LO peor no es ser viejos. Lo peor, es, acaso
sospechar que es mentira
todo lo que creímos que nos daba sentido
cuando es tan tarde ya.
Muy cuidadosamente me educaron
para que yo creyera en la bondad
la honradez, el esfuerzo. Consistía el secreto
en vencer a la bestia que somos en el fondo
y, a cambio, ya de noche,
poder dormir el sueño de los justos.
O, si no,
poder rezar a solas y llorar en silencio.
Cómo voy a ignorarlo: a solas en lo oscuro
soy un hombre cansado de rezar.
Todas las noches lloro.
Pero ahora
no sé muy bien por qué, ni desde cuándo,
no alcanzo a distinguir
ni una huella de Dios en el libro del mundo.
En cambio sí que veo
la lógica profunda que rige la manada.
A veces son los fuertes los que ganan.
Pero, más a menudo,
son astutas alianzas de alimañas pequeñas.
Con el paso del tiempo cambian los territorios,
intercambian papeles víctimas y verdugos,
se refinan los usos, se comulga en especie,
pero siempre es igual.
Hambre y dientes. Es la jauría humana.
Entonces me pregunto:
qué haces tú, Jeremías, atado a tu conciencia?
Si todo aquello en lo que tú creías
- la moral, la justicia, el sacrificio ..., -
no es más que la otra cara
- amable, pero no sagrada - de la ley,
no es más que el complemento imaginario
que también necesita la manada
para sobrevivir,
por qué sufres, para qué has sufrido?
Quizá, como esas plantas
que parece que nada necesitan,
tu voluntad, que tan pura creíste
es el caldo soberbio en que tu hambre
se cuece y se devora, distinta pero igual:
la salsa espiritual de la jauría.
( Ana Sofía Pérez Bustamante)
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