lunes, 13 de febrero de 2012

JOSÉ LUIS SAMPEDRO, Premio Nacional de las Letras

En su discurso de ingreso en la RAE José Luis Sampedro establece y
define dos tipos de temperamento: el central, que levanta palacios y erige
normas donde encontrarse a gusto en la conservación de un orden
preexistente, y el fronterizo, que orienta sus antenas hacia la innovación y
el progreso, que no desconoce o abate límites, sino que los incorpora y
absorbe. El temperamento de José Luis Sampedro es, por supuesto, fronterizo:
aunque el escritor nació en Barcelona, en 1917, pasó su niñez en Tánger,
ciudad cosmopolita donde convivían razas, lenguas e incluso monedas
diferentes. A los trece años Sampedro se traslada a Aranjuez, ciudad matriz
de su vocación literaria y núcleo fronterizo entre el esplendor palaciego
del siglo XVIII y la ciudad venida a menos en el siglo XX. Cada gran autor
sabe elegir sus escenarios y sus mitos. En el jardín del Rey sabe Sampedro
descubrir su mito fundacional: un foso circundante, que se nutría de las
aguas del caudaloso Tajo, venía a reproducir a escala doméstica pero muy
emotiva, el mito helénico del río Océano que envolvía el orbe.
No ha sido fácil, precisamente, la vida de nuestro novelista: a los 25
años perdió a sus padres y a su abuela materna, por lo que tuvo que ganarse
la vida e ingeniárselas para sacar adelante también a sus hermanos. Aunque
su vocación siempre fue la literatura, tuvo que matricularse en Políticas y
Económicas, ya que al impartirse las clases por la tarde, ello le permitía
compaginar trabajo y estudios. Pero la economía no fue un simple apoyo,
plataforma para otros vuelos, sino que el prestigio internacional adquirido
por Sampedro eclipsó durante años su otra faceta: la literaria.
Aunque Sampedro ha escrito teatro, cuentos e incluso una revista
musical, lo propiamente sampedriano es la novela. Entre sus mejores obras
recordaremos: El río que nos lleva, 1961, Octubre, Octubre, 1981, La vieja
sirena, 1990, y Real Sitio, 1993.

El mundo narrativo de Sampedro surge de la armonía perfecta entre un
trabajo sistemático y disciplinado y la inevitable inspiración que, pese a
sus detractores, es una chispa sagrada que vivifica cuanto toca. Cuando José
Luis estaba en plena fase creativa se levantaba a las cuatro de la mañana y
escribía, por problemas de su columna vertebral, sentado en un sillón sobre
cuyos brazos descansa una tabla. Hubo etapas en su vida en las que se vio
obligado a escribir de pie, como también lo hicieron Víctor Hugo y Blasco
Ibáñez. A pesar de escribir al alba, el orbe narrativo de Sampedro no tiene
solo revelación de amanecida, también hay en él fiebre meridiana, nostalgia
de ocaso, y misterio de noche oscura.
La novela más leída y más traducida de Sampedro es sin duda La sonrisa
etrusca, 1985. En ella se nos presentan los últimos meses del abuelo
Salvatore, enfermo de cáncer, al que humaniza para dialogar con él y así
conjurar sus padecimientos. La transformación sicológica de Salvatore está
muy bien graduada: su tosquedad de campesino, recio y machista, se va
dulcificando en amor por el nieto recién nacido y por Hortensia, amor
tardío y redimidor de amoríos anteriores.
Y es desde luego esencial en el quehacer de Sampedro la trilogía Los
círculos del tiempo, formada por Octubre, Octubre, La vieja sirena, y Real
Sitio.
Octubre, Octubre se estructura en el balanceo de los años 1961-1962 y
1976-1977. Los dos octubres presentes en el título, recogen una resonancia
juanramoniana de tintes malvas y decadentistas, y otra resonancia sanguínea
y pasional: el octubre de la revolución. Esta ambiciosa y extensa novela es
el fruto de cuatro redacciones íntegras y de 19 años de elaboración y
trabajo.
La vieja sirena es un auténtico prodigio por su construcción y por la
elección de una sirena no joven, como sería lo más normal, sino precisamente
vieja. Con curiosidad paciente la sirena empezó a espiar a los humanos y a
quedarse deslumbrada por las hogueras que éstos encendían en la playa para
bailar a su alrededor y, sobre todo, por la lucha hermosa entre hombres y
mujeres en la que no había ni vencedores ni vencidos. Bueno, para ser más
exactos siempre había vencidos y, por lo que a nosotros atañe, vencida: la
sirena. La transformación de la sirena en mujer es de los momentos más
intensos y originales de la narrativa del siglo XX.
El río que nos lleva refiere la vida de los gancheros: seres que
arrastraban troncos de árboles por el río Tajo. Todos los años, entre marzo
y agosto, un grupo de trabajadores aguerridos se hacían cargo del transporte
fluvial de madera entre la serranía de Cuenca y Aranjuez, el Aranjuez mítico
y paradisíaco de José Luis Sampedro. Cuando se construyó el embalse de
Entrepeñas el transporte quedó ya definitivamente cancelado. Al contarnos la
vida de unos seres que viven a la intemperie y que incluso llegan a envidiar
la suerte de los campesinos más pobres, nos sumerge en el mundo de la
injusticia y de la desposesión. Con todo, la narrativa sampedriana no
insiste nunca sobre lo más oscuro y fatal del destino. En la lobreguez más
espantosa y en el cruel desamparo nunca falta la llama del amor y el
estremecimiento de la belleza. Si quisiéramos encerrar en un solo verso todo
el quehacer artístico de Sampedro podríamos hacerlo con el espléndido verso
de la Antígona de Sófocles: "Yo no nací para el odio, sino para el amor".

José Mas

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