lunes, 15 de octubre de 2012

El sabor de releer un libro es un reencuentro

Leer un libro por segunda vez con una diferencia entre una y otra de muchos
años es como regresar a una ciudad que recordamos con afecto desde la última
vez que la visitamos en tiempos de novios y regresamos a ella cuando
nuestros hijos empiezan a abandonar el hogar y nosotros viajamos a los
lugares donde fuimos felices con la esperanza de revivir reverdecidos los
mismos recuerdos de entonces. Vano empeño.
El calendario me dice que es otoño, mediados del mes de octubre, y la
ventana abierta de par en par para que se renueve el aire claustrofóbico de
dentro me trae el rumor sordo del agua que choca contra las baldosas de la
terraza, contra el borde ajado de las macetas de plástico casi sin plantas.
Cae la lluvia monótona. paso las hojas del libro que estoy leyendo, y
tengo la sensación de que una humorada traviesa de José Saramago ha ido
cambiando las cosas del sitio donde estaban y poniéndolas en otra página. No
recordaba el personaje que se acostaba con la chica de las gafas oscuras.
También había olvidado el aparato de radio que les trae durante un tiempo
noticias de fuera. ¿Existía un contable ciego que supiera braille en el
grupo de los malvados? Tampoco recordaba el perro de las lágrimas, tratado
con tanto mimo como hacía el escritor con los suyos propios. Por
un momento me pongo a pensar si los pasajes que no retengo en la memoria
serán puntos débiles de la novela, o si el autor hubiera podido prescindir
de ellos sin menoscabo del argumento. Sonrío, porque me doy cuenta de que he
caído en la trampa que mi mujer dice que caigo Cada vez que vamos por
segunda vez a una ciudad y comento que entonces era más pequeño el barrio de
las callejuelas estrechas, que no había tantas fachadas con balcones de
madera y verjas recargadas de herrajes decimonónicos. -Esta casita
de dos alturas yo creo que no estaba al lado de este gran edificio funcional
de oficinas. -Lo que no estaba era el edificio, listo. Te está
pasando como con los libros, que les pones cosas reales y piensas que son de
verdad los episodios que sólo has vivido con la imaginación, leyéndolos.
Entra una ráfaga de aire frío por la ventana y me arrebujo en la ropa como
refugiándome del otoño. La vieja solitaria custodia las llaves de la casa de
la chica después de muerta. Llueve también en la novela. El primer ciego
tiene los ojos cerrados y deja de percibir la ceguera blanca para verlo todo
por un instante negro.
Empiezo a leer las últimas páginas. Tiene razón mi mujer, que los
libros son cofres inmutables y que somos nosotros los que nos asomamos a
ellos cada vez de un modo nuevo cuando volvemos a leerlos. Es lo que me está
pasando ahora con Ensayo sobre la ceguera, de Saramago.


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1 comentario:

  1. Hola amig@:
    Primero las presentaciones. Me llamo Luisa, y me defino como una lectora empedernida y una escritora frustrada (aunque sigo tus consejos, si me permites tutearte).
    Leyendo esta entrada he llegado a la conclusión de que opino justo lo mismo. Yo concretaría diciendo que un mismo libro en dos momentos diferentes son diferentes libros. A lo mejor exajero un poco. Un mismo libro con tonalidades diferentes, con más experiencia o con más atención a cosas que antes no habíamos apreciado en la primera lectura, aunque estén separadas por muchos años.
    Saludos y encanta de leerte.

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