela materna de esos niños. Encontramos idiomas que conceptualizan específicamente ese tipo de relación (tu-abuela-que-es-mi-suegra), concretamente en lenguas de Australia, la Amazonia y la Patagonia, en algunos casos motivados por tabúes culturales. Aunque poco frecuentes, estas relaciones ternarias son buena muestra de la inmensa variabilidad cultural, conceptual y lingüística que podemos encontrar a lo largo y ancho del mundo (y su dificultad para trasladarla de unas lenguas a otras).

 

Los términos de parentesco presuponen la existencia de un origen de coordenadas, un yo que funciona como un kilómetro cero desde el que se articulan las relaciones familiares, lo que en lingüística se conoce como ego. Con el transcurso de los años y la aparición de nuevos integrantes, el ego lingüístico de mi familia ha saltado una generación, arrastrando con ello toda una nomenclatura familiar que llevaba más de treinta años estable. Con este nuevo ego que se abre paso con fuerza, las nuevas denominaciones empiezan a desplazar a las antiguas. Así, el primo Félix coexiste con la denominación el tito Félix; la tita Paqui es hoy también la abuela Paqui; papá ha devenido en el abuelo Amador. Asisto a este cambio lingüístico doméstico que ocurre bajo mis propias narices y que me empuja inexorablemente hacia la periferia genealógica.

 

 

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