La forma de iniciar una novela es tan importante que de ello depende la decisión de leerla del nuevo lector, y muchas personas manifiestan que con frecuencia abandonan la lectura de una obra cuando ya desde las primeras páginas deja de interesarles.
Sin embargo, no hay fórmulas mágicas que aconsejen empezar a escribir una novela de un modo o de otro. Puede hacerse, al estilo de la Biblia, comenzando desde los orígenes de la historia que queremos contar o, por el contrario, resumir de forma subyugante los acontecimientos que provocaron los hechos que nos proponemos relatar.
La primera forma transmite un orden más natural, pero la segunda suele dar mejores resultados si conseguimos despertar en el lector la curiosidad por las circunstancias que pudieron ocasionar el desenlace expuesto. Este último procedimiento es el que utiliza, por ejemplo, García Márquez en Crónica de una muerte anunciada, obra en la que incluso el título nos adelanta el episodio que se cuenta en la novela y, sin embargo, atrapa nuestra atención llevados por el interés de descubrir el desarrollo de las circunstancias que produjeron la muerte del protagonista a que se refiere el autor ya en el primer párrafo de la obra. Pero este mismo escritor emplea el método de empezar la narración desde el principio de la historia en Cien años de soledad, lo que probaría que cualquiera de las dos formas es igualmente válida y cada una de ellas puede alcanzar una fuerza irresistible en manos de un novelista que maneja la técnica narrativa con maestría admirable.
En muchos casos la narración se plantea a partir de una situación intermedia del argumento y se despliega avanzando y retrocediendo al arbitrio azaroso de los hechos concretos y la incorporación controlada de episodios anteriores en el tiempo relacionados de algún modo con lo que en ese momento se cuenta, por lo que tampoco sería descabellado que el primer párrafo haga referencia a algún acontecimiento singular producido en el transcurso del conjunto de la trama con el fin de atraer la atención del lector.
Al margen del método a emplear como arranque de nuestra obra, lo que es cierto en la mayor parte de los casos es que casi nunca resulta ser el primer párrafo de la novela lo primero que escribimos cuando nos ponemos a escribirla. Hay escritores, incluso, que al terminar la obra reescriben no sólo el primer párrafo sino hasta todo el primer capítulo para mejorar su relación con los siguientes.
Por esta razón no debemos sentirnos comprometidos en exceso en el momento de empezar escribir hasta el punto que nos dificulte poner en marcha la idea que tengamos. Es preferible empezar la tarea con la aptitud de quien escribe algo provisional y dejar para más adelante la decisión de conservar o no como primer párrafo lo primero que escribimos.
Lo fundamental es, pues, ponerse en marcha. Y a eso nos disponemos.
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