A un amigo poeta
                       Desde que se posó la pluma sedosa de tu voz aterciopelada en el aula, que   permanecía envuelta en niebla, 
                      Recuerdo el día que llevaste un disco de poesías recitadas por sus   autores y quedamos fascinados escuchándoles:
                      Vicente Aleixandre, divinal habitante del paraíso de Velintonia,   declamaba una poesía que se titulaba "En la plaza" y fui directamente a la   biblioteca a pedir "Historias del Corazón" hundiéndome en todos y cada uno de   sus poemas. 
                      Dámaso Alonso, el de la voz bien timbrada, era el verso puro transfundido   por la angustia en la contradicción del hombre hollando caminos erráticos sobre   la tierra. 
                     Neruda derramaba sus versos de nostalgia junto al mar, dejándose besar   los pies por la espuma de las olas en la playa de Isla   Negra.
                     Gloria Fuertes nos pareció una campana resquebrajada en una tarde de   invierno poco soleada.
                     Rafael Lapesa, José Luis Aranguren, Carlos Bousoño: Nos hablabas de los   profesores con los que habías estudiado y nos parecían arcángeles sobrenaturales   que sólo con pronunciar sus nombres nos purificaban. 
                     Pasados los años nos regalaste los frutos más sazonados de tu bien   cultivada huerta: "Preludio en luz menor", "Orquesta de Sombras", "Efectos   Especiales", "Han cegado a Narciso"... Supimos de tus viajes añorando Itacas,   tus descensos analíticos a todos los Góglotas, tus incommensurables paisajes   sensoriales.
                     De tu mano descubrimos que la literatura es la comunión de quien escribe   con la vida. Comprendimos que un poema es mucho más que unos versos con su ritmo   y su rima, que por debajo de las palabras late el corazón palpitando   sentimientos.
                     Desde aquel día, ahora lejano, en que se posó la pluma sedosa de tu voz   aterciopelada en nuestra clase hundida en brumas, 
           Al final de la mañana la ventana abierta a los jardines se encendía en   resonancias de gemas divertidas, y tu voz se impregnaba de un polvillo dorado,   como el de las mariposas recién salidas de las crisálidas, levantabas en el aire   arquitecturas ingrávidas, declamabas poemas a la amada; desplegabas el esplendor   multicolor de toda tu capacidad creadora, y la sagacidad de nuestra recién   estrenada adolescencia se irisaba en el presentimiento de Afrodita asomándose a   nuestra ventana: Tu novia te esperaba. 
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