sábado, 30 de marzo de 2013

A un amigo poeta

 

 

A un amigo poeta

 

 

 

                   Desde que se posó la pluma sedosa de tu voz aterciopelada en el aula, que permanecía envuelta en niebla, la Literatura rancia y la Gramática herrumbrosa, florecieron para nosotros en arpegios irresistibles y brillos dorados de metales nobles que nos cautivaron para siempre.

 

                  Recuerdo el día que llevaste un disco de poesías recitadas por sus autores y quedamos fascinados escuchándoles:

 

                  Vicente Aleixandre, divinal habitante del paraíso de Velintonia, declamaba una poesía que se titulaba "En la plaza" y fui directamente a la biblioteca a pedir "Historias del Corazón" hundiéndome en todos y cada uno de sus poemas.

 

                  Dámaso Alonso, el de la voz bien timbrada, era el verso puro transfundido por la angustia en la contradicción del hombre hollando caminos erráticos sobre la tierra.

 

                   Neruda derramaba sus versos de nostalgia junto al mar, dejándose besar los pies por la espuma de las olas en la playa de Isla Negra.

 

                   Gloria Fuertes nos pareció una campana resquebrajada en una tarde de invierno poco soleada.

 

                   Rafael Lapesa, José Luis Aranguren, Carlos Bousoño: Nos hablabas de los profesores con los que habías estudiado y nos parecían arcángeles sobrenaturales que sólo con pronunciar sus nombres nos purificaban.

 

                   Pasados los años nos regalaste los frutos más sazonados de tu bien cultivada huerta: "Preludio en luz menor", "Orquesta de Sombras", "Efectos Especiales", "Han cegado a Narciso"... Supimos de tus viajes añorando Itacas, tus descensos analíticos a todos los Góglotas, tus incommensurables paisajes sensoriales.

 

                   De tu mano descubrimos que la literatura es la comunión de quien escribe con la vida. Comprendimos que un poema es mucho más que unos versos con su ritmo y su rima, que por debajo de las palabras late el corazón palpitando sentimientos.

 

                   Desde aquel día, ahora lejano, en que se posó la pluma sedosa de tu voz aterciopelada en nuestra clase hundida en brumas, la Literatura rancia y la Gramática herrumbrosa resurgieron para siempre pletóricas de riquezas insospechadas hasta entonces.

 

         Al final de la mañana la ventana abierta a los jardines se encendía en resonancias de gemas divertidas, y tu voz se impregnaba de un polvillo dorado, como el de las mariposas recién salidas de las crisálidas, levantabas en el aire arquitecturas ingrávidas, declamabas poemas a la amada; desplegabas el esplendor multicolor de toda tu capacidad creadora, y la sagacidad de nuestra recién estrenada adolescencia se irisaba en el presentimiento de Afrodita asomándose a nuestra ventana: Tu novia te esperaba.

 

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