jueves, 27 de octubre de 2022

Piedras para recordar la barbarie: ocho adoquines en Madrid recuerdan a republicanos españoles deportados a campos nazis

MEMORIA HISTÓRICA

Familiares y personas comprometidas con la memoria histórica colocan en la capital ocho ‘stolpersteine’, las placas que vienen instalándose por toda Europa en recuerdo de las víctimas de Hitler

Cuatro 'Stolpersteine' colocadas el pasado viernes 14 de octubre en Madrid.

NORA G. FORNÉS

Madrid - 25 OCT 2022 - 05:30 CEST

 

Estas son las historias de ocho hombres que, de algún modo, han regresado a sus casas. Han vuelto en forma de adoquines dorados que han sido colocados recientemente en diversas calles de Madrid. Ocho placas cúbicas en las que hay inscritos un nombre y una biografía escueta, de estilo telegráfico. Son las llamadas stolpersteine, palabra que significa literalmente “piedras que hacen tropezar” en alemán. Fueron ideadas por el artista berlinés Gunter Demnig en 1992, que decidió plantar baldosas para recordar a las víctimas del nazismo en el último lugar donde estuvieron instaladas antes de ser deportadas a campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Las primeras se inauguraron en Austria, pero poco a poco han ido traspasando las fronteras hasta brotar por toda Europa, y rozan ya las 100.000.

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Tropezar con la memoria

Jesús Rodríguez e Isabel Martínez se han encargado desde 2019 de organizar la instalación de las stolpersteine en Madrid, además de contactar con los parientes de las víctimas tras un largo proceso de investigación. Acompañados de un séquito de familiares de los deportados y de apasionados que reivindican la importancia de la memoria histórica, el viernes 14 de octubre colocaron ocho en homenaje a ocho españoles del bando republicano que se exiliaron a Francia al final de la Guerra Civil española y que tuvieron la mala suerte de ser deportados a campos de concentración y de exterminio durante la ocupación nazi francesa del régimen de Vichy. Cinco acabaron asesinados en los campos, dos fueron liberados y a otro se le perdió la pista desde su ingreso en el campo. De momento hay 42 adoquines dorados en la capital española y el próximo viernes 28 de octubre se sumarán otros nueve.

El recorrido del viernes empezó en la Plaza de España y terminó en el Paseo de Recoletos.

SATURNINO ARROYO ALONSO (Madrid 1915-Gusen 1941)

La ruta empieza en el número 8 de la calle Duque de Osuna —lo que antes era el 58 de la calle Leganitos—, al lado de Plaza de España. Ahí vivía Saturnino Arroyo con sus dos hermanos y su padre, viudo, que era sereno. Ninguno tuvo descendencia. En el Centro Documental de la Memoria Histórica consta que fue teniente de la 68 Brigada Mixta durante la Guerra Civil, se exilió a Francia y pasó por varios campos de concentración franceses. Después fue detenido e internado en dos stalags —campos de prisioneros de guerra previos a los campos de concentración—, primero en Zagan (Polonia) y después en Trèveris (Alemania). De este último salió en 1941 para llegar a Mauthausen y posteriormente fue trasladado al subcampo de Gusen, donde fue asesinado el día de Navidad de ese mismo año.

Una mujer sostiene la 'stolpersteine' de Saturnino Arroyo antes de colocarla delante de su portal.JESÚS RODRÍGUEZ

Del edificio sale una mujer escocesa que vive allí y se para ante el grupo que rodea su portal. Comenta, entusiasta, que le parece una labor muy necesaria, y pregunta: “¿Sabéis cuál era su piso? ¿Daba al exterior?”. Pero no obtiene esas respuestas, ya que no hay familiares de Arroyo entre los participantes.

MANUEL SALVADORES VERDASCO (Madrid 1920-Hartheim 1942)

En plena Plaza de España, donde ahora hay plantado un edificio de oficinas, vivió Manuel Salvadores. Tras exiliarse a Francia al finalizar la guerra, se apuntó a una compañía de trabajadores y fue destinado a trabajar a la Línea Maginot —una línea de defensa construida por Francia a lo largo de sus fronteras del noreste—. Fue detenido en Estrasburgo y de allí salió el 11 de diciembre de 1941 con destino a Mauthausen. Un par de meses después de su llegada fue destinado a Gusen, donde permaneció un año trabajando en la cantera. El 4 de febrero de 1942 salió para el castillo de Hartheim, donde murió, gaseado, cinco días después. No había llegado a cumplir los 22 años.

La 'stolpersteine' de Manuel Salvadores y su hueco.JESÚS RODRÍGUEZ

Jesús Rodríguez e Isabel Martínez lograron hablar con dos sobrinos y una sobrina nieta de Salvadores. Entre ellos, había discrepancias de si debían o no poner la stolperstein en su memoria, ya que a algunos no les gustaba la idea de que lo fueran a pisar. De hecho, este mismo argumento fue utilizado por Charlotte Knobloch, autoridad judía de Baviera, para prohibir su instalación en las calles de Múnich y otras ciudades de la región. Sin embargo, Rodríguez prefiere verlas como micromonumentos de la vía pública que pueden sorprender a los viandantes, quienes, para leerlos, se inclinan y conceden una especie de reverencia a la persona recordada.

CÉSAR BLASCO SASERA (Madrid 1877-Dachau 1944)

César Blasco ya era mayor cuando fue detenido el 8 de diciembre de 1943 por la Gestapo en el pueblo de Vernet les Bains (Languedoc-Rosellón), junto con otros siete militares republicanos españoles que, como él, se habían exiliado a Francia tras la derrota del bando republicano. Blasco había sido coronel en el Ejército español desde 1933. Los ocho apresados fueron trasladados y detenidos en Perpignan, acusados de diferentes cargos. De ahí pasaron al campo de concentración francés de Vernet d’Ariège, cerca de Toulouse. El 30 de junio de 1944 fueron trasladados a la cárcel de Toulouse y el 2 de julio iniciaron un viaje en el “tren fantasma” que los llevó al campo de concentración de Dachau el 28 de agosto. Murió el 21 de diciembre de ese año a los 67 años.

Su stolperstein ha quedado instalada en la estrecha calle de Santa Clara, adonde acudieron sus sobrinas nietas y una sobrina bisnieta de Blasco. Sabían que su tío abuelo había muerto en un campo de concentración, pero no tenían muchos más datos. “Lo del tren nunca lo habíamos oído”, comentan. De hecho, le pidieron a Rodríguez que les enviara más información. Cuando les preguntan si ellas habían vivido en ese edificio, una contesta que no, y otra propone a sus hermanas: “Podríamos subir a investigar quién vive aquí ahora”.

VENANCIO ORTELLS MENÉNDEZ (Madrid 1909-Neuengamme 1945)

Al lado de la Puerta del Sol, Venancio Ortells vivió en lo que ahora es el Hotel Europa. Aunque no se sabe muy bien su trayectoria durante la Guerra Civil, sí que hay documentos que acreditan que en Francia estuvo internado en el campo de concentración de Argelès y, como la mayoría de sus compañeros, ingresó en alguna compañía de trabajadores extranjeros. Fue detenido por la Gestapo e internado en Compiègne, de donde fue trasladado el 15 de julio de 1944 al campo de concentración de Neuengamme, en el que fue asesinado el 15 de febrero de 1945.

En esta cuarta parada, las obras en Sol interfirieron en la colocación de esta stolperstein, ya que el hueco reservado para ella había sido recubierto por error. “La pondrán otro día”, resuelve Martínez, pragmática. Este es un caso raro en el que los familiares del deportado decidieron no implicarse en el evento, e incluso rechazaron que se les devolviera un anillo de Ortells con sus iniciales que se conserva en los archivos de Arolsen, “seguramente por evitar confrontaciones en la familia”, conjetura Rodríguez.

DOROTEO GORDO ALONSO (Madrid 1913-Buchenwald ?)

La familia de Doroteo Gordo habitó en la portería del número 9 de la Gran Vía, donde ahora se encuentra el elegante Hotel Catalonia. Apenas hay datos de su trayectoria. El 31 de diciembre de 1936 fue ascendido a teniente. Después, se conoce su detención el 20 de abril de 1943 en Francia. Por las fechas en que es detenido, Rodríguez y Martínez especulan que estaba en la Resistencia contra los nazis en el régimen de Vichy. Fue llevado a Compiège y de ahí a Buchenwald, donde llegó el 19 de enero de 1944. Se desconoce cuál pudo ser su destino, “aunque posiblemente fue asesinado”, apunta Rodríguez.

Unas turistas alemanas pasan por medio del convoy mientras el albañil municipal coloca la placa, y exclaman una frase en alemán de la cual todos los asistentes comprenden una sola palabra: stolpersteine. Alemania es el país con más micromunumentos de este tipo, y solo en 2019 contaba con 56.000, por lo que sus habitantes están habituados a verlos por las calles.

RAFAEL ACOSTA MORENO DE LA SANTA (Madrid 1916-Martignas-sur-Jalle 2000)

Durante la Guerra, Rafael Acosta fue teniente en el cuerpo de Sanidad. En el exilio pasó por el campo de concentración de Septfonds. Se alistó en la compañía de trabajadores y fue destinado a Bretevilles-sur-Laize (Normandía). Detenido en Compiègne, fue deportado al campo de concentración de Neuengamme el 21 de mayo de 1944, al que llegó el día 24. Acosta fue uno de los pocos sobrevivientes. Tras su liberación, se quedó en Francia y murió a principios de 2000 en Martignas-sur-Jalle, al lado de Burdeos.

ELEUTERIO DÍAZ-TENDERO MERCHÁN (Consuegra, Toledo 1882 - Dachau 1945)

En el transitado Paseo del Prado residió Eleuterio Díaz-Tendero, militar español republicano que luchó en la Guerra Civil. En 1934 fundó la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), nacida para luchar contra la actividad de la derechista Unión Militar Española (UME), la cual ya había empezado a actuar violentamente contra destacados militares republicanos. Durante la Guerra Civil fue el encargado de realizar purgas y limpiezas de expedientes de algunos miembros del ejército republicano. En los últimos momentos de la guerra, con la caída de Cataluña, partió a Francia.

En Toulouse fue detenido en el Castillo de Colliure y un año después apresado allí por la Gestapo. Fue enviado a Dachau, donde a pesar de sufrir numerosas penalidades ingresó en el Partido Comunista clandestino e incitó a la resistencia entre sus compañeros. El 13 de febrero de 1945 acabó en uno de los hornos crematorios del campo, apenas unas semanas antes de la liberación de Dachau.

Eleuterio Díaz-Tendero Merchán.CEDIDA POR LA FAMILIA

Su nieta Jany Gandía, que acude a Madrid desde Toulouse, muestra y lee la última carta que escribió su abuelo un día antes de morir, arropada por dos primos que residen en España. Explica que la misiva llegó a manos de su abuela Remedios gracias a Vicente Parra, un compañero de Díaz-Tendero que estuvo con él en Dachau y cuya stolperstein cierra la ruta. En ella se despide de sus seres queridos con tono solemne pero sin perder la compostura.

VICENTE PARRA BORDETAS (Madrid 1886-Caracas 1967)

El recorrido se cierra en el Paseo de Recoletos 31. El médico Vicente Parra se mudó allí después del golpe de Estado de 1936. Después de cruzar los Pirineos, fue detenido en 1943 por la policía de Vichy y encarcelado en el campo de Le Vernet, sospechoso de ser agente de enlace comunista. De allí salió camino de Dachau tres días después del desembarco de Normandía, como pasajero del “tren fantasma”. En la enfermería de Dachau, Parra atendió a los prisioneros.

Vicente Parra Bordetas.CEDIDA POR LA FAMILIA

Tras la liberación de Dachau, volvió a Toulouse y se integró en la plantilla del Hospital Varsovia, un centro abierto por refugiados españoles del que llegó a ser director. Jany Gandía subraya la importancia de Parra en Toulouse: “Salvó muchas vidas allí, de gente sin papeles, o que no se podía permitir la sanidad. Se merece una estatua en el actual Hôpital Joseph Ducuing-Varsovie”. En 1948, en un entorno influido por la caza de brujas anticomunista de Estados Unidos que forzó su cese como director, el médico y su familia se marcharon a Venezuela, donde murió en 1967. Desde Caracas acudieron a la instalación de su adoquín varios familiares y su nieta Marisa, que habló mientras se disponía la placa. Con emoción en la voz, ensalzó, ante todo, “su amor por la medicina, que nunca cesó”.

sábado, 22 de octubre de 2022

Annie Ernaux, la extranjera

Annie Ernaux, la extranjera.

Lucía Campanella.

 

2022 ya venía siendo un año de consagración de la escritora francesa Annie Ernaux (Lillebonne, 1940). A comienzos de año había aparecido su última novela, Le

jeune homme. En mayo, un Cahier de L’Herne proponía una aproximación profunda y profusa a su obra. El mismo mes, el festival de Cannes, en el marco de

la Quinzaine des Réalisateurs, presentaba el documental Les années Super 8, dirigido por uno de los hijos de Ernaux y basado en las filmaciones caseras

de la familia. El título y el argumento retoman una de las novelas más reconocidas de la autora, Les années (Los años, 2008). En 2020 y 2021 otras dos

de sus novelas habían dado lugar a sendas versiones cinematográficas homónimas: Passion simple, de Danielle Arbid, y L’Événement (El acontecimiento, disponible

en HBO), de Audrey Diwan, esta última premiada con el León de Oro en la Mostra de Venezia.

Todos estos acontecimientos, en especial el cahier de la editorial L’Herne, que desde 1961 publica estos prestigiosos volúmenes enteramente dedicados a

un autor, ratificaban el lugar de Annie Ernaux en las letras francesas. Se trata de un lugar peculiar, conquistado sin pausa y sin demasiado ruido desde

su primera novela, Les armoires vides (Los armarios vacíos, 1974). En estos casi 50 años, sus libros, acotados en páginas y publicados con regularidad

cada tres o cuatro años, han dando lugar a múltiples estudios (casi 200 tesis doctorales defendidas o en preparación entre 2012 y 2022 en Francia sobre

la obra de Ernaux o sobre Ernaux en relación con otros escritores como Virginia Woolf, Pierre Michon, Marguerite Duras, WG Sebald). La escritora cuenta

con un público educado y fiel, y varios autores más jóvenes, como Didier Eribon, Nicolas Mathieu, Ivan Jablonka, Emmanuel Carrère o Édouard Louis la reconocen

como maestra.

El Nobel cayó de manera un poco inesperada, sin embargo, en medio de pronósticos que señalaban a Michel Houellebecq, a veces considerado el antónimo de

Ernaux, como favorito en el área de escritores en lengua francesa. Como es habitual, el premio encantó a los convencidos e indignó a los detractores: los

que pensaban que lo merecía más el acuchillado Salman Rushdie, los que consideran que Ernaux no es “un gran autor”, que le falta “estilo”, que habla de

temas que sólo le interesan a ella y a un puñado de lectoras preocupadas por cosas tan banales y desagradables como menstruaciones que no vienen y nudos

en el estómago mientras se prepara la cena o se hacen las compras en el supermercado. También están aquellos a quienes las posiciones políticas de Ernaux

molestan desde hace años: su militancia de izquierda, su apoyo a movimientos como los chalecos amarillos o Boicot Israel o su posicionamiento sobre las

prisiones, sin contar su apoyo a La France Insoumise, el partido de Jean-Luc Mélenchon.

El presidente Emmanuel Macron, destinatario de una carta abierta en la que Ernaux lo acusaba en 2020 de haber saqueado el sistema de salud y haber recortado

los servicios públicos, condicionando así la respuesta a la pandemia e instaurando una forma de gobierno en la que el Estado cuenta sus billetes mientras

los trabajadores cuentan sus muertos, no tuvo más remedio que dedicarle un cortés tuit de felicitaciones.

En palabras de la academia sueca, el premio es un reconocimiento a “la valentía y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos

y las restricciones colectivas de la memoria personal”. En ese cruzamiento, en la historia de sí misma que es la historia de muchos y muchas está sin duda

el interés de la obra de Ernaux. Si la academia no se encarga de poner el acento en la manera profundamente política en la que la autora logra esto, sí

se lo reconocen sus lectores y lectoras.

Gisèle Sapiro, por ejemplo, la denomina “etnógrafa de la violencia simbólica”

1

 y Typhaine Samoyault considera que su obra es una respuesta a todas las formas de dominación.

2

 Ahorrándonos tener que pasar por la manida distinción entre persona y obra, como lo señala Sapiro, Annie Ernaux firmaba, al día siguiente de haber recibido

el Nobel, un llamado a manifestarse el 16 de octubre en contra del modelo neoliberal y a favor de la adopción de medidas de protección social en vísperas

de un invierno que se anuncia como agravante de las injusticias sociales y de la condición de los más pobres. Ese domingo se la pudo ver en las calles

de París encabezando la manifestación, que reunió a 140.000 mil personas, según los organizadores (o 30.000, según la Policía).

Cercanía, extrañamiento y memoria

Los libros de Ernaux crean por un lado una permanente sensación de cercanía, en la que los lectores siguen una trayectoria vital desde un almacén-café

que sus padres, obreros devenidos pequeños comerciantes, tuvieron por décadas en un pequeño pueblo de Normandía, hacia unos estudios que poco a poco la

van alejando de ese medio, una entrada en la vida sexual a través de lo que hoy denominaríamos una violación, un aborto clandestino, un matrimonio burgués,

unos hijos, un trabajo de décadas como profesora, el enamoramiento, la enfermedad, la muerte de su padre y de su madre, la separación, la escritura.

Por otro lado, su obra parece escrita por un observador externo que da cuenta casi con extrañamiento de las transformaciones sociales que puntúan y que

dan forma a esa vida, con precisión quirúrgica. Este ir y venir entre el yo y el todos se expresa, por ejemplo, en las voces narrativas (la oscilación

entre el “nosotros” y el “ella” para hablar de sí misma, pasando por el on francés como pronombre indefinido) y en los títulos elegidos para algunos de

sus libros.

En L’Événement, que tiene por tema central su aborto, y L’Occupation (de 2002), en la que se cuenta una pasión amorosa, Ernaux retoma términos históriamente

cargados (“el acontecimiento” es la guerra de Argelia, “la ocupación” es la invasión nazi) para imponer su punto de vista y rellenar los huecos de la historia,

transformando así hechos vergonzosos y silenciados en “experiencia(s) humana(s) total(es)”, como señala Aurélie Adler en el Cahier mencionado.

Su fenomenal trabajo de memoria radica en detenerse ante las palabras y ante las cosas: la expresión de su padre en una foto que encontró en su billetera

el día de su muerte, el color de la sonda usada por la abortera, la profundidad de los carritos del súper, cada vez más capaces de contener la mercadería

triunfante, la manera que tenía su abuela campesina de orinar parada, los juegos de palabras bobos o verdes, las letras de las canciones de la radio, la

lengua de los padres y de sus compañeras de escuela. Una memoria “ilegítima, de cosas que es impensable, vergonzoso o loco formular” (Les Années), una

“memoria humillada” (La Place, El lugar, 1983) que la hace conservar detalles de sus orígenes populares. Una memoria que ella lucha por conservar en el

mundo burgués que la rodea y que “se esfuerza en hacerte olvidar del mundo de abajo como si fuera algo de mal gusto” (La Place).

Esta condición de “desertora de clase” (transfuge de classe, una noción sociológica en la que Ernaux reconoce su propia trayectoria) es lo que le permite

una mirada aguda sobre ambos espacios sociales, el de origen y el de acogida. Y es su experiencia la que la habilita a tomar la palabra, puesto que “haber

vivido una cosa, la que sea, da el derecho imprescriptible de escribirla. No hay verdad inferior” (L’Événement).

Esa verdad es, además, la de una vida de mujer, por más que Ernaux se considere “alguien” que escribe y no “una mujer” que escribe. Una vida femenina marcada

por el temor a ser considerada una puta, durante esos años de juventud pre 68 en los que nunca vio a nadie, y menos aún a las implicadas, defender la libertad

sexual de las mujeres. Marcada también por el temor al embarazo en una época previa a la píldora: “Todas las tragedias griegas y racinianas están en mi

vientre. El destino en toda su absurdidad”, dirá en La femme gelée (La mujer helada, 1981).

Marcada, finalmente, por los roles de madre y esposa que no dudó en asumir pero que la hacen reflexionar sobre la cuestión de la libertad mientras pela

papas y baña bebés. En esos relatos de corpiños que se prestan, de electrodomésticos que se desean, de alimentos que se compran, de encuentros con hombres

que dejan más dudas que placeres y de agujas de tejer que se usan para fines menos hacendosos, está sin duda parte de lo que molesta a los defensores de

la Literatura escrita con mayúscula y en masculino. Ernaux lo tiene muy claro, y tiene claro de qué lado quiere estar: “Y si no voy hasta el final del

relato de esta experiencia, contribuyo a oscurecer la realidad de las mujeres y me pongo del lado de la dominación masculina del mundo” (L’Événement).

La lengua del enemigo

La lengua en la que escribe Ernaux, una lengua pretendidamente “llana”, que no rehúye las palabras ordinarias ni los coloquialismos, pero que es también

“la lengua del enemigo” (lo dice en L’Écriture comme un couteau, entrevistas con Frédéric-Yves Jeannet, de 2003), hace sin duda difícil el trabajo de la

traducción. Por estas costas llegaron de manera inconstante las traducciones al español publicadas por Tusquets en décadas pasadas; las más recientes,

de la editorial independiente madrileña Cabaret Voltaire, no tienen distribuidor en Uruguay.

La obra de Ernaux ha estado entonces reservada a quien podía leerla en francés o a lectores particularmente atentos. Una honrosa excepción es la del libro

publicado en Argentina por Milena París en 2017, que reúne dos de sus obras, Journal du dehors (Diario del afuera, 1993) y La Vie extérieure (La vida exterior,

2000), en traducción de Sol Gil, y que se agotó en las librerías montevideanas la mañana misma del jueves en que se dio la noticia del premio. Gracias

a la euforia editorial que desencadena el Nobel (Gallimard, la editorial de Ernaux en Francia, acaba de anunciar la reimpresión de 900.000 ejemplares de

sus libros), es de esperarse que pronto tengamos a disposición más libros de Ernaux en plaza.

Y eso es algo para celebrar porque, como dice Nicolas Mathieu, los libros de Ernaux, como los grandes libros, ya sea para muchos como para unos happy few dan

cuerpo a sensaciones mudas, a pensamientos aún no formulados, a experiencias de las que uno se creía el poseedor monstruoso y aislado. El Nobel puede tener

como única pero consistente virtud la de acercar la obra de Ernaux a los lectores de este lado del mundo.