jueves, 5 de abril de 2012

LA FORTUNA DE MATILDA TURPIN: EL DRAMATISMO DE LA INFELICIDAD

copiamos el comentario de la novela que nos ha mandado luis clemente, a quien agradecemos su magnífica aportación a nuestro taller. dice así:

 

 

"La fortuna de Matilda Turpin", al igual que otras novelas, refleja el tema tan recurrente en la literatura como es el dramatismo de la infelicidad.  La originalidad en este caso, quizá estribe en que se articule a través de un personaje ciertamente odioso: el profesor de Filosofía.

En efecto, en sus páginas se dibuja un Juan Campos (el profesor) vacío de valores éticos y, por tanto,  letal para quien lo rodea, y que con las tretas al uso en estos menesteres y el verbo melifluo, viene a enseñarnos que la Filosofía es esa ciencia que estudia lo que todo el mundo sabe, pero con palabras que nadie las entiende.  De tal manera esto es así, que me da la impresión que esas reflexiones que pretenden ser de pensamiento elevado, están dispuestas de tal forma en la novela para que el lector las lea simplemente por el hecho de que haya que leerlas, pero sin ningún ánimo de aprehenderlas (con hache intercalada), es decir, que nos da a ver lo vacuo de las palabras de quienes intentan volvernos del revés. (No deja de ser esta impresión mía una paradoja, vamos, un sarcasmo, al no ser sólo filósofo el autor, Álvaro Pombo, sino también José Antonio Marina, persona a quien va dedicada la novela)

Es curioso ver cómo con artes sibilinas, este profesor de Filosofía consigue  atraer a sus redes a unos personajes inocentes hasta destrozarlos. El primero de ellos es su propia esposa, Matilda Turpin, una mujer de fuerte personalidad, emprendedora y sentimental, que ama a su marido  hasta que el cáncer la está royendo, instante en el que descubre que es un farsante. Luego, también arrasa con su hijo Fernando, a quien, entre dimes y diretes, parece apartarse de él cuando éste le descubre su homosexualidad. Antonio, algo más que un mayordomo al uso, más bien podría decirse que se trata del criado moldeado por el propio Antonio, es otra de las víctimas. Quizá sea éste junto a su esposa, el más damnificado por la impiedad de Juan Campos, aunque aparezca al final de la novela Angélica, la nuera con la que mantiene relaciones incestuosas, como ese personaje por el que el lector siente verdadera lástima al encarnar a la mujer que ha sucumbido ante el engaño y el egoísmo.

Pero por encima de ese plano al nivel del campo personal, existe otro más elevado que también ayuda a la consunción de los hechos: la naturaleza cántabra. Así, la lluvia pertinaz, la exuberancia selvática del jardín, los acantilados y la cueva a pie de mar, parecen guiar a todos los personajes hasta su destino.

En definitiva, una novela bien armada en cuanto a la estructura de sus personajes y significado, en donde el lector puede sacar conclusiones de pensamiento simplemente analizando los hechos que se relatan, tal cual, sin necesidad de acudir a elementos de medida más afinados, como son los filosóficos al uso que se vierten en sus páginas.

Para el final, quiero recabar que tanto el carácter del profesor de Filosofía como su forma de vestir, de actuar y de emplear un lenguaje falso y remilgado, recuerdan mis tiempos de bachiller donde todos los alumnos sufríamos una asignatura que sólo servía para cumplimentar simplemente una nota.

             Luis Clemente.

 

 

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