domingo, 30 de enero de 2022

Inventos creados por mujeres

Para celebrar el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia hemos preparado esta indispensable fotogalería. Sin ellas, el mundo no habría sido el mismo.

 

Cada 11 de febrero, desde que fuese proclamado en 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se celebra en el mundo el Día Mundial de la Mujer y la Niña en la ciencia, con el objetivo de conseguir como meta una participación equitativa para las niñas y mujeres en los campos científicos, así como luchar por el fortalecimiento de la situación en sociedad de niñas y mujeres de todo el mundo.

Hoy hacemos un repaso por esas mujeres imprescindibles, sin las que nuestro mundo, tal y como lo conocemos, no habría sido igual.

Estamos seguros que conoces los nombres de los inventores masculinos más famosos cuyos inventos también transformaron nuestra realidad: Galileo Galilei, Leonardo da Vinci, Alexander Graham Bell, Thomas Alva Edison, Nikola Tesla, Louis Pasteur, Tim Berners-Lee, Steve Jobs...). Pero, ¿conoce las muchas mujeres cuyas ideas revolucionarias e innovadoras en ciencia y tecnología también mejoraron el mundo en el que vives?

Las mujeres inventoras no son reconocidas con tanta frecuencia como los hombres. Muchas sufrieron lo que se conoce como “Efecto Matilda”, una práctica muy habitual en el pasado en la que miles de científicas vieron cómo sus investigaciones, trabajos, estudios, descubrimientos, eran atribuidos a hombres a pesar de ser ellas las verdaderas descubridoras o inventoras.

 

Aún queda mucho camino por recorrer y esperemos que el caso de tantas científicas que cayeron en el olvido, como Nettie Stevens, conocida posteriormente como la descubridora del sistema XY de determinación del sexo (cuyos descubrimientos fueron atribuidos al genetista Thomas Hunt Morgan), Marthe Gautier, quien descubrió la anomalía cromosómica que provoca el síndrome de Down (y cuyo hito fue atribuido al pediatra y padre de la genética moderna Jerome Lejeune) o, quizá el caso más conocido, el de la química británica Rosalind Franklin, quien descubrió, entre otras cosas, la estructura del ADN (y cuyo reconocimiento en forma de Premio Nobel no recibió ella sino sus compañeros Francis Crick y James Watson), sea cosa del pasado en nuestro futuro.

La historia de la ciencia tiene muchos nombres masculinos, pero también femeninos. Hoy te hablamos de una gran cantidad de inventos obra de mujeres, de ayer y de hoy.

Inventos que no existirían si no fuera por mujeres

Son inventos extraordinarios que hoy no existirían si no fuera por ellas. ¿Cuántos conoces?

 

Dispositivo quirúrgico láser

Responsable: Patricia Bath, inventora y oftalmóloga contemporánea de Harlem, Nueva York (EE. UU.). Fue la primera doctora afroamericana en recibir una patente médica. En 1986, inventó la sonda Laserphaco Probe, que revolucionó el tratamiento de las cataratas. Este dispositivo médico mejoraba el uso del láser para eliminar las cataratas en los ojos, la causa más común de pérdida de visión en las personas mayores de 40 años y principal causa de ceguera en el mundo. También fue la primera mujer miembro del Instituto del ojo Jules Stein, primera mujer en dirigir un programa de posgrado en oftalmología, y primera mujer elegida empleada honoraria del Centro Médico UCLA. Escribió más de 100 artículos científicos.

Cable de fibra óptica

La física estadounidense Shirley Jackson es la creadora de una gran cantidad de inventos. Para empezar, esta licenciada por el Instituto de Tecnología de Massachusetts en 1973 fue la primera mujer afroamericana en obtener un doctorado en física nuclear en el MIT. Entre sus inventos, destacan sus experimentos con la física teórica que allanaron el camino para numerosos desarrollos en el espacio de las telecomunicaciones, incluido el teléfono de tonos, el fax portátil, el identificador de llamadas, la llamada en espera y el cable de fibra óptica.

VoiP

La mujer que creó la VoiP (voz sobre iP), la tecnología que nos permite comunicarnos a través de audio y vídeo a través de Internet es Marian Croak. Es la desarrolladora acreditada de la mayoría de las características del protocolo de voz sobre Internet que llevaron a su adopción casi universal. Esta mujer afroamericana tiene en su haber más de 125 patentes en tecnología VOIP, la misma tecnología empleada por compañías tan populares como Skype o Zoom.

Tipp-ex

Aún a día de hoy lo seguimos utilizando. El tipp-ex o papel líquido es invención de Bessie Nesmith Graham, una mecanógrafa y diseñadora industrial estadounidense quien trabajaba como secretaria cuando inventó este corrector líquido que no era sino una sustancia blanca que se secaba rápidamente al aplicarse sobre un folio de papel y que conseguía tapar las faltas de mecanografía. De hecho, lo ideó para uso personal pero finalmente creó su propia compañía, la Liquid Paper Corporation para comercializar el producto.

Bolsa de papel con fondo plano

La bolsa de papel con fondo plano es obra de la inventora estadounidense Margaret Knight, una creadora excepcionalmente prolífica a finales del siglo XIX. De hecho, la llamaban "la dama Edison" o "una mujer Edison" al compararla con el también inventor Thomas Alva Edison, con gran fama por parte del público. Knight ideó un dispositivo de seguridad para telares textiles. También se le otorgó su primera patente en 1871, con la que os presentamos a Knight como inventora, para una máquina que cortaba, doblaba y pegaba bolsas de papel de fondo plano, eliminando así la necesidad de que los trabajadores las ensamblaran lentamente a mano (mecanizó así todo el proceso de fabricación: corte, doblado y pegado) y muchas otras ideas más. En total registró 27 patentes a lo largo de su vida, por inventos que incluyen máquinas para fabricar zapatos, un "escudo de vestir" para proteger las prendas de las manchas de sudor, un motor rotativo y un motor de combustión interna.

Rayos X portátiles

Probablemente la inventora y científica más conocida de esta selección. Marie Curie es la protagonista, aparte de por descubrir la radioactividad junto a los elementos químicos polonio y radio, esta mujer que dedicó toda su vida a la ciencia, inventó el primer aparato de radiografías móvil. No era sino un coche equipado con una máquina de rayos X, una sala oscura para revelado y una dinamo que generaba toda la electricidad necesaria para que únicamente fuese necesario el motor del coche para que su invento funcionara sin problemas. Una creación que salvó miles de vidas de soldados durante la Primera Guerra Mundial y cambió la medicina. Marie Curie se convirtió en la primera mujer en ganar un Premio Nobel, aunque tuvo que compartir el honor con su esposo Pierre y otro científico llamado Henri Becquerel que estaba haciendo un trabajo similar sobre la radiactividad al mismo tiempo que los Curie. También sabemos que todos esos años trabajando con elementos radiactivos le pasaron factura y falleció en 1934 de anemia aplásica, una enfermedad relacionada con la exposición a la radiación.

Acuario

¿Quién inventó los acuarios? La naturalista francesa Jeanne Villepreux-Power, una apasionada de la biología marina, es la responsable de la creación de los acuarios como método para investigar el mundo marino. Gracias a los acuarios, los investigadores y curiosos podían estudiar la vida marina con mayor facilidad. Villepreux-Power creó el primer acuario de cristal para poder observar a los moluscos del género Nautilus en condiciones controladas, demostrando que fabricaba su propio caparazón y no lo tomaba prestado de otro organismo, como sostenía la opinión popular. Fue una mujer completamente autodidacta y, sin duda, una de las pioneras en la preservación de la naturaleza. Se convirtió en la primera mujer miembro de la Academia de Catania así como en más de una docena de academias científicas.

Máquina de hacer helado

A la inventora estadounidense Nancy Johnson le debemos la invención de la máquina de hacer helados, un dispositivo basado en un congelador de helado con manivela, que data de 1843. La máquina era una especie de batidora de helados con manivela que nació precisamente porque a Nancy le llevaba demasiado tiempo preparar helado (siempre a mano y de forma muy intensiva). Así que este invento redujo el proceso. Pronto su invento se hizo famoso y muchas tiendas ofrecían helado hecho con esta heladera, que revolucionó la fabricación de los helados.

Sistema de propulsión de hidracina

La ingeniera aeroespacial Yvonne Brill patento un sistema de propulsión con hidracina para mantener un satélite en una órbita geoestacionaria fija durante más tiempo y con una carga útil mayor que otros métodos anteriores. Fue en 1967. Así es, inventó el sistema de propulsión que evita que los satélites de comunicación se salgan de órbita. Inicialmente quería estudiar ingeniería, pero la universidad le negó la admisión porque no podían acomodar mujeres. Durante su vida, Brill contribuyó a los sistemas de propulsión de TIROS, el primer satélite meteorológico; Nova, una serie de diseños de cohetes que se utilizaron en misiones lunares estadounidenses; Explorer 32, el primer satélite de la atmósfera superior; y el Mars Observer, que en 1992 casi entró en la órbita de Marte antes de perder la comunicación con la Tierra.

Lenguaje COBOL

La reconocida matemática especialista informática estadounidense, Grace Hopper, es la precursora del lenguaje COBOL, un compilador importantísimo en el desarrollo de la informática moderna. Fue la primera programadora que utilizó el ordenador Mark I de Harvard, una máquina de cinco toneladas que ocupaba toda la habitación. Aparte de su labor informática, Hooper también es considerada toda una patriota; tanto es así, que un destructor de la marina estadounidense, lleva su nombre: el USS Hopper.

GPS

La matemática estadounidense Gladys West fue clave en la invención del sistema de navegación por satélite, GPS. Gracias a su trabajo, se desarrolló el sistema de posicionamiento global más conocido en todo el mundo y sin el que, anteriormente, muchos nos perdíamos por las carreteras. Después de una educación universitaria en la que los hombres la superaban en número, esta mujer afroamericana comenzó a trabajar en el Naval Surface Warfare Center. Sus datos, fruto del análisis de satélites y programación en un ordenador IBM para crear cálculos precisos de la forma de la Tierra, se convirtieron en la base del actual GPS.

Sistema de seguridad

El primer sistema de seguridad para el hogar fue inventado por una enfermera afroamericana. Se trata de Marie Van Brittan Brown, quien preocupada por las amenazas de seguridad en su hogar, ideó un sistema de alerta si individuos extraños se acercaban a su puerta y se pondría en contacto con las autoridades pertinentes lo antes posible. Su invención original consistió en mirillas, una cámara, monitores y un micrófono de dos vías. El broche final fue un botón de alarma que, cuando se presionaba, comunicaba inmediatamente con la policía. Su patente sentó las bases para el moderno sistema de televisión de circuito cerrado que se usa ampliamente para vigilancia, sistemas de seguridad para el hogar, dispositivos de alarma con botones, prevención de delitos y monitoreo del tráfico. Brown y su marido, que era electricista y que le ayudó a construir el dispositivo, recibieron la patente en 1969. La primera de su tipo.

Cristal no reflectante

Katherine Blodgett fue la primera mujer en doctorarse en física en la Universidad de Cambridge allá por 1926. En 1938 inventó el microfilm de estereato de bario, una película que permite convertir cualquier cristal en un cristal no reflectante, una invención empleada habitualmente en gafas, cámaras fotográficas, telescopios, lentes de proyectores, microscopios... Durante su trayectoria, registró 8 patentes en Estados Unidos y 2 en Canadá.

Sujetador

Una prenda que cambiaría la vida de las mujeres. El sostén o sujetador es obra de Caresse Crosby. ¿Cómo surgió la idea? Crosby, una joven que vivía en la ciudad de Nueva York estaba harta de los corsés voluminosos y restrictivos que tenían que emplear mujeres. Siempre inquieta, diseñó un "sostén sin espalda". Recibió la patente en 1914 y fundó la empresa Fashion Form Brassière Company con la intención de fabricar y vender su sostén aunque, finalmente vendió la patente a Warner Brothers Corset Company por apenas 1.500 dólares, que comenzó a vender sus sujetadores de forma masiva en todo el mundo.

 

Joan J. Torres Masip

Psicólogo

sábado, 1 de enero de 2022

SOBRE LA GESTACIÓN DE UN LIBRO.

Sobre la gestación de un libro.

autora: Isabel Allende.

 

 

 

Año Nuevo de 1981.

 

En agosto cumpliría 40 años y hasta entonces no había hecho nada realmente importante.

 

Cuarenta! Era el comienzo de la decrepitud y no me costaba mucho imaginarme sentada en una mecedora tejiendo calceta.

 

Cuando era una niña solitaria y rabiosa en la casa de mi abuelo, soñaba con proezas heroicas: sería una actriz famosa y en vez de comprarme pieles y joyas, daría todo mi dinero a un orfelinato; descubriría una vacuna contra los huesos quebrados, tapara con un dedo el hoyo del dique y salvaría otra aldea holandesa.

 

Quería ser Tom Sawyer, el Pirata Negro o Sandokán, y después Shakespeare e incorporar la tragedia a mi repertorio, quería ser esos personajes espléndidos que después de vivir exagerando, morían en el último acto.

 

La idea de convertirme en monja anónima se me ocurrió mucho más tarde.

 

En esa época me sentía diferente a mis hermanos y a otros niños, no lograba verme como los demás, me parecía que los objetos y las personas volvían transparentes y que las historias de los libros eran más ciertas que la realidad.

 

A veces me asaltaban ratos de lucidez aterradora y creía adivinar el futuro o el pasado, mucho antes de mi nacimiento, como si todos los coincidieran simultáneamente en el mismo espacio y de través de un ventanuco que se abría por una fracción de segundo y pasaba a otras dimensiones.

 

[.

 

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] A los cuarenta años ya era tarde para sorpresas, mi plazo se acortaba de prisa, lo único cierto eran la mala calidad de mi vida y el aburrimiento, pero la soberbia me impedía admitirlo.

 

De los chales con flecos, las faldas largas y las flores en el pelo nada quedaba, sin embargo solía sacarlas sigilosamente del fondo de una maleta para lucirlas por unos minutos frente al espejo.

 

Eran ideas razonables, de todos modos dentro de unos veinte o treinta años, una vez secas mis pasiones, cuando ya ni siquiera recordara el mal gusto del amor frustrado o del tedio, podría retirarme tranquila.

 

Ese plan razonable no alcanzó a durar más de una semana.

 

El 8 de enero llamaron por teléfono de Santiago anunciando que mi abuelo estaba muy enfermo y esa noticia anuló mis promesas de buen comportamiento y me lanzó en una dirección inesperada.

 

El Tata iba ya para los cien años, estaba convertido en un esqueleto de pájaro, semiinválido y triste, pero perfectamente lúcido.

 

Cuando terminó de leer la última letra de la Enciclopedia Británica y aprenderse de memoria el Diccionario de la Real Academia, y cuando perdió todo interés en las desgracias ajenas de las telenovelas, comprendió que era hora de morirse y quiso hacerlo con dignidad.

 

Se instaló en su sillón vestido con su gastado traje negro y el bastón entre las rodillas, invocando al fantasma de mi abuela para que lo ayudara en ese trance.

 

[.

 

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] Durante esos años nos habíamos mantenido en contacto mediante mis cartas tenaces y sus respuestas esporádicas.

 

Decidí escribirle por última vez para decirle que podía irse en paz porque yo jamás lo olvidaría y pensaba legar su memoria a mis hijos y a los hijos de mis hijos.

 

Para probarlo empecé la carta con una anécdota de mi tía - abuela Rosa, su primera novia, una joven de belleza casi sobrenatural muerta en misteriosas circunstancias poco antes de casarse, envenenada por error o por maldad, cuya fotografía en suave color sepia estuvo siempre sobre el piano de la casa, sonriendo con su inalterable hermosura.

 

Años más tarde el Tata se casó con la hermana menor de Rosa, mi abuela.

 

Desde las primeras líneas otras voluntades se adueñaron de la carta conduciéndome lejos de la incierta historia de la familia para explorar el mundo seguro de la ficción.

 

En el viaje se me confundieron los motivos y se borraron los limites entre la verdad y la invención, los personajes cobraron vida y llegaron a ser más exigentes que mis propios hijos.

 

Con la cabeza en el limbo cumplía doble horario en el colegio, [.

 

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]mientras toda mi atención estaba volcada en una bolsa de lona donde cargaba las páginas que garrapateaba de noche.

 

Mi cuerpo cumplía sus funciones como autómata y mi mente estaba perdida en ese mundo que nacía palabra a palabra.

 

Llegaba a casa cuando comenzaba a oscurecer, cenaba con la familia, me daba una ducha y luego me sentaba en la cocina o en el comedor frente a una pequeña máquina portátil, hasta que la fatiga me obligaba a partir a la cama.

 

Escribía sin esfuerzo alguno, sin pensar, porque mi abuela clarividente me dictaba.

 

A las seis de la madrugada debía levantarme para ir al trabajo, pero esas pocas horas de sueño eran suficientes; andaba en trance, me sobraba energía, como si llevara una lámpara encendida por dentro.

 

La familia oía el golpeteo de las teclas y me veía perdida en las nubes, pero nadie hizo preguntas, tal vez adivinaron que yo no tenía respuesta, en verdad no sabía con certeza qué estaba haciendo, porque la intención de enviar una carta a mi abuelo se desdibujó rápidamente y no admití que me había lanzado en una novela, esa idea me parecía petulante.

 

Llevaba más de veinte años en la periferia de la literatura -periodismo, cuentos, teatro, guiones de televisión y centenares de cartas- sin atreverme a confesar mi verdadera vocación; necesitaría publicar tres novelas en varios idiomas antes de poner "escritora" como oficio al llenar un formulario.

 

Cargaba mis papeles para todas partes por temor a que se extraviaran o se incendiara la casa; esa pila de hojas amarradas con una cinta era para mí como un hijo recién nacido.

 

Un día, cuando la bolsa se había puesto muy pesada, conté quinientas páginas, tan corregidas y vueltas a corregir con un liquido blanco, que algunas habían adquirido la consistencia del cartón, otras estaban manchadas de sopa o tenían añadidos pegados con adhesivo, que se desplegaban como mapas, bendita computadora, que hoy me permite corregir siempre en limpio.

 

No tenía a quién mandar esa extensa carta, mi abuelo ya no estaba en este mundo.

 

Cuando recibimos la noticia de su muerte sentí una especie de alegría, eso era lo que él deseaba desde hacía años, y seguí escribiendo con más confianza, porque ese viejo espléndido se había encontrado por fin con la Memé y los dos leían por encima de mi hombro.

 

Los comentarios fantásticos de mi abuela y la risa socarrona del Tata me acompañaron cada noche.

 

El epílogo fue lo más difícil, lo escribí muchas veces sin dar con el tono, me quedaba sentimental, o bien como un sermón o un panfleto político, sabía qué quería contar, pero no sabía cómo expresarlo, hasta que una vez más los fantasmas vinieron en mi ayuda.

 

Una noche soñé que mi abuelo yacía de espalda en su cama, con los ojos cerrados, tal como estaba esa madrugada de mi infancia cuando entré a su cuarto a robar el espejo de plata.

 

En el sueño yo levantaba la sábana, lo veía vestido de luto, con corbata y zapatos, y comprendía que estaba muerto, entonces me sentaba a su lado entre los muebles negros de su pieza a leerle el libro que acababa de escribir, y a medida que mi voz narraba la historia los muebles se convertían en madera clara, la cama se llenaba de velos azules y entraba el sol por la ventana.

 

Desperté sobresaltada, a las tres de la madrugada, con la solución: Alba, la nieta, escribe la historia de la familia junto al cadáver de su abuelo, Esteban Trueba, mientras aguarda la mañana para enterrarlo.

 

Fui a la cocina, me senté ante la máquina y en menos de dos horas escribí sin vacilar las diez páginas del epílogo.

 

Dicen que nunca se termina un libro, que simplemente el autor se da por vencido; en este caso mis abuelos, molestos tal vez al ver sus memorias tan traicionadas, me obligaron a poner la palabra fin.

 

Había escrito mi primer libro.

 

No sabía que esas páginas me cambiarían la vida, pero sentí que había terminado un largo tiempo de parálisis y mudez.

 

Até la pila de hojas con la misma cinta que había usado durante un año y se la pasé tímidamente a mi madre, quien volvió a los pocos días preguntando, con expresión de horror, cómo me atrevía a revelar secretos familiares y a describir a mi padre como un degenerado, dándole además su propio apellido.

 

En esas páginas yo había introducido a un conde francés con un nombre escogido al azar: Bilbaire.

 

Supongo que lo oí alguna vez, lo guardé, en un comportamiento olvidado y al crear al personaje lo llamé así sin la menor conciencia de haber utilizado el apellido materno de mi progenitor.

 

Con la reacción de mi madre renacieron algunas sospechas sobre mi padre que atormentaron mi niñez.

 

Para complacerla decidí cambiar el apellido y después de mucho buscar encontré una palabra francesa con una letra menos, para que cupiera con holgura en el mismo espacio, pude borrar Bilbaire con corrector en el original y escribir encima Satigny, tarea que me tomó varios días revisando página por página, metiendo cada hoja en el rodillo de la máquina portátil y consolándome de ese trabajo artesanal con la idea de que Cervantes escribió El Quijote con una pluma de pájaro, a la luz de una vela, en prisión y con la única mano que le quedaba.

 

A partir de ese cambio mi madre entró con entusiasmo en el juego de la ficción, participó en la elección del título La casa de los espíritus y aportó ideas estupendas, incluso algunas para ese conde controversial.

 

A ella, que tiene una imaginación morbosa, se le ocurrió que entre las fotografías escabrosas que coleccionaba ese personaje había una llama embalsamada cabalgando sobre una mucama coja.

 

Desde entonces mi madre es mi editora y la única persona que corrige mis libros, porque alguien con capacidad de crear algo tan retorcido merece toda mi confianza.

 

También fue ella quien insistió en publicarlo, se puso en contacto con editores argentinos, chilenos y venezolanos, mandó cartas a diestra y siniestra y no perdió la esperanza, a pesar de que nadie se dio la molestia de leer el manuscrito o de contestarnos.

 

Un día conseguimos el nombre de una persona que podía ayudarnos en España.

 

Yo no sabía que existieran agentes literarios, la verdad es que, como la mayor parte de los seres normales, tampoco había leído critica y no sospechaba que los libros se analizan en universidades con la misma seriedad con que se estudian los astros en el firmamento.

 

De haberlo sabido, no me habría atrevido a publicar ese montón de páginas manchadas de sopa y corrector liquido, que el correo se encargó de colocar sobre el escritorio de Carmen Balcells en Barcelona.

 

Esa catalana magnífica, madraza de casi todos los grandes escritores latinoamericanos de las últimas tres décadas, se dio el trabajo de leer mi libro y a las pocas semanas me llamó para anunciarme que estaba dispuesta a ser mi agente y advertirme que si bien mi novela no estaba mal, eso no significaba nada, cualquiera puede acertar con un primer libro, sólo el segundo probaría que yo era una escritora.

 

Seis meses más tarde fui invitada a España para la publicación de la novela.

 

El día antes de partir mi madre ofreció a la familia una cena para celebrar el acontecimiento.

 

A la hora de los postres el tío Ramón me entregó un paquete y al abrirlo apareció ante mis ojos maravillados el primer ejemplar recién salido de las máquinas, que consiguió con malabarismos de viejo negociante, suplicando a los editores, movilizando a los Embajadores de dos continentes y utilizando la valija diplomática para que me llegara a tiempo.

 

Es imposible describir la emoción de ese momento, basta decir que nunca más he vuelto a sentirla con otros libros, con traducciones a idiomas que creía ya muertos, o con las adaptaciones al cine o al teatro, ese ejemplar de La casa de los espíritus con una franja rosada y una mujer con pelo verde tocó mi corazón profundamente.

 

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] Aún recuerdo la pregunta inicial en la entrevista que me hizo el más renombrado crítico literario del momento: ¿Puede explicar la estructura cíclica de su novela ? Debo haberlo mirado con expresión bovina porque no sabía de qué diablos me hablaba, creía que sólo los edificios tienen estructura y lo único cíclico de mi repertorio eran la luna y la menstruación.

 

Poco después los mejores editores europeos, desde Finlandia hasta Grecia, compraron la traducción y así se disparó el libro en una carrera meteórica.

 

Se había producido uno de esos raros milagros que todo autor sueña, pero yo no alcancé a darme cuenta del éxito escandaloso hasta año y medio más tarde, cuando ya estaba a punto de terminar una segunda novela nada más que para probar a Carmen Balcells mi condición de escritora.

 

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] En ese tiempo sin amor encontré evasión en la escritura.

 

Mientras en Europa mi primera novela se abría camino, yo seguía escribiendo de noche en la cocina de nuestra casa en Caracas, pero me había modernizado, ahora lo hacía en una máquina eléctrica.

 

Comencé De amor y de sombra el 8 de enero de 1983 porque ese día me había traído suerte con La casa de los espíritus, iniciando así una tradición que todavía mantengo y no me atrevo a cambiar, siempre escribo la primera línea de mis libros en esa fecha.

 

Ese día trato de estar sola y en silencio por largas horas, necesito mucho tiempo para sacarme de la cabeza el ruido de la calle y limpiar mi memoria del desorden de la vida.

 

Enciendo velas para llamar a las musas y a los espíritus protectores, coloco flores sobre mi escritorio para espantar el tedio y las obras completas de Pablo Neruda bajo la computadora con la esperanza de que me inspiren por ósmosis; si estas m quinas se infectan de virus no hay razón para que no las refresque un soplo poético.

 

Mediante una ceremonia secreta dispongo la mente y el alma para recibir la primera frase en trance, así se entreabre una puerta que me permite atisbar al otro lado y percibir los borrosos contornos de la historia que espera por mí.

 

En los meses siguientes cruzaré el umbral para explorar esos espacios y poco a poco, si tengo suerte, los personajes cobrarán vida, se harán cada vez más precisos y reales, y se me irá revelando el cuento.

 

Ignoro cómo y por qué, escribo, mis libros no nacen en la mente, se gestan en el vientre, son criaturas caprichosas con vida propia, siempre dispuestas a traicionarme.

 

No decido el tema, el tema me escoge a mí, mi labor consiste simplemente en dedicarle suficiente tiempo, soledad y disciplina para que se escriba solo.

 

Así sucedió con mi segunda novela.

 

En 1978 fueron descubiertos en Chile, en la localidad de Lonquén a pocos kilómetros de Santiago, los cuerpos de quince campesinos asesinados por la dictadura y ocultos en unos hornos de cal abandonados.

 

La Iglesia Católica denunció el hallazgo y estallo el escándalo antes que las autoridades pudieran acallarlo, era la primera vez que aparecían los restos de algunos desaparecidos y el dedo tembleque de la justicia chilena no tuvo más remedio que señalar a las Fuerzas Armadas.

 

Varios carabineros fueron acusados, llevados a juicio, condenados.

 

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] Guardé esas historias conmigo por nueve años, al fondo de un cajón, anotadas en una hoja de papel, hasta que me sirvieron en De amor y de sombra.

 

Algunos críticos consideraron ese libro sentimental y demasiado político; para mí está lleno de magia porque me reveló los extraños poderes de la ficción.

 

En el lento y silencioso proceso de la escritura entro en un estado de lucidez, en el cual a veces puedo descorrer algunos velos y ver lo invisible, tal como hacía mi abuela con su mesa de tres patas.

 

No es el caso mencionar todas las premoniciones y coincidencias que se dieron en esas páginas, basta una.

 

Si bien disponía de abundante información, tenía grandes lagunas en la historia porque buena parte de los juicios militares quedó en secreto y lo que se publicó estaba desfigurado por la censura.

 

Además me encontraba muy lejos y no podía ir a Chile a interrogar a las personas implicadas, como hubiera hecho en otras circunstancias.

 

Mis años de periodismo me han enseñado que en esas entrevistas personales se obtienen las claves, los motivos y las emociones de la historia, ninguna investigación de biblioteca puede reemplazar los datos de primera mano conseguidos en una conversación cara a cara.

 

Escribí la novela en esas calientes noches de Caracas con el material de mi carpeta de recortes, un par de libros, algunas grabaciones de Amnistía Internacional y las voces infatigables de las mujeres de los desaparecidos, que atravesaron distancias y tiempos para venir en mi ayuda.

 

Así y todo, debí recurrir a la imaginación para llenar las lagunas.

 

Al leer el original mi madre objetó una parte que le pareció absolutamente improbable: los protagonistas van de noche en una motocicleta durante el toque de queda a una mina cerrada por los militares, cruzan el cerco, se meten en un campo prohibido, abren la mina con picos y palas, encuentran los restos de los cuerpos asesinados, toman fotografías, vuelven con las pruebas y se las entregan al Cardenal, quien finalmente ordena abrir la tumba.

 

Esto es imposible, dijo, nadie se atrevería a correr semejantes riesgos en plena dictadura.

 

No se me ocurre otra manera de resolver el argumento, considéralo una licencia literaria, repliqué.

 

El libro fue publicado en 1984.

 

Cuatro años más tarde fue eliminada la lista de exilados que no podían regresar a Chile y me sentí libre de volver por primera vez a mi país para votar en un plebiscito, que finalmente derrocó a Pinochet.

 

Una noche son el timbre de la casa de mi madre en Santiago y un hombre insistió en hablar conmigo en privado.

 

En un rincón de la terraza me conté que era sacerdote, que se había enterado en secreto de confesión de los cuerpos enterrados en Lonquén, haba ido en su motocicleta durante el toque de queda, abierto la mina prohibida con pico y pala, fotografiado los restos y llevado las pruebas al Cardenal, quien mandó a un grupo de sacerdotes, periodistas y diplomáticos a abrir la tumba clandestina.

 

-Nadie lo sospecha excepto el Cardenal y yo.

 

Si se hubiera difundido mi participación en este asunto, seguramente no estaría aquí hablándole, también yo habría desaparecido.

 

¿ Cómo lo supo usted ? -me preguntó .

 

-Me lo soplaron los muertos -repliqué, pero no me creyó.